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El Museo Nacional de Bellas Artes presenta la exposición temporaria Carmelo Arden Quin. En la trama del arte constructivo, que ofrece un panorama de las transformaciones en la obra plástica del creador uruguayo y sus vinculaciones con los artistas constructivos durante toda su trayectoria. La muestra, curada por Cristina Rossi, permite apreciar en las salas 37 a 40 del primer piso 103 obras de Arden Quin, puestas en diálogo con 63 piezas realizadas por más de 50 artistas contemporáneos.
Inventar, hacer una cosa nueva, fue un impulso que acompañó a Carmelo Arden Quin desde sus inicios en el arte, a principios de la década del 30 en Montevideo, hasta su muerte en Francia en 2010, a los 97 años de edad. Su nombre mismo era una invención -había nacido Carmelo Heriberto Alves Oyarzún en 1913 en Rivera, Uruguay- y décadas después inventó otro, Madi, que quedaría para siempre asociado a él: “Yo quería un nombre (para este arte) y, viendo las letras de mi nombre, saqué Madi. Y tuve la gran alegría de ver que eso correspondía a las primeras sílabas de materialismo dialéctico”, cuenta en una entrevista que le hizo Ernesto Livon-Grosman y que puede verse en Youtube.
La obra profundamente original de este artista, inventor de nombres, de poesía y de belleza, puede verse ahora el Museo Nacional de Bellas Artes en la muestra "Carmelo Arden Quin. En la trama del arte constructivo". Con curaduría de la historiadora del arte Cristina Rossi, la exhibición despliega en tres salas del primer piso del museo más de un centenar de sus obras en diálogo con 63 piezas de 51 artistas constructivos con los que se vinculó a lo largo de su trayectoria: Joaquín Torres García, Martín Blaszko, Gyula Kosice, Bolívar Gaudín, Juan Melé, Martha Boto, Wolf Roitman, Rhod Rothfuss, Hélio Oiticica y Luis Tomasello, entre muchos otros que incluyen también a dos grandes de la fotografía: Grete Stern y Sameer Makarius. La muestra se completa con copioso material de registro y documentación.
Apenas ingresa en la primera sala, el espectador se encuentra con “Gente graciosa”,dos pequeñas piezas de madera recortada de Joaquín Torres García (ca. 1922). Ese inicio no es casual: fue Torres García quien introdujo el arte constructivista en Sudamérica y también quien influyó decisivamente desde el principio en la obra de Arden Quin. “Fue sin duda su maestro. No maestro porque haya asistido o haya sido parte del taller -explica Cristina Rossi en un recorrido por la muestra- pero sí porque Torres es quien él reconoce no solamente desde lo plástico (la proporción áurea, del color tonal y las formas articuladas) sino también desde la voluntad de trabajo colectivo, desde la pulsión hacia la escritura de manifiestos, de textos y demás”.
El mismo Arden Quin reconoce esa relación con su compatriota en escritos y entrevistas. “Nunca estuve en el taller de Torres García, pero hablaba mucho con él y cada vez que lo veía y hablaba con él era una lección de pintura”, dice de esa etapa inicial de su trayectoria, antes de dejar Montevideo y radicarse en Buenos Aires a fines de 1937.
La exposición es hasta cierto punto una retrospectiva en la que se encuentra obra de todos los períodos que componen las siete décadas de trayectoria de Arden Quin, desde que forma parte de la vanguardia de los 40. Sin embargo, no sigue una cronología rigurosa. “Desde el punto de vista del guión curatorial -explica Rossi- podemos encontrar una línea en la que observamos las obras de los distintos períodos y las transformaciones en la obra de Arden Quin. Pero al mismo tiempo vamos a encontrar algunos diálogos que tienen que ver con los grupos que él forma”.
En su recorrido por la muestra, la curadora caracteriza a Arden Quin como un artista que atravesó todo el siglo XX pero que muy tempranamente, en sus inicios, enfrentó un momento en que el avance de los fascismos y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial llamaba a los jóvenes a tomar posición. Siempre supo que no podía adoptar esa posición en soledad. De modo que desde ese momento fue un entusiasta formador de grupos: “Cuando a fines del año 38 llega a Buenos Aires, se involucra con un grupo de jóvenes artistas y poetas que intentaban hacer una revista de vanguardia, que resultaría años después en la famosa Arturo. Revista de artes abstractas, de la que se publicó sólo un número en el verano de 1944. Y el último grupo que forma en su vida es Madi Internacional, cuando tenía ya más de 70 años. Así que ese impulso lo acompañó durante toda la vida”. Entre esos dos hitos hay muchos otros, como la formación del grupo Madi Buenos Aires en 1946/47 y el trabajo con Gyula Kosice, de Diyi Laañ y Rhod Rothffus, entre otros, que es quizá el que funciona como referencia inmediata en la trayectoria de Arden Quin. Pero su participación en él fue muy breve porque, después de trabajar en un taller/galería con Ignacio y Martín Blaszko, en 1948 decide viajar a París.
También breves -como simples y claras- son las frases con las que el artista describió el arte Madi: “Ruptura del cuadro, sistematizar lo móvil en la escultura, en la arquitectura, en la pintura, en la poesía... En el arte moderno, hasta Madi, la pintura siempre se hace en un rectángulo (...) El ángulo recto es el único. ¿Porque no un triángulo, un pentágno, un trapecio, un óvalo, un círculo? Los grandes maestros no lo vieron porque estaban muy cómodos en el interior del rectángulo. Había que crear una nueva superficie y llegar a la forma decoupé, a la forma Madi, marco recortado. La geometría hasta Madi es eso: punto, línea, plano, rectángulo. Nosotros agregamos el triángulo y hacemos una forma Madi (...) La plástica de cada uno de nosotros es libre, pero tiene que hacer forma. Si juega eso en el cuadrado, pertenece a la geometria clásica. Eso es lo que distingue a Madi. Madi siempre está asoaciado a lo dimensional, al espacio”.
Cristina Rossi explica que esos años que se inician en 1948 en París se despliegan en la segunda sala de la muestra: “Esa etapa, muy fructífera y menos conocida para la Argentina, es la que también quiere dar a luz esta exhibición”. En 1950 Arden Quin relanza el grupo Madi en París y ese taller en 1951 se convierte en el Centre de Recherche et d'étude Madi. “Ahí entonces alterna con una cantidad de artistas latinoamericanos (peruanos, venezolandos, uruguayos) que van desde aquí, como Roitman y muchos franceses que se suman”, dice Rossi. En esa segunda sala se exhiben también trabajos de artistas del grupo Madi Internacional y artistas de Francia, Bélgica, Hungría, Italia, siempre en diálogo con obras de Arden Quin. Y es en este segmento de la muestra, la segunda sala, donde -en el afán de mostrar la fertilidad y riqueza de ese intercambio creativo- se produce lo que quizá sea un exceso para el visitante: demasiadas piezas en dos paredes enfrentadas y completamente colmadas de obra. Tanto, que en ocasiones es imposible encontrar los datos de cada una en los textos de sala y se dificulta la interpretación de lo que se exhibe.
La mesura se recupera en la tercera y última sala de la muestra, donde solamente se presentan obras de Arden Quin en las que “no se sigue necesariamente una línea cronológica -explica la curadora- sino que está planteada más bien a partir de las tipologías. Es decir, marcos recortados y poligonales, formas galbée (superficies cóncavo-convexas), estructuras o pinturas transformables, móviles, coplanares, relieves articulados, etc.”
Para la mejor interpretación de una trayectoria artística tan dilatada y un material tan rico y diverso, en la entrada de la exhibición la curadora presenta un gráfico de grandes dimensiones en los que toma los recursos plásticos del Arte Madi -la superficie curva, lo lúdico, el vacío- y los asienta sobre el derrotero trazado por Arden Quin: Montevideo, Buenos Aires, París y la expansión hacia Europa y Latinaoamérica. “Me parece que condensa un poco lo que he podido estudiar a partir de haberme zambullido en su archivo y en su historia”, concluye Cristina Rossi.