Notas Artistas

NICOLAS MENZA
por Por Melisa Lett

¿Cómo definirí­as al taller?

El taller es un lugar de encuentro con otros y con uno mismo. Hay historias muy mágicas de cómo cada uno me encontró, nos encontramos y se dieron las cosas para poder participar del taller. Por ejemplo pasó que, luego de un año, nos enteramos que dos alumnos eran primos y no lo sabí­an. También hubieron, parejas y matrimonios que se han fundado en el taller.

Creo que todo esto tiene que ver mucho con el ambiente que se gesta, pero fundamentalmente con la filosofí­a de trabajo.

¿De qué trata esa filosofí­a?

Tiene que ver con una manera de sentir, pensar y obrar. En el taller hablamos de la vida, de todo lo que tiene que ver con la búsqueda de la verdad interior y cómo es el camino para plasmar el mundo que uno tiene adentro: las emociones y angustias. Por eso, la manifestación artí­stica no puede ser decorativa.

El arte tiene que ver con la existencia y el espí­ritu tanto para aquel que lo hace, como para aquel que lo recibe.

¿Qué es el arte?

El arte es la verdad interior del hacedor, se trata de un camino hacia adentro. Cada obra es un fragmento de lo que uno puede animarse a descubrir y explorar dentro de sí­ mismo.

Siempre les digo a mis alumnos que mientras estén pensando en el cuadro, nunca va a venir la pintura. El camino nuestro es mucho más incierto y angustioso porque no nos preocupa la idea de hacer el cuadro lindo, sino que cada experiencia, en un bastidor, es la consecuencia de una investigación introspectiva.

¿Qué rol juega la obra en el hacer?

Lo más importante de la obra es que me va a permitir volver a indagar para que salga otra. Cada cuadro es el pretexto y la motivación justa para la pintura que viene. Todas mis experiencias transformadas en obras son parte de una gran obra final, que es la suma de todas. Cada trabajo es un fragmento de la búsqueda de mi pintura.

Cuando se ve una obra de una gran artista, uno se pregunta: ¿Porqué sigue teniendo vigencia luego de tantos años?

No tiene que ver sólo con una factura técnica, sino que hay algo de la condición humana que quedó plasmada en la obra y es universal. Es así­ que muchos pueden vincularse y emocionarse con esa pintura.

Nietzche decí­a que en el proceso creativo hay algo del artista que muere y queda plasmado eternamente en la obra. Pero el cuadro, al mismo tiempo que le saca al artista, le devuelve, le rellena ese vací­o y otra vez, se regenera. Entonces siempre hay una retroalimentación entre obra y hacedor.

¿Se tratarí­a de un diálogo con uno mismo?

Sí­, claro. En la medida en que uno puede aprender y hacer el ejercicio, a través del lenguaje plástico, de dialogar con uno mismo, en la obra aparecen revelaciones . Por eso se tiene que saber escuchar a la obra.

Cuando uno pinta lo hace desde una relación dual, del placer y el dolor. El placer de hacer lo que se siente y se quiere, y el dolor de este parto permanente que es el ir escarbando y removiendo dentro de uno.

¿Cuál es tu rol en el taller?

En el rol de enseñar me siento como un partero. Si bien puedo ayudar y puedo brindar mi experiencia de veintitrés años de trabajo, la criatura es de cada alumno. A lo sumo ayudaré a que el parto sea lo menos doloroso posible.

¿El discí­pulo debe ser semejante a su maestro?

Si bien tanto mis alumnos como yo tenemos una ideologí­a en común, ninguno pinta como el otro. No me preocupa, ni me interesa que pinten como yo pinto, ni tampoco que todos pinten iguales. Incluso cuando viene la modelo vivo no todos hacen lo mismo. No son clases masificadas.

Lo más importante es que cada uno encuentre su propia personalidad, su propia letra.

¿Qué sucede con el arte actual?

En los últimos años se farandulizó mucho el ambiente del arte y se está perdiendo la mí­stica y la introspección, la profundidad en cuanto a lo que uno siente y puede descubrir.

Pareciera a veces que, antes que pintar, lo más importante es transgredir y la trasgresión es una consecuencia del conocimiento. Si uno no conoce no puede transgredir nada ¿Qué reglas se van a transgredir si no se las conoce? En la ignorancia no hay trasgresión, hay estupidez.

¿Qué lugar ocupa la imagen?

Para nosotros la imagen es la consecuencia de un trabajo, de una personalidad que se va desarrollando; no es lo fundamental como hoy se plantea.

Son muchos los que con el apresuramiento de ser reconocidos arman un estereotipo de su personalidad y un estereotipo de su obra. Y es fácil reconocer de quién es el autor porque toda la pintura es igual. En cambio, cuando reconocemos la imagen de Gauguin o de Picasso no es porque todos sus cuadros sean idénticos, sino porque hay una personalidad manifestada en la suma de todas las obras que hacen a la unidad del ser.

¿Te considerás un maestro?

No, me considero un pintor apasionado. También me satisface mucho el enseñar, de hecho hace veintitrés años que pinto y diecinueve que tengo alumnos.

La docencia me apasiona porque la considero parte de la pintura. Pensar en voz alta con mis alumnos y trabajar en conjunto me clarifica mis propias ideas y, sin pincel, siento que estoy pintando.

¿Quiénes fueron tus maestros?

Tuve dos tipos monstruos que fueron Teresio Fara y Rubén Rey , dos grandes maestros porque no me enseñaron sólo cómo mezclar los colores, sino que me tiraron las herramientas para que pudiera encontrar cuál era mi actitud más profunda como hombre, como ser en la vida y en el arte.

Mis dos maestros murieron jóvenes. Recuerdo que Rey antes de morir me decí­a que todo lo que tenga y sepa, nunca me lo guardara, sino que lo diera. El hecho de trabajar en el taller para mí­ es seguir los pasos de aquellos, que en cierto momento, me dieron y compartieron todo; no se guardaron nada. Y yo pretendo hacer lo mismo...