Atravesda por la historia y la mirada, la obra de Diana Dowek es serial. El punto de vista marca la inflexion del momento vivido con la imaginería plástica que lo sucita. Casi brechtiana, su producción tiene un aceracmiento y una distancia que respira un tiempo de ausencias, pero no solo porque muy a menudo aludan a los años de plomo, a los desparecidos, sino porque lo que no se muestra, lo que no está, tiene una pulsación cargada de silencios entrecortados, de riterados desasosiegos.
El soporte del cuadro participa del significado de la obra: el bastidor no contiene una única tela sino fragmentos que la artista ha ido uniendo como si recuperara restos de pretéritos sudarios, para armar con ellos una historia de vida colectiva. Las costuras están a la vista, como suturas de tantas heridas pasada y presentes, aunando ahora la cálida tibieza de unos cuerpos cansados pero no vencidos. Simplemente han hecho u alto en el camino de una larga marcha que abandonan. Ni ellos, sujetos de la historia, ni Diana Dowek, ávida lectora y comprometida actora de los tiempos vividos.
Desde su inexclusable condición de artista.