Nota publicada online
En esta muestra Santiago Porter materializa un corpus de obra donde el eje pasa por un acto reflexivo, obsesivo en los detalles, que nos induce a mirar un catálogo por el que pasa nuestra historia.
Santiago Porter nos ha deleitado en una de sus series anteriores, la que recoge el libro Ausencias, donde indaga sobre la forma en que puede recordarse a una persona que salió de la vida por un acto furioso y a la vez, tan certero, como para matar sin reparos en un atentado de magnitud, imborrable en la memoria colectiva. La atenuación de ese trauma se mostraba contenida en una calidad de la luz donde esa memoria cobraba sentido y promovía una empatía emocional muy cuidada en el gesto. En aquella serie el retrato era indispensable para sellar la relación entre lo que se fue y lo que aún se conserva y atesora.
En esta otra, Bruma que se exhibe en la Galería Rolf, hay una serie de nexos que conectan un derrotero que da cuenta como en un catálogo, en los que se percibe el reverso del progreso, la ruina y el paisaje como resto de una actividad humana. Las tomas, cuidadas y maravillosamente elocuentes, han sido exhibidas en distintos momentos, nos resultan por tanto familiares. Pero en esta oportunidad así reunidas, nos permiten valorar el despliegue que Porter viene realizando del 2005 al 2015, como parte de un dossier de emblemas que ahora podemos apreciar mejor, tanto por la muestra como por el libro Bruma, editado por Ediciones Larriviere, de excelente calidad en la reproducción de las imágenes, a los que se asocia unos textos lúcidos de Paola Cortes Rocca, que amplía nuestra percepción hacia los nexos teóricos que esta obra posibilita.
Afirma Cortes Rocca que en esta serie es posible reconocer “los restos de un futuro que no tuvo lugar”, entre otras cosas porque son huellas de derrocamientos, proscripciones y relatos que necesitaron ser abandonados, en una tensión social, política y económica que regularmente nos ha obligado a reacomodarnos. También creo que inducen a reflexionar sobre la brecha que persiste entre los argentinos, que se mantiene en el tiempo casi sin indicios de superación, como un mal congénito o un acostumbramiento perezoso. Y como se sostiene en el texto “sus fotografías siempre buscan hacer legible el mensaje central de los vestigios personales y privados, públicos y colectivos: nada ni nadie desaparece por completo, nada ni nadie puede devenir en ausencia total”. Vestigios que denotan los edificios captados como retratos, “el álbum de retratos ya no del país, ya no de la patria o de la república, sino del Estado”, donde el uso de los materiales y el diseño arquitectónico acreditan una temporalidad distinguible, en parte claramente consumada, que no necesitan de un título específico sino simplemente se enuncian como ministerio, hospital o central sindical. Esta es la parte I de esta serie que se desarrolla en unas piezas de calidad casi táctil en los detalles, con una luz tan singular que obliga a mirarla detenidamente.
La serie II se centra en profundidad con el sentido de la ruina, los escombros, los restos. Y nos llevan a comprobar que, para este catálogo específico, Porter debió ir tras la presa como un cazador obsesivo. Como sucede con la estatua de la mujer sin cabeza, una pieza de mármol entero que fue martillada con odio para quitarle identidad y desechada luego del derrocamiento de Perón. “Es el cuerpo de Eva Perón que encarnó una época, que fue objeto de devoción y odio, de propaganda y escarnio, y que no cedió su centralidad siquiera en manos de la muerte” dice en el texto y conocemos la historia del cuerpo de Eva Perón y sus avatares tan únicos.
En la III, hay un señalamiento de paisaje “falsamente naturales” como son un basural en Río Gallegos, o la quema de los restos después de la cosecha de caña de azúcar en Tucumán. Aquí la acción del humano es quien modifica completamente el concepto de arruinado para ser una temporalidad determinada captada en un espacio de tiempo móvil que está destinado a acrecentarse o modificarse. Unos planos donde la bruma lo invade lentamente hasta hacerlo difuso a medida que fuga sin permitirnos ver el horizonte.
Calidad del discurso, fuerza sutil en el mensaje de las imágenes y una integridad que puede centrarse en una indagación profunda sobre nuestro territorio y sus huellas.
El viernes se presentó en la galería, con gran concurrencia de amigos, público y artistas, el libro editado por Larriviere. Un ejemplar que vale la pena tener en la biblioteca.
La muestra podrá visitarse hasta el 16 de marzo