Son tan variadas y diversas las temáticas que Francisco Toledo ha abordado en su obra plástica que es imposible caracterizarlo en los límites de un artículo como el presente. Es tan rica su producción artística que merece estudios extensos y profundos que exceden las posibilidades de este artículo. Sin embargo, trataremos de desarrollar en estas prietas líneas una caracterización somera de su obra, partiendo del hecho cierto de que este artista contemporáneo es uno de los más significativos de México en la actualidad.
La fuente creativa de este artista está en el poder receptivo de su memoria y en la capacidad fabuladora de su imaginación. Con razón decía ya a comienzos del siglo XVIII Giambattista Vico que "la comunidad de los hombres es todo memoria y fantasía". Toledo lo certifica ampliamente.
Estos dos elementos sustanciales del hombre actúan en Toledo como su mayor fundamento creativo. Y logra que sus frutos lo trasciendan. Un universo de vivencias se da cita en la obra de este artista. Un imaginario personal pródigo, que recoge, como una esponja perceptiva e intuitiva el colectivo; alucinaciones, pesadillas, desmesuras de toda índole y asociaciones fantasiosas nutren su creatividad. Toledo está dotado de una gran ingeniosidad. Fusiona imágenes, establece mutaciones y metamorfosis; avanza sobre lo enigmático y misterioso, resignifica los mitos, logra impredecibles simbiosis. Resulta así una iconografía sorprendente, siempre impensada, hasta inconcebible. Sólo su caudalosa creatividad la hace creíble y posible.
Creador de seres fantásticos (principalmente zoomorfos), ha desarrollado una poética del mundo animal, principalmente de los insectos. Esto da una idea de su espíritu libérrimo, de su capacidad de invención y de las infinitas asociaciones que es capaz de establecer. En esa fabulación combinatoria, con su dosis de animismo, brujería, sincretismo y leyendas transfiguradas, donde aparecen mitos y ritos resignificados, Toledo despliega toda su capacidad imaginativa. Por su intermedio aparece una nueva mitología, que requiere de una lectura actual.
No hay duda de que en su configuración está el mundo de ensueño de la infancia, con su nostalgia inevitable, propia de un pasado difícilmente recuperable. Por eso se advierte en la obra de Toledo una carga psicológica ancestral. Todo ello lo lleva a inscribirse en una cultura de lo mágico.
Hay otros condimentos que están en la obra, más allá de la particularidad de cada serie temática.
El erotismo, el sexo, la pornografía (sin duda como el reverso de una vivencia religiosa insatisfecha y conflictuada). No es ajeno a ello la presencia vigilante y solapada de la Muerte; un tema inexcusable de la pintura mexicana, abordada por todos sus grandes artistas.
Toledo tiene series como la de sus autorretratos, las desmitificaciones históricas (como cuando "humaniza" a figuras como la de Benito Juárez) o las más recientes referencias al mosaico bizantino. Supo, por lo demás, reelaborar desde nuevas significaciones las obras de grandes figuras de la historia del arte como Durero, Courbet, Chardin o Manet. Para desarrollar esta obra plástica inconmesurable, desorbitada y fabulosa, por su ardiente imaginación, el artista se ha valido de una pluralidad de medios expresivos: óleos, acuarelas, collages, pasteles, grabados mediante las técnicas más diversas (litografías, aguafuertes, aguatintas, punta seca, y diversas combinaciones de ellas). Esta prodigalidad expresiva es otra de las características destacadas de Francisco Toledo. Una reciente muestra en el Centro Cultural Borges de Buenos Aires ha permitido apreciarlo.
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