Eduardo Navarro inscribe su obra en las grandes figuraciones latinoamericanas interconectadas con el drama y la muerte. Es una pintura de corte filosófico, que reflexiona sobre la condición humana y sus fronteras espirituales. Desde los noventa, su pintura representa los recónditos lugares de la muerte; osarios, calaveras, esqueletos, en dibujo, pintura o esculturas monumentales, muestran la crítica condición de la finitud del hombre. Pero igualmente, en su prolífico deambular en el continente, Navarro ha adquirido la conciencia de nuestra geografía y los significados de nuestra crítica realidad en América Latina. En este sentido, el artista se constituye en heredero de esta tradición que data de los turbulentos años sesenta y que dio lugar al imaginario de la muerte, no sólo como entidad ontológica y eterna realidad humana, sino también como condición de una sociedad latinoamericana, cargada de destrucciones históricas, luchas intestinas y de una gran pobreza. Sus obras proyectan la vida al límite, a través de golpes de pincel e insistentes chorreados que desdibujan y dramatizan a los personajes, transformándolos en monstruos sobrevivientes de un candente holocausto. En la obra "Sala de espera" se emula la procesión de la muerte: un grupo de calaveras de bocas con incisivas dentaduras apuntando al cielo se aferra a su bastón del tiempo. Domina un logrado expresionismo que confronta al espectador con el "pathos" de la vida. En la obra "Angel de fuego", una figura femenina muestra su límite paroxístico. Con los brazos en alto y el rostro hacia el cielo, dibuja en su abierta boca un inmenso grito, emanando fuego desde su interior. í¿Es acaso el ángel de la purificación? Siguiendo las grandes herencias de la pintura universal y como una manera de establecer el diálogo con los grandes maestros, Navarro estructura a este ser como la mujer ardiendo en el "Guernica" de Picasso. Otras figuras femeninas trastocan también su condición; en "Reina de Carnaval", un ser femenino de alas desplegadas en negras líneas esquemáticas muestra un desfigurado rostro con dos cachos de diablo; emergiendo de un fondo de incendiarios rojos y naranjas, con el busto colgando al aire y la mano en el pecho en emotivo gesto, camina hacia nosotros sobre una inmensa cruz negra. El pintor retoma aquí una brutal figuración neoexpresionista que dialoga con Francis Bacon pero también plantea su personal visión de la vida. Otra vertiente temática la constituyen los caballos. El caballo de corte frontal muestra los ojos hundidos a la manera de una calavera. Fijo y sin movimientos, propone su porte hacia el espacio externo del cuadro. La pintura del artista se serena, sin embargo, en dos importantes obras. "Ultraliviano" muestra a un personaje masculino lanzado por los aires, flotando entre amarillentas nubes delimitadas por un espacio abierto en azules horizontes. El hombre, desnudo y de cabeza, parece flotar entre dislocado y aéreo. Sus crispadas manos y sus oscuros ojos contrastan con el danzante movimiento de sus piernas. Hay en él una frontera entre la serenidad y la pasión. "Durmiente" muestra una figura femenina yacente a la manera de una Venus renacentista. Su grácil cuerpo reposa solazado sobre su extensa cabellera, rodeada de nubes y flotando en un espacio cósmico. Eduardo Navarro propone opuestos filosóficos en sus pinturas. Sus telas muestran tanto la laceración de la vida como la paz del amor; una entrada a los infiernos o al paraíso del hombre. |
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