Nota publicada online
Como parte de un programa que permite dar visibilidad a artistas mujeres, el Malba ofrece una muestra con toda la calidez de un ser humano que trasciende el género.
Es un recinto íntimo donde se exhiben estos retratos junto a documentos y textos que narran las acciones de esta artista nacida en Suiza y radicada en Rumania y Hungría donde pasó su infancia, hasta que la Segunda Guerra Mundial hizo estragos en su familia, perdiendo una parte que pereció en Dachau, uno de los campos de concentración más terribles. Y esta migración durante su infancia y juventud, la hizo establecer una relación con la vida que siguió en movimiento hasta que llegó a Brasil donde, según ella misma narró para un público muy entusiasta en la conferencia inaugural del Malba, se sintió como en su casa.
Ya era artista antes de llegar, exponiendo pinturas en Nueva York en los años 50. Pero a partir de esa visita que hizo a San Pablo en el 54, se convenció que podía quedarse. No era tan sencillo sin hablar el idioma pero consigue un trabajo de fotoperiodista en la revista Realidade. Free lance, acotó, porque ella quería mantener su libertad de elegir de qué hablar.
Es necesario narrar esta historia de vida porque su obra exhibida aquí se enmarca en un mismo sentido narrativo. Son historias que se dejan ver en esos rostros clasificados por un número, retratos hechos con la misión de conferirles una identidad para un programa de vacunación a una población del Amazonas, los Yanamami. Y se necesitó numerarlos porque en esa tribu nadie tiene un nombre propio, sino que son nombrados por el lugar que ocupan en una familia: padre, madre, hijo, tío.
El primer acercamiento con estas tribus fue a partir de una sugerencia suya sobre ir a buscar una historia de un sacerdote muerto en una misión de la zona. Claudia se encuentra frente a una realidad enorme llena de complejidades y diferencias. La historia es documentada por ella y hasta la revista acepta colocar una imagen de una mujer de la tribu en la portada por considerarla una bella mujer que salía del estereotipo de un grupo de personas tristes y hostiles. Eran tiempos donde la dictadura planificaba una carretera nunca terminada que abriría la selva en dos sin considerar la potencia del territorio ni sus habitantes. Así comenzó una historia con esas poblaciones, donde ella era consciente de que la relación con la civilización había roto el sistema ecológico y simbiótico y los chamanes no podían curar viruelas ni otras pestes traídas por los trabajadores de aquella frustrada carretera.
Alistada en un programa tipo ONG junto con otros especialistas de áreas afines, trazaron un plan de ayuda a estas comunidades para sanear ese legado de muerte sin vacuna. El sistema de numerarlos con un collar en su cuello fue una resolución que se aceptó como validación de identidad a fin de controlar el sistema de dosificación. Abriendo esos caminos, viajando en helicóptero por esa masa verde hasta encontrar las aldeas y finalmente viviendo con algunas de aquellas familias, Andujar trazó unos lazos familiares con algunas comunidades donde fue aceptada como integrante y llamada mami, para darle esa identidad propia de ellos.
Tiempo después su salud y sus ocupaciones la trajeron de nuevo a la ciudad. Esas fotos habían quedado allí, en su taller sin más. Hasta que la curadora Lisette Lagnado y su equipo, Adriano Pedrosa, Cristina Freire, José Roca y Rosa Martínez la convocaron a exponer la serie en la Bienal de Sao Pablo de 2006. El lema de esa Bienal, "Cómo vivir juntos", fue una adaptación del título de una serie de conferencias que dio Roland Barthes entre 1976 y 1977 en el Collège de France. El énfasis conceptual se hallaba en la construcción de espacios comunes, el cuestionamiento de la coexistencia, la diferencia, los ritmos de producción y prácticas cooperativas, así como otros aspectos relacionados con la definición ética de la convivencia. La serie denominada Marcados agrupa esos rostros que miran de frente a los ojos en su gran mayoría y muestran una variedad de sentimientos que van de los más cálidos y diáfanos, a los que evidencian huellas de enfermedades.
La exposición contiene las imágenes de los “marcados”, junto a una serie donde se testimonia una reflexión de los marcados para vivir con las otras marcas para morir que fueron parte de la desaparición de gran comunidad en los campos de concentración, dos momentos de su historia de vida. Hay toda otra serie de encuentros planificados por el Malba para conocer mejor estas temáticas, cercanas y a la vez todavía tan lejanas para nosotros, salvo por algunos trabajos que se relacionan como el de la fotógrafa salteña Guadalupe Miles y sus poéticas con las comunidades del chaco salteño que incluyen también labores de saneamiento, ayuda y convivencia.