Las pinturas de Juan José Molina, uno de los mejores pintores que hayan surgido en Colombia en los últimos años y uno de los más ingeniosos dramaturgos visuales de su generación, ahondan en el absurdo inherente a los espacios en los que se desarrolla la vida interpersonal. El tema en su pintura no es la intersubjetividad misma, ya que sin ella no habría arte, o al menos, éste no tendría ningún propósito. El énfasis está puesto en lo que sucede, instintivamente o través de los mecanismos de la programación cultural, cuando los seres humanos se reúnen y se desarrolla un rápido y generalmente complicado intercambio de mensajes subliminales entre las posturas, los gestos y las distancias entre los cuerpos. Nuestra vida social es un recordatorio constante de la fragilidad de la comunicación.
A lo largo de los últimos cinco años, el negro y el blanco (y diferentes matices de gris) han dominado la paleta de Molina, pero éste no ha sido siempre el caso. Colorista brillante, Molina solía conjurar enigmáticos escenarios en los cuales racimos de figuras humanas se dedicaban a actividades disociadas. En "Ballena" (óleo sobre tela, , 7 x 10 pies, 1995), un grupo de observadores de ballenas uniformados se reúnen despreocupadamente frente a un cetáceo, pero en general sin percatarse de él. Alrededor del animal, un grupo de soldadores adhiere grandes planchas de metal al cuerpo de la ballena. No hay contexto, ni paisaje, ni horizonte. La ballena abarca un rango de resolución que va desde la descripción realista hasta el bosquejo rápido. Los observadores de ballenas están representados en forma realista, mientras que los soldadores han sido vagamente delineados con trazos color sepia. La pintura constituye tanto una afirmación de la interacción entre la pintura, la escultura y el dibujo como de la intersección sin sentido de las acciones e intenciones humanas.
"Ballena" procede de un período en el que Molina ejecutó una serie de dibujos en carbonilla sobre papel que tituló "Radiografías". Son placas radiográficas imaginarias "tomadas" de porciones de la tela, como las que podría tomar un conservador de una pintura de un gran maestro de la antigüedad para determinar lo que yace "debajo" de la capa visible de pigmento. La diferencia reside en que en este caso se trata de dibujos y no de rayos X, y lo que revelan son imágenes que pertenecen al pasado imaginario de la tela. En una brillante inversión de la cronología tradicional del proceso creativo, los dibujos han sido realizados una vez finalizada la pintura, creando un pasado fantástico para la pintura que sólo podría plasmarse en su futuro. Fueron estas "Radiografías" las que sirvieron como punto de partida para el desarrollo de las pinturas en blanco y negro de Molina. Lo que torna absurdos a los espacios interpersonales es la coexistencia de voluntades, o en otras palabras, las nociones de tiempo. Cuando los individuos se ven obligados a trabajar en conjunto, dejan en suspenso su voluntad y la conciencia del tiempo en la que se basa. Cambia la dirección de la fuerza gravitacional de la individualidad y la intensidad de la vida subjetiva se desplaza en pro de una armonía temporaria que se exprese en los espacios públicos. El ingenio de Molina se basa en su profunda observación de los seres humanos en tales espacios. El impulso que anima su obra es la búsqueda de una representación cada vez más refinada de la tensión entre la vida interior subjetiva y las reglas que imponen comportamientos, posturas y proyecciones específicos en estos escenarios públicos, además de sus implicaciones para la conciencia colectiva e individual. Esta búsqueda explica su frecuente utilización de grupos de desnudos masculinos. En sus obras de fines de la década del noventa -el principio de sus telas en blanco y negro- estos desnudos se ubicaron en escenarios que representaban comedores despojados; los sirvientes y aquellos a quienes servían coincidían en los mismos espacios, aparentemente sin ninguna conexión. De hecho, a veces parecieran estar a punto de enfrentarse, o de enfrentar al espectador, o ambas cosas.
Se pueden ver perros que llevan alrededor del cuello conos como los que aplican los veterinarios para preservar las heridas del impulso de lamerlas y mordisquearlas. Estos cuellos dramatizan la interrupción de un impulso natural, aunque destructivo en este caso. De forma similar, el instinto animal que nos impulsa a marcar territorio y proclamar nuestro dominio debe ser "ceñido" por los buenos modos y las expectativas propios de la sociedad. El vestir al perro y desnudar a la figura humana son recursos complementarios que destacan la misma tensión entre necesidades de orden natural y acciones ordenadas por la sociedad. En sus pinturas recientes, Molina ha simplificado los escenarios, concentrándose en los desnudos masculinos de a pares, en grupos, o individuales, y reduciendo el decorado a los términos visuales más simples. Un grupo de hombres desnudos colgados de la cintura con sogas negras desvanece la grandeza erecta de la figura que está de pie y reduce el poder del físico masculino a una pasividad suspendida. A cada paso, Molina explota el absurdo ineludible e inherente a las posturas estratégicas que asumimos en un mundo social que comparte la intención decidida de la naturaleza de doblegarnos, enterrarnos y olvidarnos.
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