Una muestra de primerísimo nivel nos brinda la reconocida petardista internacional Marta Minujín.
Apoyo a Marta desde los primeros años de la década de los sesenta, cuando hacerlo me valía burlas y recriminaciones de la crítica oficial, la misma que luego le dispensaría ruidosos aplausos. Conozco, pues, de cerca la trayectoria de Marta, desde sus bellos cuadros informalistas que siempre tuvieron algo de constructivos, hasta sus conmociones públicas con sus panes dulces obelisqueños, y sus partenones de libros.
Aunque Marta ha tenido preocupaciones vanguardistas y aún las tiene, no es por ese meridiano por el que pasa su gran talento. Si su sano propósito ha sido siempre sacudir a una sociedad pacata y somnolienta, ello nunca fue en desmedro de su infalible ojo de diseñadora. Ya fuere para recortar en rebanadas las grandes obras de arte del pasado, desde la Venus de Milo, hasta Miguel í?ngel con su David, el gusto de Marta siempre fue certero. Si acompañó a los grandes popes del pop como Andy Warhol, no fue para copiarlos sino para emularlos con su propia creatividad. Lo que es más, creo que la obra de Marta en muchas instancias superó a la de sus emulados. Se diría que con décadas que avanzan hacia el medio siglo de producción, las energías de Marta habrían aminorado. Sin embargo, ello no ha sido así. Desde su "Hora cero" hasta sus muñecos de los meses, tan escuetos como personales, en cada una de estas instancias, Marta cumple con el postulado que requiere Saul Bellow para el arte y su correspondiente ubicación: energía liberada. No creo que pueda entrar en discusión la poderosa fuente de energía que Marta ha desplegado y sigue desplegando a lo largo de su estruendosa carrera. Lo que me interesa aquí señalar es que como toda auténtica revolucionaria cumple Marta con la ley de los ciclos, esto es de las revoluciones, algo que se renueva para alcanzar con creces el punto de partida. Marta Minujin es ya un clásico de las artes visuales. Conquistó sin proponérselo esa condición que marcó su no claudicante rebelión. Hoy clásica, está más vitalista que nunca. En Roldán (Juncal 743).
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