Nota publicada online
La muestra de fotografías de Magnin se presenta en Gachi Prieto hasta el 15 de septiembre.
Ánima es el nombre de la muestra fotográfica presentada por Carolina Magnin en la Galería Gachi Prieto de Buenos Aires.
La artista utiliza, para la realización de esta serie, uno de los formatos que dominaron durante el auge de la fotografía analógica: la diapositiva. “En el mundo dominado por la imagen digital -señala Valeria González en el prólogo de la muestra-, Carolina Magnin encontró en las diapositivas, ya caídas en desuso, un tesoro singular. Muchas personas podemos aún recordar aquellas reuniones en familia, la mágica oscuridad, el esperado ritual de ese cine casero…”. Hermana de la linterna mágica, la diapositiva fue elegida como medio para captar imágenes por sus valiosos atributos: la fidelidad del color, su nitidez incomparable, su cualidad archivística. Posee, además, su propio marco, lo que acentúa su condición de objeto único, de pequeña reliquia.
La artista colecciona, desde hace tiempo, estas pequeñas imágenes positivas directas y las utiliza como punto de partida. La matriz de esta serie es una cuidada caja/estuche de diapositivas que es el continente de un repertorio latente, disponible para que Magnin se asome a la exploración y proceda al rescate de ciertos fragmentos seleccionados. Algunas de esas imágenes son amplificadas y reproducidas en vinilo cristal, son fracciones elegidas de entre los pequeños mosaicos de vidrio, ampliadas hasta convertirse en cristales de proporciones considerables, acto que potencia la irremediable fragilidad del soporte.
En el paradigmático film Blow up, su protagonista, un fotógrafo inmerso en aquella Londres pop de los años sesenta, ampliaba compulsivamente una fotografía en busca de la evidencia de un crimen. Lejos de ese propósito, aquí tal vez la misión sea tratar de remediar el vacío insondable entre la materialidad de la foto y la memoria; porque ánima es, también, esa “cosa que se mete en el hueco de algunas piezas para darles solidez”.
Es una forma de incitar a la imagen a revelar su utópica verdad. Sus ilusorias texturas, que provienen de tiempos y lugares diversos, emergen a la superficie desde una materia prima casi mínima, etérea y laminar. Despegando capa tras capa se van desvelando cada una de sus marcas, de sus partículas, para volver a conjurarlas y sacar a la luz un universo sumergido. Así utilizada, una diapoteca puede ser un reservorio para propagar historias a la manera de cajas chinas: recortes de potenciales relatos, uno dentro de otro, son propicios para construir un mundo nuevo para la memoria personal y colectiva.
En la era digital es sencilla la aplicación de filtros y colores retro y vintage para producir distintos efectos que apelan a la nostalgia. Pero, aunque sus efectos sean análogos, la utilización de filtros personales traspasa lo superficial. Son capaces de acercarnos a la inestable posibilidad de “elegir bien entre el mirar y lo mirado”, tal cual reza en el cuento de Julio Cortázar que fue inspiración para la mencionada película de Antonioni. Un intento por llegar a “desnudar –en última instancia- a las cosas de tanta ropa ajena.”