Más de una vez al ver obras de Antonia Guzmán recordé la sentencia de Chan Yen-Yuan (siglo IX): ``No te canses rebuscando. Persigue lo natural y lo corriente. Allí reside el alma de la Naturaleza''.
Años atrás esta pintora llamaba la atención por su ceñimiento a las representaciones que asociamos con la Antigüedad americana. En esa época no era la única que en la Argentina se detenía a observar nuestras líneas estéticas arcaicas: ya habían fascinado en las primeras décadas del siglo XX a los europeos (fue nuestro aporte al Art Déco) y más tarde a los constructivistas rioplatenses.
De aquella Antonia Guzmán de los pequeños formatos exquisitos, cuyos soportes esquematizaban animales o símbolos de algún alfabeto apócrifo, dejando en medio de los cruces de líneas una sección mínima -como un reflejo azul en el agua-, quedó la alusión a la naturaleza y a su atemporalidad.
Esos caminos viejos de Antonia Guzmán llevaban por lugares hoy ausentes en su produción. Ahora ha abierto aquellos insinuados espejos de cielo, amplió la parcelación del soporte que paulatinamente llenó de color y es así la del pasado y la de ahora; la de América ancestral y la del rigor de Torres García y su escuela. Como este uruguayo, que encontró en España el germen de su arte y creó un lenguaje simbólico para la América conquistada y conquistadora, Guzmán pinta desde acá construcciones, caseríos, que podrían ser de alguna orilla del Mediterráneo.
Ella ha llamado a esta etapa de las "atmósferas caligráficas" -nuevamente el lenguaje alude al eslabonamiento secular del arte- y en ella ponen otra intención comunicacional las cometas que se ven en lo alto, sobre las construcciones enigmáticas. Es el ida y vuelta humano entre el pasado y el hoy, entre Europa y América, entre las sangres cruzadas, que van por la tierra y los ríos como `venas abiertas' al decir de Galeano, por los sonoros barroquismos de Carpentier y por las silenciosos libros que amaba Borges.
Todo eso es Antonia Guzmán, cuyo apellido evoca a la España judía y mora, y a esa latinidad que se nos muestra como una patria, cuando la Tierra nos parece cada vez más ajena.