La pintura de Richard Sturgeon se resiste a las clasificaciones; un dato posible (aunque insuficiente) para comenzar a hacerlo afirmar que su confianza y entrega a lo pictórico nos remonta a esa década de los 80 en que ?como afirmaron algunos especialistas y medios críticos- hubo un retorno de la pintura después de un período en que su expresión estuvo minimizada; también esta afirmación es precaria, pero nos sirve como punto de partida.
Fue notoria en nuestro medio en los 80 la apertura de una exaltada confianza en ese lenguaje que potencia al máximo la imagen pictórica.
Aquel retorno insistió en esa materia a la que es preciso atravesar para que, transfigurada con la adquisición de nuevas libertades, pueda referirse a nuestro tiempo con una nueva elocuencia. La deriva por heterogéneos procedimientos y visiones, la falta de anclaje en una tendencia delimitada se combinan ahora para producir una nueva imagen.
No es casual por eso que refiriéndose a la obra de Sturgeon se hayan señalado sus vínculos con el neoexpresionismo, el surrealismo y el informalismo. El propio artista se ha manifestado en algunas ocasiones tributario de aquellas tendencias aunque se desprende de la observación de sus cuadros que ha organizado o desorganizado en ellos su propio acontecer: esas vivencias que atraviesan sus obras como cifras que hacen su propio jeroglífico. Lo primero que se advierte en las obras de Sturgeon es la potencia con que planta sus a veces enormes telas, esa capacidad de zambullirse para dejar en ellas la caligrafía de una hermética experiencia, fruto de sus espectaculares impulsos gestuales y de una singular fusión de pensamiento e intuición que nos lleva a lo impensado, a esa región donde se establecen imponderables tensiones. Estas obras construidas con fragmentarios relatos que a veces se advierten y a veces no, tienen con sus entradas y salidas llenas de evocaciones una rara inscripción en el torbellino de su generosa materia: lo real aparece como memoria de la propia obra en espacios simbólicos, o lo simbólico irrumpe en espacios decididamente más descriptivos. Casi siempre las claves realistas son siluetas que contornean la escena donde irrumpen las manchas para generar una constante ruptura del plano continuo. Mezcla de presencia y lejanía, de restos diurnos que aparecen como en un sueño, las obras de Sturgeon parecieran la búsqueda de momentos autobiográficos en que insisten antiguas visiones, retazos que viven en su memoria y que reaparecen con insólita fuerza para transfigurarse en imágenes que como dijo Renato Rita (lo parafraseo), sólo podemos merodear, difícilmente comprender. Atinada opinión de quien ha comprendido que la vida de la imagen tiene su propio tiempo y sus propias razones.
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