Nota publicada online
El Museo Moderno presenta un heterogéneo conjunto de obras pertenecientes a ocho artistas de la escena contemporánea que tienen al dibujo como factor común de sus imaginarios. Todas ellas se encuentran prologadas e intervenidas por un gran mural de Alberto Passolini.
“Aprendí que justo debajo de la superficie hay otro mundo y que, cuanto más se cava, aparecen más y más mundos distintos” David Lynch
Enormes formas espiraladas celestes se entrelazan con manchas, gotas y estrellas sobre las paredes del hall del Museo Moderno. La fuerza aluvional y desquiciante de Soñar a borbotones, el mural de Alberto Passolini, no disimula la intención de capturar la atención del visitante desde el primer momento. Una vez acontecida la embriaguez visual, éste es llevado por una corriente hipnótica a través de escaleras y frases serpenteantes hacia la sala ubicada en el subsuelo. Allí, el mural cede su papel de anfitrión para introducirnos a un gran universo donde se intersectan y confluyen mundos alucinantes amalgamados por el dibujo.
Si el dominio de lo inconsciente asume la apariencia del caos, la capacidad creativa, aun si es desconcertante, remite a cierta idea de orden, de parámetros regidos por la subjetividad. Los demiurgos convocados por el curador Raúl Flores para Dibujar es crear mundos, si bien poseen una impronta en sus poéticas que se diferencian en forma nítida en el espacio, también saben generar en sus fricciones una variedad de series que van delineando una síntesis progresiva. El desasosiego ante la habitabilidad del presente, la necesidad de establecer pliegues de sentido estético-afectivos y la relación generacional con la cultura de masas son algunas de ellas.
El dibujo, que antaño su práctica parecía subordinada a otras disciplinas, poco a poco fue encontrando alternativas que renovaron su fertilidad. En esta búsqueda, sin duda, han colaborado referentes históricos locales y en la actualidad ya no se encuentra restringido a una definición unificada, sino que se ha incentivado, transformado y expandido dentro del complejo mapa de los procedimientos estéticos actuales, disipando así sus propios límites y convirtiéndose en un campo de elaboración de refracciones, de excursos permanentes.
La idea estructurante de esta muestra polifónica es la expansión. Julia Padilla participa de ella con dos obras, ambas realizadas con lápices sobre papel, una de largo aliento como Mantenerse frágil (2015), suerte de dilatado muestrario compuesto de fragmentos de seres híbridos que, a pesar de su vivaz colorido, poseen una faz perturbadora y treinta y tres piezas de la serie Hidden place (2020/2021) donde lo atmósfera vislumbrada en la anterior estalla en esquirlas más concentradas.
Lo noción de lo simbiótico se encuentra en las video performances de Valeria Conte Mac Donell en las que la línea del grafito es reemplazada por el alambre o la tanza para urdir tramas arácnidas. Sin escapar del riesgo, su cuerpo se balancea o se aloja dentro de ellas en medio de paisajes inhóspitos de la precordillera (más precisamente en Villa Quilquihue, voz mapuche que significa lugar de enredaderas) o de la costa atlántica. Quiérase o no, sus modos de habitar se funden con los modos de hacer semiosis.
Suspendidas de similar forma, pero en el vacío de la sala, se hallan los acrílicos sobre papel prensa de Josefína Alen. Los motivos que los pueblan parecen ser triviales como el insecto de Pioji (2019) o los pétalos de la flor de Me quiere, no me quiere (2019). No obstante, la absoluta centralidad que se les ha conferido los distorsiona hasta convertirlos en gigantografías de laboratorio. Sostenidos en una resolución dinámica casi informalista, éstos objetos, ligados a la intimidad, incrementan su enrarecimiento al estar amenazados por aquello que se sugiere en sus reversos: el crudo desfile de titulares de la industria periodística.
Opuestos en su disposición, pero sí vinculados a una mirada con sesgo generacional, se ubican los dibujos de Nicanor Aráoz. Reunidos, conforman un extenso tapiz horizontal apenas separado del suelo donde se suceden bocetos realizados en hojas de blocks o de cuadernos. Sus imágenes no parecen estar pensadas para ser expuestas, se emparentan con esquemas provisorios personales destinados a una historieta o a un fanzine. Custodiando sus extremos, impactan por su desparpajo, dos grandes origamis que homenajean la cultura popular japonesa de postguerra: Viajera indómita (sueña despierta y doma el alba) de 2024 y otro sin título de 2011. Citas al cine y a la música electrónica en obras que semejan afiches publicitarios completan su participación.
Los diecisiete cuadros de Cervio Martini correspondientes a la serie Chhaupadi disfrutadora (2020) aluden al mundo oriental, pero en su caso como evidencia de una brecha antropológica. El chhaupadi es una práctica hindú que obliga a las mujeres a permanecer fuera de sus casas durante la menstruación para preservar la pureza del hogar, muchas veces en los cobertizos destinados a los animales. Según Martini “Mi obra es una suerte de justicia artística para superar uno de los tantos rituales violentos hacia las mujeres que, a pesar de haber sido prohibidos, se siguen practicando” En las escenas, realizadas con lápiz, pastel tiza y crayón representa mujeres que practican pole dancing como una forma de conjurar el miedo y reivindicar el cuerpo a través de su disfrute.
Sueños entre sueños de otra especie (2024), es un mural de Viviana Blanco en tono de fábula pesadillesca, realizado en carbonilla y pastel, que integra una gran lámina de papel extendida en zigzag con una de las paredes laterales de la sala. En él se observa un bosque de oscuros troncos erguidos carentes de ramas que rodean a unas figuras que podrían ser de animales u otros seres difíciles de identificar. La ambigüedad parece abarcarlo todo. Algo trágico parece sugerirse como amenaza externa, como incidente acontecido o como recóndita advertencia interior.
En la pared opuesta, Alfredo Dufour combina en Flaneur dibujo mural con instalación para componer una escenografía en la que se suceden sin un orden reconocible, afiches, interiores domésticos, autorretratos y animaciones digitalizadas. El deambular urbano y el azar de las impresiones que salen al paso encuentran en la exploración de la continuidad de las líneas, del efecto de las sombras y del artificio de las perspectivas un adecuado correlato.
El aporte complementario de Alberto Passolini se cierra con un grupo de seis viñetas en tinta realizadas en 2005 que abordan satíricamente óperas como La Boheme, Sansón y Dalila o Salomé. El humor desenfadado que hay en ellas exuda algo de nostalgia por la gráfica de décadas pasadas que contrasta y completa el diverso repertorio emocional que orbita alrededor del sistema de la exposición.
Podría postularse que la inicial alusión a lo onírico que recorre las paredes del museo funciona como una crisálida de los imaginarios que inmediatamente se desplegarán en el espacio del subsuelo. No sólo porque posee una determinada fuerza larval que devendrá en abismo, sino además porque insinúa una sutil celebración de lo inmaduro en el ser humano como resistencia a todo aquello que con el tiempo lo resiente y anula.
MAMBA | Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Av. San Juan 350
San Telmo - CABA