Nota publicada online
La frase “esta es mi casa” se repite en innumerables dibujos y pinturas de Clorindo Testa. El artista y arquitecto construyó muchas “casas”: para el dinero, el ex Banco de Londres (1966), actual Hipotecario; para curarse, el Hospital Naval (1970); para los libros, la Biblioteca Nacional (1971); para el arte, el Centro Cultural Recoleta (1980), y también para los habitantes de este mundo en general. Su imagen está definitivamente unida a estos hitos de la ciudad de Buenos Aires.
En 1968, Testa desafió “su casa”, la casa del arte, el Museo Nacional de Bellas Artes, con un gesto crítico y humorístico: su Apuntalamiento para un museo, un andamio ubicado dentro del edificio que sostenía una pared y el techo. Con esa estructura, introducía en el mundo del arte un dispositivo sin duda arquitectónico y unía sus dos pasiones para señalar la crisis que atravesaban las instituciones por aquel entonces. La “casa” se conmovía con una tendencia experimental donde confluían pintura, escultura y objetos, en una época que se preguntaba para qué servía el arte, cuál era su función en la sociedad. Testa buscó esas respuestas.
Como arquitecto, reflexionaba sobre las falacias de la modernidad y su funcionalismo: por ejemplo en la serie Habitar, trabajar, circular, recrearse, de 1974 (adquirida recientemente por el Museo de Arte Moderno de Nueva York), donde criticaba el hacinamiento y las rutinas de ordenamiento a las que el ciudadano contemporáneo está sometido.
Así, desde la pintura, desarmó los postulados de la arquitectura moderna y racionalista, aquella que había marcado su formación.
La historia europea y americana le dio a Testa elementos con los que pensar “otras casas” para hombres, mujeres y niños; alguna que fuera refugio de las catástrofes y de las pestes. Estas ideas, lejos de ser utópicas, ocuparon un lugar en sus pinturas e instalaciones entre mediados de los años 70 y su última etapa de trabajo.
Hacia 1975, se unió al Grupo CAYC, fundado por Jorge Glusberg en el Centro de Arte y Comunicación. La institución se proponía ensamblar disciplinas, y fue una plataforma colectiva desde donde Testa desplegó sus intereses de artista y urbanista. En consonancia con el grupo, aportó a la configuración de un arte de sistemas que vinculó la lógica proyectual de la arquitectura con diferentes temáticas sociales y culturales. Inspirado en eventos de su niñez o en la historia, como en La peste en la ciudad (1977) y La peste en Ceppaloni (1978), el artista enunció un mensaje ecológico social que desbroza los sucesos para mostrar cómo las hegemonías llevan a catástrofes políticas en las que la peste es el castigo “natural” de las guerras. Una clara metáfora de los horrores de la última dictadura en la Argentina.
Su pensamiento en acción lo convirtió en un verdadero referente cultural nacional e internacional durante más de seis décadas.
A partir de fines de los años 80, su lenguaje, siempre expresionista, cita de diversos repertorios y disciplinas, de fragmentos superpuestos de distintas temáticas e imágenes, sintonizó con las tendencias de la denominada pintura posmoderna. En sus instalaciones gestuales, consagradas a la belleza de lo efímero, lejos de la rigidez de la línea proyectual, demuestra cómo el humor, la ironía y el juego son la motivación profunda de su creatividad, su aporte a la invención de una “casa” donde se pueda vivir mejor.