María Paz Valdivieso (1960) ha desarrollado, en un corto período, una faena de muchos méritos en la pintura, entre los que cabe rescatar la originalidad y la osadía para abordar temas y géneros que, aunque vistos y revistos en la historia del arte, pueden aparecer como novedosos, siempre y cuando su tratamiento porte el acento personal que cualquier creador visual desee imprimir a su imaginario y repertorio. Su constante explícita es la figura humana en situación de total cotidianidad.
Habiendo estudiado decoración de interiores, completa su formación plástica con clases en los talleres de Juan Ibarra, Eva Lefever, Matías Vergara y Concepción Balmes, cuatro artistas visuales consistentes que desarrollan lenguajes muy distintos, hasta divergentes a ratos, pero que enriquecen y potencian la postura y propósitos de los contenidos y formas de su trabajo.
Actualmente, la mirada y los intereses quedan volcados en los estudios inagotables que despiertan los fosos de las orquestas con sus diferentes instrumentistas. No en vano titula su muestra "Sonidos del color".
El tema, ya tratado en el pasado por importantes maestros de la escuela francesa y por pocos chilenos, no resulta anticuado ni extemporáneo. Vienen a la memoria de inmediato ciertas obras de pintores de finales del siglo XIX, como también la rutilante e innovadora pintura de Raoul Dufy (1877-1953), clara lección sobre las armonías de los cromatismos y de los remansos musicales posibles, plagada de animados timbres de trasparencias. Aún se recuerda su frase crucial y harto existencialista: "...la vida no siempre me ha sonreído. Pero yo siempre le sonreí a la vida". Divisa clave que orienta toda su producción.
Con la distancia que merece ser guardada, María Paz Valdivieso labora con esmero y aplicación en algo similar.
Logra articular un imaginario que posee lógica y coherencia internas, sobre la base de series temáticas en las que cada obra individual no es más que otra variedad o divertimento de lo que su percepción advierte, registra y transfiere a los soportes.
Su factura, estructurada en el rigor del dibujo y a la vera de la geometría invisible, oculta, sugiere y devela las evidencias fáciles de los temas tratados, en una simplificación esencial y pulcra, de pigmentaciones serenas y límpidas, donde las técnicas y herramientas, incluido el rodillo, facilitan la depuración de su lenguaje gráfico y cromático, tan evocador y espontáneo como lúdico. Empleando superficies desafiantes de su imaginación, arriba a un estilo personal y privativo.
Es su logro mayor que consuma así la ambición más preciada de todo artista. Como muchos pintores de hoy, la faena de la artista se inscribe en un panorama múltiple y diverso para opciones visuales integristas, en el que las soluciones plásticas expuestas y las manifiestas iconografías en boga corresponden a los tiempos de tolerancia que supone el inicio del siglo XXI.
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