Nota publicada online
Vivir sus vidas, primera exhibición antológica de Chiachio & Giannone, reúne en el espacio de Colección Amalita más de 100 obras que celebran 20 años de producción conjunta. La curaduría estuvo a cargo de Leandro Martinez Depietri.
Exhuberancia, omnipresencia del color, antropofagia cultural y una inversión del orden hegemónico histórico del mundo son algunos de los atributos que, a primera vista, pueden destacarse en esta exposición que, en simultaneidad, es también un acontecimientos celebratorio que disuelve o reformula modos de entender las estructuras familiares o la intimidad.
Leo Chiachio (1969) y Daniel Giannone (1964), conforman desde el año 2003 una pareja afectiva y artística que, afianzados en el trabajo con textiles y en el género del autorretrato, ha ido construyendo un sólido y muy prolífico itinerario creativo que, en la actualidad, ya registra reconocimientos a nivel internacional.
El recorrido de Vivir sus vidas está establecido por 8 núcleos expositivos a los que se agrega un apéndice. Dadas las características edilicias de la institución en la que se aloja, se suceden unos a otros prácticamente en forma lineal. No obstante, hay áreas donde se contaminan o dialogan de manera productiva. Antecede a este desarrollo, un panel que ostenta un mapamundi doblemente invertido en el cual los continentes se encuentran identificados de acuerdo a motivos decorativos. Este manifiesto gráfico sería una posible interpretación del mundo según la mirada de los artistas.
Preludio criollo es el primer núcleo expositivo y se inicia con La conquista (2005/6), díptico en donde el dúo se escinde transitoriamente para autorretratarse, uno como conquistador europeo y otro como americano conquistado. La adopción de roles pertenecientes a géneros vinculados a la narrativa histórica, a la iconografía popular religiosa o a la historia de las artes es una operación que, de forma transversal, atraviesa toda la exposición. En esta sección, en particular, ambos se autorrepresentan, además, como próceres o como San Sebastián. Aquí también las mutaciones de una identidad simbiótica se entrecruzan con la idea de la constitución de la identidad nacional. La presencia de Los mantones de Manila, pintura de Fernando Fader (premiada en el Salón Nacional de 1914) remite tanto al retorno a la hispanidad de comienzos de siglo XX como consecuencia del recelo que provocaba la llegada de numerosos contingentes de inmigrantes, como al señalamiento de materiales provenientes de las colonias europeas en Oriente. Si costumbres y paisajes abonaban la construcción de una determinada identidad, la potencia de lo criollo guarda subrepticiamente algo de bastardo, de allí que ésta deba abrirse paso asimilando heterogeneidades para poder constituirse. La referencia a las piletas de David Hockney en un escenario de sierras cordobesas presente aquí podría entenderse en este sentido.
Belleza y orientalismo, el segundo núcleo, conjuga distintos factores que involucran la carrera de esta dupla. En primer lugar, los momentos iniciales vinculados a espacios que, en cierta medida, significaron una continuación de los postulados estéticos del Centro Cultural Rojas en los años 90 como fueron el caso de Belleza y felicidad o Sonoridad amarilla. En segundo lugar, las estrategias del saber hacer con los recursos inmediatos relacionadas con la crisis del 2001 y la pasión, al modo porteño, por un orientalismo configurado por el Barrio chino incrustado en el Bajo Belgrano. A todo ello se agrega el resultado de una residencia en el gigante asiático en el año 2016 y, por último, el estudio de las técnicas de decoración de porcelanas al estilo Imari y Satsuma en el taller de Graciela Canero. En una suerte de simulacro sobrio de un espacio oriental se alojan resguardados por el sello de los artistas, bordados, platos y jarrones de porcelana pintados a mano, un Cristo Pantocrator orgiástico de León Ferrari, pañuelos masculinos con personificaciones del teatro Kabuki, un paisaje panorámico en glitter, un dibujo sobre bolsas de plástico que alude a la población gay de China, producto de una estadía en Shangai y Chiachio & Giannone travestidos en brujas protectoras del siempre presente Piolín, el perro Dachshund que los acompañara durante años.
El siguiente tramo es Romance guaraní. El imaginario relacionado con la selva ha gozado de mas divulgación en nuestra literatura que en las artes visuales. A partir del conocimiento del Delta y de la cultura asociada al Río Paraná, Chiachio & Giannone tomaron la imagen guaraní como símbolo de su amor y de una existencia disidente. El estudio minuscioso de la flora y de la fauna de la región reluce en El amor del Irupé (2006) y especialmente en La familia en el alegre verdor, obra con la que ganaron en el año 2013 el concurso de la Cité Internationale de la Tapisserie d´Aubusson.
El interés por las culturas originarias se extiende en Ecos del Collasuyo, En este caso parte de la influencia de los símbolos y mitos americanos y de su atravesamiento político. La figura del ekeko (símbolo andino de la abundancia y fecundidad) cobra, en este sector, un lugar protagónico. Chiachio & Giannone se representan como esta deidad y de su connotación festiva y la multiplican en una serie de cuentas de porcelana, incluyendo un tapiz homenaje hecho con la colaboración de Liliana Ida Ponisio al artista textil salteño Carlos García Bes.
Sueño americano resume distintos senderos seguidos por los artistas en EE.UU. En ese país tomaron conocimiento de los diseños de Alexander Henry que pueden verse incorporados en algunas de las obras expuestas, absovieron los destellos de la cultura gay de una meca como San Francisco y se involucraron con el Museum of Latin American Art de Los Angeles y con el colectivo LGBTIG+ de Long Beach. Con ellos confeccionaron una gran bandera del arco iris para la Marcha del orgullo del año 2015.
El trayecto por el continente americano acaba en el núcleo Rincón Caribe que exhibe el resultado de dos proyectos realizados con artesanos de Guatemala y Colombia en el contexto de dos exposiciones. En el primer país delegaron la confección de piezas textiles con la representación del grupo familiar (Chiachio, Giannone y Piolín) a artesanos locales como forma de indagación de sus tradiciones y, en el segundo caso, se trató de la realización de un exquisito bordado junto a Gladys Tamara Bustillo que da cuenta de la visita de ellos al pueblo de San Jacinto.
En el núcleo denominado El viejo mundo la dupla produce una vuelta de campana crítica de la historia del arte occidental con una calculada dosis de irreverencia pero, al mismo tiempo, con el suficiente rigor necesario para generar fructíferas intersecciones que involucran la iconografía gay, el diseño de la Bauhaus o la decoración pompeyana como se puede apreciar en el caso de Paisaje pompeyano (2016-17).
El último capítulo de la exposición, La invención de los Comechiffones se concentra en la producción mas reciente. Comechiffones es un neologismo que sintetiza la herencia ancestral de Leo Chiachio con los chiffoniers parisimos que recolectaban retazos de telas descartadas por la industria en los siglos XVIII y XIX. Esta sección condensa técnicas y operaciones simbólicas que aparecían anteriormente y resalta intereses relacionados a las artes decorativas y elementos del ámbito doméstico. Es posible entonces, apreciar acá, jarrones, cortinas, vestidos para bailes folcróricos, una película en Super 8 filmada junto a Agustina Comedi y un tapiz de grandes dimensiones, Comechiffones (2004) que corona la sala.
En el pasillo que corre en forma paralela al espacio central de la exposición se añade un apéndice designado como Lazos de familia. De acuerdo al texto curatorial este agregado ·se centra en cómo la práctica artística de Chiachio & Giannone expanden la noción de familia desde el núcleo tradicional, para incluir filiaciones estéticas”. Obras de la serie Familia a seis colores así lo testimonian con citas a Jacoby y Sainz o a los carteles de Liliana Maresca por ejemplo. Se suman a ellas fotografías de la pareja junto a sus perros en contextos amistosos y hogareños.
Vivir sus vidas crea la ilusión de una experiencia que recrea un museo familiar dentro de un espacio museítico moderno y convencional gracias al acertado trabajo curatorial de Leandro Martinez Depietri. A se vez, es una puesta en escena que despliega una singular intimidad; una intimidad que no deja de multiplicarse a puertas abiertas.