Nota publicada online
La muestra “Moda ficción, naturaleza, joyas y bicicletas”, que el MAMBA dedica en estos días a Eduardo Costa (1940), pone en evidencia que, la vida misma, es para él una obra de arte. La capacidad de Costa para conectar sus ideas con el arte, pero también con las palabras, la moda y los medios masivos de comunicación, lo convirtió en poeta, letrista del grupo Virus, editor, diseñador de joyas y bicicletas, y artista conceptual de la primera hora.
Durante el breve interludio en el cual la Argentina estuvo integrada al mundo, Costa desempeñó papeles estelares en los escenarios de Buenos Aires, Nueva York y Río de Janeiro. En la década del 60 la galería Bonino abrió una sucursal en NYC, el marchand Leo Castelli llegó a Buenos Aires con Andy Warhol para exhibir sus obras en Rubbers y los directores del MOMA y el Guggengein neoyorquinos participaron como jurados en los premios del Instituto Di Tella y la Bienal Americana de Arte de las industrias Kaiser. Costa se instaló en NYC y comenzó codearse con las estrellas del arte y la literatura.
En la inmensa sala del MAMBA se divisan unos maniquíes que evocan el glorioso desfile “The Fashion Show Poetry Event”, realizado en NYC por Costa en colaboración con los poetas John Perreault y con Hannah Weiner. La consigna de Costa a los artistas invitados a participar, Warhol, Alex Katz, Juan Stoppani, James Rosenquist, Roberto Plate, Claes Oldenburg, Alfredo Rodríguez Arias y Marisol Escobar, entre otros, era unirse a “un proceso de creación en colaboración” de un poema traducido al lenguaje de la moda. Según relata el crítico Alexander Alberro, Susana Salgado presentó un vestido de novia y cubrió por completo la cabeza de la modelo, el diseño estaba acompañado por un poema que habla de “la industria de vender la boda como una fantasía personal”.
En el mundo de la moda las referencias al arte son moneda corriente, Versace homenajeó a Andy Warhol y John Galliano se inspiró en los retratos de Giovanni Boldini, la literatura de William Faulkner, las fotografías de Man Ray y el surrealismo de Dalí. Pero Costa remite a su propia estética. Con su estilo personal e inconfundible diseñó brazaletes que semejan cortezas de árboles, enormes anillos como ramas y broches con alas reales de mariposas azules; replicó en oro puro las orejas y dedos humanos y los desfiles de las hormigas, y le brindó a sus obras el estatus de una joya. La moda fue el caballo de Troya y su arte se convirtió en un hit de los medios masivos de comunicación. Estas obras, las “Fashion Fictions”, ingresaron a las revistas “Vogue”, “Glamour” o “Harper’s Bazar”, pero también al “Village Voice”, la porteña “Primera Plana” y otros medios no especializados. Hasta el genial Richard Avedon fotografió estos diseños.
La trayectoria de Costa, que había estudiado arte y letras también, se remonta a su primera relación con los medios, cuando junto a Roberto Jacoby y Raúl Escari presentó el manifiesto “Un arte de los medios de comunicación” y, luego, acciones como el “Happening para un jabalí difunto”.
La exhibición antológica del MAMBA documenta una extensa y variada producción. También junto a Perreault nuestro artista realizó los “Tape Poems”: cintas de audio con poesía grabada, sólo para ser escuchada. Costa fue un precursor del trabajo en red, realizó obras junto a Lygia Pape, Carolina Herrera, Ana Mendieta, Hélio Oiticica, Manuel Puig, Lucy Lippard, Federico Moura, Octavio Paz y muchos más. Allí están, alineadas en la sala, las bicicletas de su invención, y las fotos que permiten contemplar el pasado y los abruptos cambios ópticos que sobrevinieron después.
En 1977 Costa participó en Buenos Aires de un homenaje a Duchamp que realizó la galería Arte Nuevo y presentó su “Duchamp/Costa rueda de bicicleta”. Al ready made del francés, “Rueda de bicicleta”, Costa le cambió los rayos por la espiral duchampiana, simbolismo ancestral del movimiento constante. Esa rueda fue el origen de la formidable “Bicicleta Duchamp/Costa realizada en Brasil y (como se observa en la foto) probada por el autor en Copacabana. De este modo, el ready made de Duchamp derivó en un objeto seriado y utilitario, apto además para la performance. El artista aclara las bondades de su bicicleta: la doble espiral de hierro es un poderoso amortiguador y favorece una suspensión que la torna única.
Si bien la exhibición destaca la relación de Costa con la moda, la sorprendente producción conceptual que el artista realiza hasta el presente, impone su poderosa presencia. Un nuevo arte surgió a partir de las posibilidades que ofrece el empaste pictórico. La pintura en estado sólido es, en sus manos, una materia que se aviene a adoptar formas generosas y un inusitado relieve. Parodiando la pintura, Costa le otorga volumen a las representaciones de flores, naturalezas muertas y retratos. Los temas son clásicos, pero la pintura se ha independizado del soporte de la tela, la tabla o el muro, y se levanta sobre un pedestal.
Las pinturas volumétricas surgieron al explorar los límites de la materia con un afán experimental que perdura hasta hoy. Al hablar de sus propósito, el artista aclara: “Hace ya 20 años quería rescatar la pintura del aburrimiento estructural en que se encontraba y opté por continuar las innovaciones geniales y autóctonas que me habían inspirado, desde el arte Madí hasta Lucio Fontana, cuya manera de pensar nos entregó un mundo pictórico renovado a fuerza de profundidad y de sentido”.
Esta vuelta de tuerca que Costa le pega a la pintura, descubre que puede dejar de ser el medio que contribuye a representar un florero, para adquirir el volumen de las rosas, una condición importante del objeto que se pretende reproducir.
Con sus habilidad y su ingenio, Costa construye las formas de un fruto y acumula, capa sobre capa, color sobre color, la pintura desde adentro hacia fuera. Primero le brinda forma a los carozos, después agrega la pulpa y la finalmente la cáscara. La reproducción exacta del original no es hiperrealista: es conceptual. Un corte transversal del fruto revela la realidad, muestra el interior de las cosas.
En una memorable performance el artista rompió un huevo de avestruz realizado con pintura acrílica, derramó sobre un plato la clara de transparente y gelatinosa que rodeaba la yema que, al entrar en contacto con el aire, se solidificó de inmediato. Sin embargo, la más expresiva representación visual del entrecruzamiento entre los géneros y disciplinas es, a la vez, una de las obras más intensas de la muestra: la cabeza del poeta Carter Ratcliff. El pelo brota del cráneo cargado de frases y el espectador adivina que Costa, con el procedimiento habitual, ha modelado el cerebro, área relacionada con el conocimiento y la inteligencia.
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