Con vitalismo y tenacidad Rosemarie Allers ha desarrollado una obra pictórica que tiene identidad y originalidad. Su lenguaje es la pintura que utiliza bajo una fuerte impronta gestual. Allí vuelca todo, con una gran intensidad, atrapada por la dinámica del gesto. Su expresionismo es vigoroso, vital. Hay en su accionar un efecto de catarsis. Rosemarie deja en la pintura toda su vitalidad contenida. Todo está allí, en esos ritmos gestuales de su dibujo, en esa urgencia expresiva que pone en el color.
La imagen que construye con ese mecanismo expresivo se aquieta en la figura de la mujer-ave que ella ha ido desarrollando a través del tiempo. Es una figura emblemática. Si todo símbolo es un medio material para traducir en imagen algo de índole inmaterial, estas figuras femeninas de Rosemarie Allers son la manifestación de un protagonismo femenino en esta instancia de la Humanidad, al fin del milenio.
Las mujeres-ave de Rosemarie protagonizan, no sin conflicto, sus historias, en una narratividad fragmentada que alcanza sus picos de intensidad en virtud del empleo expresivo del color.
La artista administra sus impulsos gestuales gracias a un sentido constructivo de la imagen muy incorporado a su creatividad. Sin desmedro de su espontaneidad elaborada, en cada obra una estructura compositiva sólida y comunicativa.
Por todo eso, las pinturas de Rosemarie Allers se sustentan en el equilibrio que se sitúa entre la intuición y la racionalidad, haciendo de la expresión visual una creación imaginativa plena, cargada de intencionalidades y de ese juego de develamientos y ocultamientos propios del arte.