A veces busco concentrarme en la historia que quisiera escribir y me doy cuenta de que lo que me interesa es otra cosa, o sea, no una cosa precisa sino lo que queda excluido de la cosa que debería escribir: la relación entre ese tema determinado y todas sus posibles variantes y alternativas, todos los acontecimientos que el tiempo y el espacio pueden contener. Italo Calvino, Lecciones americanas – “Exactitud”
El arte como sinónimo de libertad y también como sinónimo de intimidad interior convoca siempre en el artista el impulso a la creatividad, en donde la sensibilidad egregia permite ideas de amplias identificaciones, prácticamente ilimitadas, acerca de una concepción humana o sobrehumana de la vida.
En la historia reciente del arte, el Pop Art, con su empleo de imágenes de la cultura popular y su crítica radical al mercado del arte y la sacralización del hecho y el objeto artístico, expresó su concepto de transferir a la obra la serialidad de la imagen con la particularidad de que la misma cambia en cada repetición.
Las Plegarias para el Gauchito Gil son también variaciones sobre un mismo tema, el retraimiento de las expresiones religiosas institucionales coincidente con la postmodernidad y la democratización de las expresiones religiosas del hombre nuevo, donde el referente espiritual es elegido en forma espontánea por la base y no por la jerarquía institucional como una nueva forma de fe religiosa horizontal y no jerárquica, tal como refleja el fenómeno sociológico del culto al gaucho aventurero Antonio Mamerto Gil Núñez, focalizado en la provincia argentina de Corrientes y cada vez más difundido en todo el país.
Gaucho trabajador rural, adorador de San La Muerte que tuvo un romance con una viuda adinerada, peleó en la guerra de la Triple Alianza y desertó de la guerra civil correntina saqueando, robando a los ricos para dárselo a los pobres y matando a todo Liberal que se cruzara en su camino, fue capturado, condenado y degollado a los 37 años el 8 de enero de 1878. Le dijo a su verdugo que debería rezar en nombre de Gil por la vida de su hijo, que estaba muy enfermo; el verdugo lo hizo y su hijo sanó milagrosamente. Enterró entonces a Gil en forma adecuada y más adelante construyeron un santuario, que creció hasta hoy, con cientos de miles de peregrinos cada año, especialmente el aniversario de su muerte, aunque hay también santuarios del Gauchito Gil a lo largo de caminos urbanos y rurales de la Argentina, siempre con la presencia del rojo punzó, el color del Partido Autonomista en la Provincia de Corrientes. Los fieles encienden velas y tocan la tumba antes de tomar asiento en largos bancos de madera que dan al tinglado del modesto santuario un aire de iglesia rural, luego de lo que cada cual sigue sus oraciones particulares como le viene en gana: rezan, piden, lloran, ríen; no es raro ver músicos que, bajando de un micro, regalen canciones al santo de sus amores.
La explosión social y mediática que tuvo este personaje de la fe popular argentina en la última década, reflejo de una democratización de la institucionalidad creativa del referente espiritual, es recreada por Hugo Echarri con colores a veces puros, brillantes y hasta fluorescentes, como exaltación epifánica del follaje tropical y exuberante; a veces, al contrario, terrosos como la imanencia del suelo en el paisaje argentino, como símbolo de la encarnación: en ambos casos evocando la base social más humilde de la población y su necesidad de búsqueda de nuevos referentes religiosos o espirituales a los cuales invocar o implorar ante el disfavor del destino y vehiculizar la comunicación espiritual a través de la plegaria.
En esta pintura figurativa pero de clara manifestación postmoderna que utiliza las técnicas más tradicionales de la pintura pero también transita los nuevos medios digitales, el santo popular preferido de las poblaciones carcelarias y de sus familiares inspira al artista una paleta colorida que evoca las expresiones populares que lo plasman y rediseñan y en las que predomina el rojo tradicionalmente asociado a este Robin Hood criollo a favor de los desclasados o explotados.
El diálogo entre la cualidad sobrenatural de lo espiritual, por un lado, y lo natural asociado en el imaginario colectivo a la materia inerte o viva y, en el ámbito social, al supuesto carácter primitivo de los sectores más humildes, por el otro, está reflejado en el contrapunto entre las técnicas: sus figuras emergen como producto de la pulsión de la vida, representando lo natural, que es filtrado por la computadora o por un caleidoscopio, representando lo no natural.
La sacralidad de la imagen, de una esencialidad encendida y cromática, encuentra de esta manera en las Plegarias de Echarri, en cuanto canalización de la necesidad y búsqueda de comunicación -tan milenaria como actual- del ser humano con el Ser superior, su adecuada ubicación en la limitada superficie de la tela, donde transmite la sensación evidente de querer desbordarse y levitar en la trascendencia del personaje, asumiendo así que dicho orden sobrenatural está necesariamente implicado en el natural.
Pinta tu aldea y pintarás el mundo, ha dicho León Tolstoi. Al pintar con tanta vehemencia sensorial el sentido culto a este oscuro y fascinante malandrín que, trascendiendo el vaticinio de Andy Warhol, ha logrado mucho más de quince minutos de fama, el artista nos desafía a rever nuestras ideas y emociones tácitas respecto de la eterna cuestión del delicado pero fundamental entramado entre los grandes pilares del espíritu, entendido éste en su acepción hegeliana, y que en este caso preciso son el arte, la religión y la sociedad.