“Bandera. Lienzo, tafetán o tela de forma comúnmente cuadrilonga, que se asegura por uno de sus lados a un asta y se emplea como insignia de una nación u otra colectividad.” Diccionario de la Lengua Española, Real Academia, 21ª edición, Madrid, 1992.
Los motivos por los que se conforman los símbolos de un determinado grupo humano son diversos y complejos, pero una vez establecidos éstos se resignifican al calor de los procesos históricos. Es el tiempo el que los obliga atarse al presente o los condena a ser olvidados para luego ser decodificados como si de jeroglíficos se trataran.
La bandera es el símbolo por excelencia de una nación, es aquello a lo que volvemos cuando queremos pensarnos como país. Sin embargo los procesos sociales y políticos que vivió la Argentina desde 2001 -fecha en que Martina Lorenzutti inicia la serie de la Banderas- coinciden con la desintegración económica del país, lo que determina que muchos argentinos deban marcharse en búsqueda de nuevos horizontes, a la vez que aquellos que se queden vivan momentos de enorme angustia y violencia. Es entonces cuando la bandera nacional será citada innumerables veces por actores sociales y políticos, tornándose símbolo del final de muchas esperanzas, de cambios oscuros e inciertos. En aquel tiempo se hace indisimulable el dicho popular de que no teníamos “la vaca atada”, la aparente abundancia de un país condenado al éxito –expresión sintomática del ex presidente provisional Eduardo Duhalde- terminaba brutalmente en las puertas del segundo milenio. La vaca atada de Lorenzutti se resignifica en la actualidad si pensamos en un país agroexportador cuya sombra de granero del mundo todavía sigue acechándole.
La síntesis de los elementos plásticos y su disposición en planos de colores saturados destacan el mensaje de las obras de Lorenzutti. Banderas geométricas y planas que remiten al Pop y su estridencia publicitaria encubren una crítica mordaz de la situación histórica que vivimos. En País de cotillón se multiplican los símbolos nacionales: el mapa, el dinero con la cara del presidente Menen –recuerdo de la década de la pizza y el champagne-, las letras de plástico con siglas vinculadas a la deuda externa; nos habla del fin de la fiesta y de las secuelas de la diversión.
Sin embargo en las obras de Lorenzutti la planitud del color se rompe por la incorporación de artículos de cotillón que completan el juego simbólico. En Industria Nacional la artista recuerda el fin de la fabricación propia y con ello la pérdida de muchos oficios locales debido a la imposición de lo hecho en el extranjero. Esas herramientas plateadas conforman el sol de la bandera argentina, las que rítmicamente giran sobre un lienzo raspado, gastado, herido.
No sólo lo nacional preocupa a la artista sino también el contexto de violencia a escala internacional con el que se cierra la primera década del Siglo XXI. Es así como muchas de estas banderas aluden a las “guerras preventivas” pregonadas por el ex presidente de los Estados Unidos George W. Bush. También aparecen en ellas la pobreza y la desigualdad social en que gran parte de la población mundial se halla, todas temáticas cotidianas sin solución a la vista. Y es que los colores penetrantes y los juguetes agradables que conforman estas insignias resultan un llamado de atención para el espectador, lo llevan a reflexionar sobre las complejidades cotidianas, complicada trama por la que se debe circular sin perder las esperanzas y sin dejar de jugar.