Nota publicada online

martes 22 de noviembre, 2016
Diana Chalukian en Federico Towpyha
Una muestra íntima y reveladora
por Pilar Altilio
Diana Chalukian en Federico Towpyha

Un universo que se afianza, que se rescata justo en este tiempo donde se reescriben las historias, y se manifiesta una tendencia en la proyección del arte hecho por mujeres, volviendo visibles en la trama a un grupo cada más numeroso que vale descubrir y degustar.

La Galería Federico Towpyha arte contemporáneo extiende la exposición ANTOLOGÍA SOBRE PAPEL. BRASIL DECADA DEL 60, de la artista argentina Diana Chalukián (1927-1998) hasta el viernes 2 de diciembre.

Estamos asistiendo a una especie de reparación que toma las obras de artistas mujeres que trabajaron cerca de otros artistas, hicieron su carrera casi en silencio o en segundo plano, por preferencia personal o por falta de contexto amigable. El caso de Chalukian, que se presenta en la Galería Towpyha con una serie antológica en papel de su paso por Brasil en la década del 60, es interesante porque se nutre de un relato sobre el cómo aparecieron estas piezas, una serie de enlaces que fueron logrando dar con obras de Diana que permanecieron ocultas o conservadas por amigos y discípulos.

Su relación con Víctor Magariños D fue decisiva en proporción al contexto que ambos lograron, ya desde los años 40, integrando el Grupo Joven. Nombres muy famosos estuvieron también ahí: Leopoldo Torre Nilson, Eduardo Mac Entyre, Miguel Ángel Vidal, Rodolfo Bardi y otros, algunos de los cuales se instalan en 1951 en París y son cercanos con artistas como Fernand Léger, Max Bill o Jean Dewasne. Pero su maestro integral es sin duda Georges Vantorgeloo, con quien conversan profusamente. Él es quien les indica un camino abierto a la captación de lo móvil en el campo del espacio, creando una serie de reflexiones muy fecundas en la producción tanto de Víctor como de Diana.

Estuvieron casados aunque no vivieran juntos hasta el final. Diana había ganado espacio en publicidades o tapas de revistas de moda, por aquellos años con dibujos originales que tenían una impronta especial. Realizaba ilustraciones para Damas y Damitas, la mítica revista argentina. La colectividad armenia, de la que forma parte por apellido, le confió dos proyectos importantes: la ilustración del diario Armenia y la de la notable traducción del Martín Fierro de José Hernández con encuadernación de lujo. De esos rastros hay pocas piezas, pero la galería las empieza a conservar como tesoros de una memoria a atesorar, clasificar y poner delante del espectador.

Martín Fierro ilustrado por Diana Chalukian

Estos papeles que integran la muestra de Towpyha, dan cuenta de su manejo del color usando tintas y acuarelas que, por su fluidez, hacen trabajar la mano con una determinación experta, algo que se evidencia en cada una de estas piezas. Tomadas como secuencia fotográfica, registran los cambios del horizonte en el juego de un atardecer. Lo redondo y la línea horizontal, un esbozo ágil que registra ese corto lapso que tienen los momentos al aire libre, donde la luz cambia segundo a segundo. Lo móvil, que tanto le escucharon narrar a Vantorgeloo.

Escriben en el catálogo, por un lado un agradecido Adolfo Nigro, quien confiesa la proximidad de su relación con Diana y Víctor, cómo se pensaba y conversaba sobre arte en sus encuentros, funcionando como una clínica de arte como llamamos ahora a ese coaching. Y cuenta que el primero que le habló y mostró la obra de Torres García fue Margariños D, algo decisivo en la evolución de Nigro como artista.

Escribe también Cristina Rossi, quien hace un perfil muy vital de la figura de Diana, de su autonomía, de su perspectiva de la vida. Cuenta que su primera exposición individual estuvo integrada con obras de 1948 a 1954. Fue en la Galería Comte de los hermanos Pirovano. Pero su giro se selló en 1957, con la muestra de Galería Pizarro, donde retoma el dominio de la figuración, su impronta más clara, aunque esa figuración no sea exactamente descriptiva.

Rossi destaca el inicio de ese giro a partir de un croquis desde la cubierta del barco, que los sitúa en el Puerto de Santos, Brasil. Ese dibujo donde se recupera el paisaje como una estructura que integra a todos estos papeles, traduce aquello que ve como si fuera una cronista exquisita de su entorno. El elemento agua está presente tanto formando parte del título como evidenciando su sustancia acuosa en el plano. El círculo o la espiral con todas sus vibraciones aparecen como otro símbolo que alegoriza el cielo abierto de ese Brasil de los 60 con tantas intensidades.

Es una muestra íntima, con espacios para detenerse a mirar pausado. Para escuchar algunas historias que nutren su vida, para percibir aquello que produce una proximidad con su obra como hecha un cercano ayer, con ese formato esencial que puede hacer vibrar por igual todo el plano.

 

Video realizado por Violeta Kovensky

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