Resulta sumamente curioso este, por así decir, salto que Feldstein emprende en pos de la visualización del mundo que lo rodea, haciendo a un lado la guía de una consolidada tradición plástica, en busca de otra imaginativa formulación, distinta de la que de un tiempo a esta parte irrumpía con sus figuras alterando los ámbitos planimétricos, para presentarlas emergiendo de un claustro ignoto, como surgidas de una férrea voluntad de
ser a pesar de todo.
Ahora, reemplaza aquella corporeidad sustanciosa y dominante, para urdir un gráfico itinerario, con el cual aprisiona la imagen y la circunscribe perfilándola sobre el trasfondo de un espacio anónimo. Desposeída de su densidad visceral, ella queda a disposición del ojo escrutador, que busca en vano una vívida densidad pero halla sólo la imensión casi aérea de un límite expansivo.
No estaría de más recordar lo que Plinio el Viejo narra en su Historia Natural sobre el origen de la pintura: una joven de Corinto traza sobre un muro el perfil del amado que parte a la guerra, para tenerlo presente durante su ausencia. Este simple contorno será enriquecido posteriormente por los pasos sucesivos que el arte pictórico irá incorporando. Feldstein, a su vez, retiene decididamente la flexibilidad del contorno no para demorarse afectivamente en el recuerdo sino para hilvanar hic et nunc el bullir de hombres entregados a diversas actividades urbanas, y rescatarlos en plena acción.
Si por un lado renuncia a enfrentarnos con los personajes que poco antes lo atraían, al entregarse a la pureza de la línea recupera el fluir de un mundo insertado en la cotidianeidad, pero abstraído de la mera circunstancia. Así, nos invita a seguir la sinuosidad lineal que se despliega en un impulso originado en el deseo de fijar más que rostros o anecdóticas presencias, esbozos de realidades transfiguradas.
El fino espíritu creativo de Feldstein va en busca de errantes apariciones, que se desplazan por predios ingrávidos, lejos de toda posible promesa de instalación definitiva, como presas de un acercamiento del yo al abismo. Sin embargo, una inquietud existencial reduce el desafuero: estamos atestiguando una continuidad rítmica – apoyada en materiales exentos de lujoso atractivo (telas blancas, alambre, varillas de metal de distinto grosor...)¬- que rescata el englobe de la estructura básica de ese escurridizo sujeto que es el yo, expuesto en el ir y venir de la contienda diaria.
Pero en ciertas ocasiones va más allá: al explorar el entorno su intuición descubre, como por azar, el latir de la naturaleza sugiriéndole similitudes. Los organismos vegetales, en este caso las ramas de los árboles, ejercen sobre él una peculiar incitación. Sus manos diestras logran recobrar la esencia del poder formativo oculto en cada trozo de leño, convirtiéndolo gracias a un hábil modelado en un fragmento corpóreo de mimética persuasión.
Así es como vemos hoy a este singular artista, como si se deslizara enroscando y desenroscando un lazo sutil para atrapar leves siluetas que pululan en su entorno y que emergen, casi intangibles pero muy presentes, atraídas por el conjuro avasallador de su fantasía.
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* Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes