Nota publicada online
Con 87 lúcidos años, este italiano que legó obras tan icónicas como la “Venus de los harapos”, sigue marcando un camino usando los mismos recursos del ‘arte povera’ pero con un giro interesante sobre el rol del arte y el artista como matriz regenerativa de la sociedad.
Quienes tuvimos la suerte de compartir su performance de romper el espejo de una de las puertas de su obra El círculo de las ocho puertas el sábado pasado en la Embajada de Italia, tuvimos además el placer de escucharlo hablar, de verlo metido entre la gente con la misma parsimonia y elegancia con que se mueve en su lugar de trabajo y residencia, la ciudad de Biella en Piamonte, el mismo lugar donde nació. Invitado central de la segunda edición de la BIENALSUR, hizo gala de su aporte sobre la nueva humanidad y el compromiso ético del artista, trabajando en espacios diversos como el Museo Nacional de Bellas Artes, donde está la versión de la Venere degli Straccihecha con trapos locales y dialogando con obras de la colección del museo. También en el Museo de Arte Decorativo con su intervención Segno Arte, o en un enorme signo que flota sobre las aguas frente al Museo Quinquela Martín que representa su obra simple y a la vez compleja el Terzo Paradiso, hecha con botellas unidas coloreadas por niños de escuelas de La Boca, pero por dentro para no contaminar más el agua.
En el Muntref ya ocupa toda la Sala 1 con dos grandes instalaciones: Porte Ufficiy Metamorfosis. El denominado Circuito Pistoletto permite a los que recorran la ciudad encontrar algo de la esencia de este gran artista y gestor, que maneja perfectamente la forma argumentativa de sus ideas, haciendo claros discursos y corrigiendo a su traductora cuando no era literal.
El círculo de las ocho puertas que quedó intervenido en la embajada italiana, tiene particularidades que nos permiten encontrar una de las raíces profundas de su sistema para entender el trabajo de este artista y su forma de producir. Se trata de un círculo abierto que se explora por dentro o por fuera, compuesto de puertas abiertas que en la verticalidad usan dos diagonales que van unidas en el centro y alteran la regularidad del pórtico. En esta modificación de la línea recta ya nos introduce en un concepto de ruptura. Luego los espejos que presentan los marcos nos cambian la percepción induciendo a ver lo que está fuera como dentro del círculo y a uno mismo reflejado junto a otros que están en otro espacio. Esta capacidad de reflexión del espejo comienza a explorarla en los años 50’, a partir de la pregunta por su identidad. “Soy italiano y la historia del arte italiano ha sido siempre figurativa. La tradición que me daba identidad era el autorretrato” explicó en un reportaje reciente, pero quiso convertir la tela en espejo porque el autorretrato pintado sería subjetivo, mientras que el espejo es objetivo y también incluye a otros, o como gusta decir según su visión inclusiva “al nosotros de la sociedad”. Cuando al comienzo de su performance del sábado, recorrió con la mirada a esa verdadera nube de personas que lo registrábamos, nos dijo en voz alta: “Entonces, el espejo no es sólo virtual es también físico” y en cuatro movimientos lo rompió con un martillo común, logrando horadar esa materialidad y romper una parte de la superficie de reflejo. La escena era un gran acto de captación de lo material y lo virtual, multiplicada en numerosos dispositivos que daban cuenta de la puerta rota.
Luego pasamos a escucharlo narrar su relación con esta bienal y con los países del sur donde según él mismo contó, existe un interesante valor que significa convivir en espacios sociales a poca distancia, estar más cerca del otro, tocarse, con lo que eso significa para lograr acercarse a una humanidad que necesita del otro tanto como revertir la distancia de nuestras relaciones actuales como paradigma instalado de una forma de comunicarse. Comentó que en los años 60’ sintió que debía girar sobre sí mismo y comenzar a mirar a la sociedad y luego, en 1994 cuando abrió su taller y fundó la Cittadellarte, redactó un manifiesto que declaraba: “ha venido para el artista el momento de poner en conexión todos los sectores de la vida social, de la economía a la política, de la religión a la comunicación, de la escuela al comportamiento”. Avanzando paso a paso comenzó a usar el arte para regenerar la sociedad, pero de un modo práctico y no ideológico. Reinventó el símbolo del infinito, el ocho acostado, agregando otro círculo de modo que una misma línea formara tres círculos, uno mayor en el medio y dos iguales a cada lado. Así nació el Terzo Paradiso (tercer paraíso), que materializó en diversas partes del mundo y que hoy puede verse en La Boca, que “es una representación colectiva de la fusión entre el primero y el segundo paraíso. El primero es aquel en el que los seres humanos están completamente integrados en la naturaleza. El segundo es el paraíso artificial, desarrollado por la inteligencia humana hasta las dimensiones globales alcanzadas hoy con la ciencia y la tecnología. Este paraíso está hecho de necesidades, placeres y comodidades artificiales. El Tercer Paraíso es el círculo mayor, la tercera fase de la humanidad donde se realiza en la conexión equilibrada entre artificio y naturaleza”. Esta explicación tan detallada la dio a un medio periodístico, pero a los que estábamos presentes en la Embajada nos señaló otros detalles: “de los dos círculos externos, uno representa las diversidades y el otro las oposiciones, mientras que el círculo central es donde se crean las conexiones que no existían previamente, de modo que es allí donde confluyen en algo nuevo, algo que no existía previamente, es decir la creación”. Y nos dejó bien claro que ese símbolo no lo representa a él como artista, sino que es una fórmula que nos pertenece a todos, pues todos podemos crear un elemento nuevo.
¡No se pierdan de recorrer el Circuito Pistoletto!