En la obra escultórica de María Boneo hay una línea creadora que la define con plenitud. La figura humana, particularmente la femenina, en desnudos, cabezas, manos y hasta en un pie seccionado, protagonizan los profundos sentimientos que animan a la artista.
Todo está logrado desde la expresión, en un juego de ausencias y de presencias lleno de matices. Su estética es clásica, pero su mirada es actual.
Uno descubre en sus obras las grandes lecciones de Rodin, en las que bastan dos manos entrelazadas para manifestar un mundo.
María Boneo encuentra en el gesto, sin crispaciones ni desbordes expresionistas, la manera de plantear su mensaje y de definirse a sí misma.
Su expresión es honda, pero contenida, comunicativa y transparente. Hay un marcado equilibrio entre esa expresión y la forma que la transmite, recordándonos que la forma es pensamiento en sí misma y no una mensajera de esa Idea que anida en el alma como una vivencia imborrable.
En ese sentido, estas esculturas parecen salir de sus entrañas. De allí la fuerza de su convicción. Responden a lo vivido y trasuntan una intensidad afectiva que, a juicio de Nietzsche, constituye la esencia del acto creador.
La materia que utiliza en cada caso, constituye para ella un verdadero desafío. Con el modelado y en el tallado esa materia va adquiriendo la forma que la definirá como parte constitutiva de la obra; en donde idea y realización adquieren una unidad. Mármol, alabastro, resina, diferentes maderas aportan sus propias cualidades expresivas a cada realización.
Si consideramos que en el arte actual hallamos dos polos contrapuestos que van desde la mirada dramatizada hasta lo trágico y la que enfría los sentimientos tomando una distancia irónica y cínica, esta artista encuentra un justo medio a su expresión. Sus imágenes traducen una paz ganada, que dista de ser ingenua o prescindente. Es, más bien, el resultado de una lucha interior que ha alcanzado un bien ganado sosiego.
El necesario para poder quedar fijado y mediatizado en la obra de arte.
En ello, hallamos que la artista, sin dejar de dar carácter a sus obras con la huella necesaria de su tiempo, les imprime una intemporalidad que les da, al mismo tiempo, actualidad y permanencia. Es así, clásica y contemporánea a la vez.