Nota publicada online
La exhibición, curada por María Florencia Galesio y Pablo De Monte, investigadores del museo, incluye más de cincuenta pinturas y collages creados entre 1963 y 1989, y se organiza en dos ejes temáticos que permiten comprender la reiteración de temas en distintas épocas de la producción de Alonso.
Mendocino, dibujante y pintor, Carlos Alonso (1929) es un testigo inobjetable del doloroso tiempo que le tocó vivir. Vive en Unquillo, provincia de Córdoba, a metros de la Casa Museo de Lino Enea Spillimbergo, su maestro y amigo.
“No puede pensarse la historia del último medio siglo de la Argentina sin la obra de Carlos Alonso.” Asegura Andrés Duprat en el texto de la muestra. “Es un hilo que la tensa, la denuncia, la interpela y la enmienda, a la vez que la sabe irreparable. Entre la alegoría y el realismo crudo, descalabrada por las violencias usuales, la producción del artista discurre por temas, formas y preguntas, con la sospecha de que la respuesta nunca cambiará. Y de que hay horror en ella."
Y es que Alonso fue atravesado por muchas tragedias sociales, políticas y personales que se reflejan en su obra. Vivió amenazas, censura, el exilio y la mayor de todas las tragedias: la desaparición su hija Paloma, a la que aún hoy no tiene consuelo ni respuestas.
Pero, sobre todo Carlos Alonso es un poeta, como el mismo confesó en la presentación de su libro: “Es una alegriá estar aquí y ver como mis pinturas encontraron su propio camino, sus rechazos y sus adhesiones. Porque la pintura es la que manda con sentido comunitario y, sobre todo poético. Me formé entre poetas, escuchando la metáfora y ésta significó una forma de iterpertar la realidad, no fotográfica, no realista sino comprometida y creativa.
Cuando miro la obra ‘Los camilleros’ pienso ¿y este disparate de dónde salió? Estos camilleros llevando una pareja haciendo el amor en una camilla des ejército. Pero siento que allí está la voluntad de perseguir una idea. De creer en ella. De atrapar lo no pintado y de atrapar al espectador para que se quede, que profundice y se lleve y deje algo algo.”
La exhibición se organiza en dos ejes temáticos
El primero de los ejes es “Pintura y tradición”, que comprende los collages de la serie “Blanco y negro”, y las piezas que citan y rinden homenaje a sus maestros y a grandes artistas de la historia del arte, entre ellos, Lino Enea Spilimbergo, Vincent van Gogh, Gustave Courbet y Pierre-Auguste Renoir.
“En realidad no son homenajes”, declaró Alonso durante la misma presentación. “Fueron la búsqueda de un camino. Cuando viajé por primera vez a Europa y conocí a Velázquez sentí que ni el mil años podría pintar como él.” Cuando se encontró con Van Gogh sucedió todo lo contrario: “Lo sentí completamente abierto y cercano, el pintó su cama, su silla, su pipa y sus zapatos. Me abrió los ojos”.
El segundo núcleo, “Realidad y memoria”, presenta trabajos en los que el artista reflexiona sobrela historia argentina y manifiesta su compromiso social y político, como en la serie dedicada a la muerte de Ernesto “Che” Guevara. Además, la reconstrucción de la instalación “Manos anónimas”, originalmente creada en 1976, ocupa un lugar central en el recorrido de la muestra.
Una exposición imperdible de un maestro que durante 30 años hizo silencio. “Estuve sin trabajar recuperándome de la pérdidas, la de mi hija Paloma, la del país, la pérdida de mis afectos y todo lo que tiene que ver con el exilio.”
Finalmente recordó un pensamiento que lo contiente y el auditorio estalló en un aplauso interminable reconociendo a un gran maestro de la pintura y de la vida:
“Quiero que se enciendan mis carbones, que no se atemperen mis témperas, que no se quemen mis pasteles y que sean los santos óleos los que me hagan pintar un cuadro que sea mío y también de todos.”
Sin duda las pinturas de Carlos Alonso son de todos. Porque su pintura habla un lenguaje universal y, al igual que sucede con la Meninas de Velázquez, el espectador la mira y no se puede ir, se queda y profundiza, completando esa instancia de llevarse y dejar algo. Su pintura es pintura y es poesía porque refleja también lo no pintado.