Nota publicada online
El 10 de agosto, a los 91 años de edad murió en Buenos Aires el pintor y escultor Martín Blaszko (1920-2011). Comprometido con su tiempo; pensador profundo, crítico y optimista, el artista coincidía con Rodin en que lo más importante de ser artista es “ser humano” y, con esa convicción, trabajó tenazmente hasta los últimos días de su vida.
A continuación, lo recordamos, a partir de una nota publicada en Arte al Día, a propósito de su muestra retrospectiva en la galería Laura Haber, en 2008.
Berlinés de nacimiento, Blaszko emigró con su familia a Polonia, huyendo del nazismo. Su padre lo inscribió en la Escuela de Bellas Artes de París con el fin de mudarse allí. Su familia no logró la deseada visa a la Ciudad Luz pero sí a Bolivia gracias a un antiguo mal universal: la corrupción; por la módica suma de 4.000 dólares un cónsul latinoamericano estampó la visa salvadora en sus pasaportes y así, en marzo del 39, pocos meses antes de estallar la guerra, pasaron por Paris para embarcar hacia América. Su padre pensó que una recomendación de Marc Chagall serviría para que pudiera estudiar allí, pero la Academia no consideraba al artista como tal, por lo que su recomendación no sería tenida en cuenta. Sin embargo Blaszko aprendió de la palabras de Chagall: “dibuja, mira mucha obra de arte y cultiva tu condición visual”.
Según contó durante su última entrevista, De París, Blaszko recordaba sus largas mañanas en el Louvre, dónde entendió que hay obras que no envejecen como las de Van Gogh, Degas y Seurat y, sus tardes, en la Estación de Policía para poder alargar, sin éxito, su permiso de estadía en la ciudad. Una vez en América, camino a Bolivia, él y su familia se escaparon del tren y adoptaron Buenos Aires como lugar de residencia. Por ese tiempo vivió en un feo conventillo pero como compensación disfrutó de la belleza de las obras del Museo Nacional de Bellas Artes y del entorno público de nuestra ciudad.
Su primer contacto con Arden Quin fue en 1945, en una exposición en la casa de la fotógrafa alemana Grete Stern. “Me fascinaron estas obras por el carácter de serena calma que trasmitían y por la ausencia de efusión lírica. Eran cuadros fríos en los que sólo había rectas, planos lisos, sin vibración cromática que se destacaban por el marco recortado. Este orden y racionalidad era justo lo que yo necesitaba puesto que era un individuo exaltado, dominado por instintos contradictorios y siempre enamorado”, contó.
A partir de ese momento, Martín Blaszko se integró en el movimiento MADI y, es allí cuando comienza a crear formas tridimensionales que elevan sus verticales en el espacio, en un intento por alcanzarlo y conquistarlo. Sus composiciones se caracterizan por sus formas geométricas y puras en las que se ponen en movimiento dos fuerzas antagónicas, de manera tal, que la obra adquiere un carácter de continuo movimiento. “Como hombres tenemos el sueño de un orden y de una vivencia armónica pero, la realidad nos confronta continuamente al conflicto: con la sociedad, con el trabajo, con nuestra pareja, con nuestros hijos. La esencia de este siglo es la contradicción y esta bipolaridad de las fuerzas antagónicas, esta lucha de los opuestos, es lo que trato de hacer visible en mis esculturas. Trato de reflejar lo que está dentro mío para que el otro lo sienta”, decía a propósito de su trabajo.
Muy pronto sintió la necesidad de hacer esculturas para el espacio público. Curatella Manes afirmaba que éstas trasmitían la esencia de la monumentalidad, una monumentalidad nacida, tal vez, de la necesidad de identificarse con la sociedad y con el entorno; con la necesidad de superar el ego individual y sentirse chiquito frente al cosmos. En 1952 su proyecto Monumento al Prisionero Político fue premiado por el Institute of Contemporary Art de Londres y exhibido en la Tate Gallery. Hoy existe una iniciativa por parte del gobierno de Vicente López para embellecer la costanera del municipio.
Dos de sus proyectos están emplazados en espacios públicos, tal cual como los concibió el artista, Júbilo en Parque Centenario y El canto del Pájaro en el parque del Museo Hakone en Japón. Pórtico, un fantástico proyecto concebido, en 1953, para una ruta de acceso a una ciudad espera aún la oportunidad de levantarse y permitir el paso, a sus pies, de vehículos y peatones, como verdadera promesa de agregar contenidos emocionales a los habitantes de nuestra ciudad.
Para Martín Blaszko más importante que la obra terminada era el proceso creador; por eso es que trabajaba continuamente. Pasaba del collage al óleo -obras en las que aplicaba colores primarios y optimistas-, o a trabajar en alguno de sus proyectos escultóricos en los que jugaba con dos tipos de líneas: las rígidas de la razón y las sutiles de la intuición y, con todo tipo de luces y sombras. Es en la escultura, donde encontraba su mayor disfrute. “Te obliga a poner más, mueve tu fisiología y trasmite tu esencia; el resultado es una obra que provoca”, decía. Su preferida era Montaña Mágica: “es una obra con la que aprendí muchas lecciones; trabajé un año para modelarla”.
Nunca tenía apuro para terminar una obra y, cada mañana, cuando entraba al taller, lo primero que descubría era aquello que estaba mal. Porque la verdadera obra de arte nutre, entusiasma y enseña y, lo mas importante, nos acerca a nuestra esencia humana.