Escribe Fernando Pessoa: "Y así me escondo detrás de la puerta para que la Realidad, cuando entre, no me vea. Me escondo debajo de la mesa, donde súbitamente le pego sustos a la Posibilidad. De modo que me desprendo de mí como de los dos brazos de un abrazo, los dos grandes tedios que me aprietan ?el tedio de poder vivir sólo lo Real, el tedio de poder concebir sólo lo Posible".
Ernesto Berra ha escapado siempre del tedio de lo real a través de una persistente, obstinada, inclaudicable poesía.
Se hace más evidente ahora su capacidad de juego, donde lo real y lo posible cambian continuamente sus roles para desencadenar una percepción reflexiva. Percepción reflexiva que transita por la incertidumbre y la ambigüedad y se complace en lo enigmático. En esto, Berra es muy cordobés. Su provincia natal, cuna de grandes pintores de lo enigmático como Ernesto Farina, Palamara, Olimpia Paye1 y posteriormente Del Monte y Cuquejo hasta llegar a Marcelo Bonevardi, reitera el estupor alucinante de los Metafísicos italianos en su encuentro y transposición del paisaje. Paisaje que, por otra parte, está siempre presente en nuestro artista. En cierta ocasión hice referencia a que Berra se ha plantado desde el principio ante el paisaje, sea éste interno o externo, enfatizando uno u otro según el talante de la obra. Y así conocimos las experiencias oceánicas de su interioridad, tanto como los muros del paisaje urbano que acotaron sus espacios inconmensurables con su poderosa sensorialidad. Y otra vez el "topos" contemporáneo de la ciudad le sirve para poner orden -orden estético- al desbordante, diverso, mudable flujo del caos de lo real. En este caso recurre de manera diferente al uso del material encontrado que lo deslumbra por su banalidad y su singularidad, y a su espíritu de orden, que impone coherencia y estructura. La conjunción de ambos se produce con contrastes armónicos y sugerentes, diálogos sutiles donde el refinamiento que le es habitual y su implacable y elaborado oficio hacen lo suyo.
Vemos surgir perfiles de edificios o laberintos, visiones frontales o axiales. Sobre tela o hardboard aplana cajas previamente desarmadas, doblándolas a voluntad y cubriéndolas con tiza y yeso. Luego las pule y las pinta. La deconstrucción se torna construcción, el desorden se esfuma, lo cotidiano se transfigura y cambia de signo. Contribuyen a la originalidad de la obra chapas metálicas con inscripciones o letras de impresión antigua que se incorporan obedeciendo a las mismas leyes. El color manejado con destreza subraya las múltiples geografías de la superficie. Toda clase de variaciones sobre esta metodología básica de trabajo confirman la inagotable creatividad de este artista: montajes sobre una base, impresiones sobre papel, inclusiones de elementos que disparan su imaginación. Si el uso del desecho tuvo para él, en otros momentos de su operatividad, la connotación temporal nostálgica de la huella o la memoria, ahora se reubica con carácter afirmativo, en un jubiloso y decidido presente. "Todo es construcción", parecen decirnos estas obras y más quedamente: "cualquier cosa puede estar en cualquier otro lado" . Como Proteo, todo puede transformarse en este desconcertante mundo de hoy. Berra, que con su incorporación de la palabra y de la letra nos habla de la necesidad y los límites del lenguaje, nos dice algo también acerca de la paradójica situación del artista contemporáneo, en la cual es tan difícil ser coherente consigo mismo y sostener la voz propia. Sin duda, sus obras se sitúan fuera de cualquier convencionalismo y entre el tedio de vivir sólo lo Real y el de concebir sólo lo Posible se desliza por los intersticios, inclinándonos a seguirlo para comprobar que la vida está en otra parte.
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