Nota publicada online
Con curaduría de Mariana Marchesi y más de 170 obras, "Escenas contemporáneas" busca incorporar al arte nuevos públicos y reflexiona sobre temas que atravesaron la historia de cuatro décadas de la sociedad argentina.
Como todas las exposiciones centrales que en los últimos años se montan en el Centro Cultural Kirchner, podría decirse que Escenas contemporáneas. Recorridos por la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. Arte argentino 1960-2001, es una muestra monumental y que se necesita un buen rato para recorrerla. Sin duda, vale la pena. Son más de de 170 obras, muchas de ellas icónicas, que integran el patrimonio del Bellas Artes -pinturas, grabados, esculturas, fotografías, videos e instalaciones- de más de un centenar de artistas argentinos.
“De las 13 mil obras que tiene el MNBA -manifestó su director, Andrés Duprat- sólo se exhibe un 10 por ciento. Estamos muy felices de extender y presentar estas obras de la formidable colección del Museo. Celebro la sinergia entre ambas instituciones, entre un museo centenario que atesora una de las memorias visuales más significativas, y el Kirchner, el más dinámico y moderno centro cultural de la Argentina”. Ambas instituciones organizaron la exposición de manera conjunta.
Curada por Mariana Marchesi, directora artística de nuestro museo mayor, la muestra se despliega en las salas de la Gran Lámpara, en los pisos 6 y 7 del CCK. La lista de grandes nombres que son parte de la exposición es extensísima. Carlos Alonso, Libero Badii, Elba Bairon, Luis Benedit, Antonio Berni, Martha Boto, Mildred Burton, Juan José Cambre, Delia Cancela, Ricardo Carpani, Elda Cerrato, Eduardo Comesaña, Eduardo Costa, Alicia D'Amico, Mirtha Dermisache, Juan Carlos Distéfano, Hernán Dompé, Diana Dowek, Sara Facio, León Ferrari, Luis Frangella, Jorge Gamarra, Nicolás García Uriburu, Edgardo Giménez, Héctor Giuffré, Norberto Gómez, Carlos Gorriarena, Víctor Grippo, María Juana Heras Velasco, Alberto Heredia, Gyula Kosice, Guillermo Kuitca... Pocas firmas significativas quedan fuera del recorte que necesariamente tuvo que hacer Marchesi para “dirigir la mirada hacia los temas que atravesaron la sociedad y la cultura argentinas entre los años 60 y 90” en una invitación a reflexionar y debatir interrogantes a través de las imágenes.
No fue el único desafío que enfrentó Marchesi. Tuvo que organizar además el enorme conjunto de obras para hacerlo inteligible en un espacio expositivo completamente distinto al del museo. Para ello lo articuló en cinco recorridos temáticos, cada uno de los cuales funciona como una pequeña exhibición en sí misma. “A través de recorridos independientes, se plantean preguntas vinculadas con la historia, la identidad, la práctica artística y sus contextos de producción durante las últimas décadas del siglo XX en el ámbito local”, explicó Marchesi. “Cada eje explora las obras surgidas en tiempos de alternancia de gobiernos democráticos y militares; los planteos que desafían el canon, desde las rupturas radicales de las vanguardias de los años 60 hasta la redefinición del lugar de la pintura en la década del 80; los dilemas de una estética latinoamericana, y la intervención del cuerpo como soporte de la acción artística o como práctica política”.
Los cinco recorridos autónomos son: Desafiar las reglas del arte; Imágenes, historia, memoria; El devenir de la pintura; Abstracción. Identidad americana; y Repensar los cuerpos.
Una situación que la curadora tuvo a su favor y supo aprovechar muy bien es la amplitud espacial de la Gran Lámpara. En la selección de alrededor de 170 obras, Marchesi incluyó muchas de gran formato, de difícil despliegue en espacios menores. El resultado: no es frecuente en la Argentina ver exposiciones con semejante cantidad de grandes obras sin que se vean disminuidas o contaminadas por su excesiva proximidad de unas con otras. Así, el espectador puede apreciar con toda comodidad y con la distancia necesaria obras como la conmovedora Senda Patria (1999) de Cristina Piffer, una obra de 122 x 300 cm. Realizada con placas de carne vacuna y resina poliéster, dispuestas en el piso como un camino de baldosas. También, grandes instalaciones como Manos anónimas, (1976) de Carlos Alonso; Los que comen del arte (1993) de Pablo Suárez, o El mudo (1973), una gran escultura de Alfredo Distéfano, lo mismo que pinturas de muy gran formato de autores como el mismo Pablo Suárez, Juan Carlos Puente, Alfredo Prior, Diana Dowek, Héctor Giuffre y Marcia Schvartz, entre muchos otros; Poncho Hualfin (2018), obra textil de grandes dimensiones de Manuela Rasjido; obras de Graciela Sacco o de Juan Carlos Romero, también de dimensiones inusuales. La Gran Lámpara hace posible que decenas de personas se detengan frente a obras como esas sin dificultar la contemplación. Esa comodidad se vuelve más notable aun durante los fines de semana, cuando el CCK amplía dramáticamente su público y recorren la muestra enormes cantidades de gente que muy probablemente en gran parte no han visitado nunca el Museo Nacional de Bellas Artes y, menos aun, una muestra de arte contemporáneo. En ese sentido, son también muy atinados los textos que acompañan cada uno de los núcleos de la exposición y muchas de las obras exhibidas para ponerlas en contexto y facilitar su valoración por parte del público.
El primer recorrido de la muestra, Desafiar las reglas del arte, indaga los cambios que introdujeron en el arte los movimientos de vanguardia, que en muchos casos propusieron dar la espalda a las instituciones tradicionales, como museos y galerías, para salir a la calle y accionar de manera directa sobre la realidad.
Imágenes, historia, memoria, el recorrido 2, se pregunta si es posible leer la historia en las imágenes y propone pensar el modo en que los artistas han respondido con su producción a las condiciones propias de sus contextos contemporáneos, con dos momentos clave que definieron cambios en la sociedad: el Cordobazo, en 1969, y la crisis de 2001.
La terecera unidad, El devenir de la pintura, muestra las diversas formas en que, en los años 80 muchos artistas extendieron el campo de la pintura hasta fusionarla con otras prácticas (música, teatro, poesía, fotografía) la hicieron híbrida y en ocasiones la transformaron en un acto colectivo.
Abstracción, Identidad americana es el título de la cuarta unidad. Recorre un período de los 70 en que un grupo de artistas recuperó el concepto de arte abstracto afianzando la idea de que las raíces están en las culturas americanas ancestrales que en occidente. Aquí se destacan obras no tan difundidas de Pérez Celis, otras de Alejandro Puente y la más reciente, ya mencionada Poncho Hualfin, de Manuela Rasjido.
Repensar los cuerpos, por último, propone pensar la diversidad y las minorías sexuales como ámbitos de disidencia y destaca miradas que abordan el cuerpo no solo como un medio para la acción estética, sino también como un problema político.
Centro Cultural Kirchner. Sarmiento 151. Miércoles a domingos, de 14 a 20. Gratis. Hasta marzo de 2023.