Nota publicada online
“Imposible describir la emoción de estar acá”, decía sonriendo Mindy Lahitte (responsable, junto con Silvina Pirraglia, de la galería Hache de Buenos Aires), recordando sus orígenes en el espacio pequeño y compartido de la avenida Santa Fe. Hache es una de las ocho galerías argentinas presentes en la feria madrileña Arco, que reunió 185 espacios de arte de Europa y América, esta vez con el impactante faltazo de las brasileñas.
Cada una a su modo, las galerías argentinas se hicieron notar. Pasto llevó un solo show de acuarelas y fotografía de Mauricio La Chola Poblete, quien protagonizó la célebre escena de saludo a la reina (“Después de 500 años nos volvemos a encontrar”). El galerista César Abelenda, quien acusó haber vendido casi todo, saludó a la reina con poncho puesto, como su artista.
Rolf apostó al golpe de efecto con un complejo montaje de proyectores y películas en super 8 de corte histórico y documental intervenidas por Andrés Denegri, idea que se reflejaba también en las fotos de Sara Facio y Marcelo Brodsky y que les valió el premio Lexus al mejor stand de la feria.
Invitada por Arco, Orly Benzacar llevó a Catalina León y a Marie Orensanz, y montó un interesante contrapunto entre la obra desfachatada y fresca de una y el rigor de la otra. La galería Constitución presentó obra de Alberto Passolini y Alfredo Dufour.
La galería Walden llevó arte textil de la mano de la artista venezolana Marta Palau, bellísima obra montada de modo sencillo y exquisito, que le valió el premio Solo/Dúo Martin Miller, y muchas ventas. La galería Piedras llevó papeles de grandes dimensiones de Jimena Croceri.
Párrafo aparte se merece la galería Herlitzka-Farías, que siempre ofrece joyas inesperadas como el collage de Yente (vendido a toda velocidad), el calendario nuclear de Leandro Katz, y las grafías de Mirta Dermisache, favoritos de compradores alemanes y vieneses.
Hache se lució con obra de Santiago García Sáenz, continuando con el trabajo profundo y comprometido con elestatedel artista. Además de suscitar el interés de instituciones relevantes, Eduardo Costantini compró una obra icónica el primer día de la feria.
El uruguayo/italiano Piero Atchugarry, hijo del célebre escultor, vendió a un coleccionista argentino una obra del danés Adam Jeppesen, una foto de un paisaje que luego el artista abolla, cuelga de varios lados, y sumerge en una solución de aceite incoloro. Allí también podían verse sólo algunos de los muy buenos artistas brasileños.
Pero la presencia de artistas argentinos no se limitaba a nuestras galerías. Artistas como Tomás Saraceno, con una serie de obras a veces minimalistas, otras monumentales, y siempre bellas, convocaba multitudes en el stand de la galería alemana Neugerriemschneider, y Liliana Porter era muy comentada y fotografiada en la galería española Espacio Mínimo. En la galería inglesa Richard Saltoun la obra textil de la veterana artista colombiana Olga de Amaral, que no era barata, se vendía casi sin pelear el precio.
La obra de la joven artista peruana Wynnie Mynerva ,Cerrar para abrir, un video en el que se cose la vagina, seguramente fue una de las más provocadoras de esta edición en la Galería Ginsberg de Lima.
La potencia de los artistas latinoamericanos ya no se discute en Madrid. Galerías y museos les dedican muestras y retrospectivas. Entre muchas propuestas atractivas se distinguen dos artistas cubanos por su factura exquisita, su innovación técnica, y su narrativa.
La primera es la muestra de la obra reciente de Gustavo Pérez Monzón, Relaciones-Movimientos & CAUSAS INTERNAS, en la galería la cometa. Pérez Monzón vive en México, ajeno a la política de su país. Artista desde sus años mozos, dejó de producir, desalentado, hasta que se encontró con Ella Fontanals-Cisneros, quien además de comprarle casi toda su obra lo alentó a probar nuevos caminos. Los tapices geométricos producidos con los artesanos de Oaxaca, en exhibición junto con su importante obra gráfica, son sutiles e inesperados.
En el Museo Reina Sofía puede verse la original obra de Belkis Aylón, artista y grabadora activa en las décadas del 80 y 90 que se suicidara a los 32 años. Afrodescendiente, su tema es la religión Abakuá, llegada con los esclavizados africanos. La hermandad Abakuá reprodujo, por un lado, las relaciones de dominación de su país de origen (por ejemplo, la exclusión de las mujeres), y se convirtió también en asociación mutual de ayuda a sus pares, todo bajo el más estricto secreto para evitar la cárcel, la mutilación y la muerte. Ayón se anima a realizar colografías de grandes dimensiones, ensamblando varias secciones y armando imágenes como un rompecabezas. La obra, primero a todo color y luego en blanco y negro, da cuenta primero de una mitología y luego se anima a narrativas alternativas. Aparece así la serie de Sikán, madre fundadora de la religión, con un nuevo papel en la historia, que propone por propiedad transitiva un nuevo espacio en la construcción de poder y de sentido para el género femenino. La obra oscura, triste, muda (no hay bocas, no hay sonido) es sobre todo humana. El sincretismo de algunas imágenes, que nos remiten a Bizancio o a la Sagrada Familia, nos recuerda que nada es puro y que el dolor y el milagro de estar vivos es a veces una misma emoción.
La buena performance de las galerías argentinas en Arco fue acompañada por las acciones paralelas que organizó la fundación arteBA. De las visitas guiadas de coleccionistas europeos (de la mano del solvente curador de la sección latinoamericana Mariano Mayer), a la organización de la recepción en la residencia del embajador argentino en España, Ricardo Alfonsín, se notó un cambio de época de la mano del nuevo Consejo de Administración presidido por Larisa Andreani. Esa noche se habló mucho del trabajo que hay por delante: lograr sensibilizar a los responsables del desarrollo de políticas públicas sobre el impacto real que tiene la cultura en la economía, para generar regulaciones sensibles que le permitan crecer.