Tramo Galería
Av. Alvear 1580
CABA
En 1907,La muerte del cisne,una pieza de danza breve, concisa, concebida por Mikhail Fokine para Anna Pavlova, ponía en escena los últimos momentos de la vida de una criatura híbrida y espectral. Su esquema de movimiento estaba construido sobre el leitmotiv de pequeños y frecuentes pasos en punta y brazos elongados en cruz, imitando el batido de las alas. ¿Se trata de un último esfuerzo heroico por levantar vuelo o es apenas un modo majestuoso y desdeñoso de dejarse morir, sacudiendo las últimas gotas de agua antes de ahogarse definitivamente? Esta duplicidad de fuerzas opuestas signa el clímax narrativo e iconográfico del cisne: entre la vida y la muerte, entre el aire y el agua, entre la resistencia y la resignación.
Con estos cisnes puede que sueñe Veronica Romano, cisnes dobles y doblados, retorcidos, plegados, desplegados, que funcionan también por efecto de esta ambivalente máquina de polarizar, como pura silueta, cifra de una idea proyectada en la sombra, pero también como cuerpo macizo y material en bronce, seccionado, desmembrado, cercenado. Otra vez: un juego infinito entre adentro y afuera, interior y exterior, la parte y el todo. Tan extraño era el gesto de Pavlova que generaba la impresión, entre grácil y grotesca, de que sus brazos perderían su articulación con el cuerpo. Esa misma potencia de la desarticulación es la que la artista explora en Sueño con cisnes pero que viene desarrollando a lo largo de su producción: un cisne medusa de frentebril vuelto sobre sí mismo desplegaba sus tentáculos ya en 2005 haciendo de la belleza y lo monstruoso una sola forma.
El retorno al cisne es un regreso a una forma-excusa, que permite resaltar una dimensión de lo escultórico fundamental en su trayectoria: el volumen como un territorio en el que coexisten dinámicas contrarias, la presencia y la ausencia. Porque en el cisne no hay solo escultura, cuerpo, figura, sino que sobre todo hay relación con el espacio: una serie de piezas que funcionan como una coreografía en pausa, mojones frizados en poses, vinculados a través del recorrido y el lazo que se tiende entre ellas y con lo que las rodea. Una arquitectura que las contiene, que vuelve insinuada como cáscara, como contorno, como vanos y portales ciegos. Vemos a la bailarina-cisne, en una puja interna, pero además asistimos a las redes que se tienden en la sala, en el recorrido breve del que participamos como de un relato conciso y circular, un juego apenas desarrollado, pero virtualmente infinito.
Una cabeza abierta maciza, una cabeza cerrada hueca y en el medio, el relato, una sucesión de relaciones posibles. El procedimiento escultórico del fundido en bronce contiene esa brevedad y esa eternidad en el propio proceso: un molde determina la posibilidad de volver a esa forma, pero también desaparece instantáneamente al ser reemplazada por el metal fundido, que ocupa y calca su lugar. La pieza recuerda a la Musa dormida de Constantin Brancusi como centro gravitatorio. La musa sueña y proyecta cuerpos fragmentados con una precisión quirúrgica, cuerpos a su vez que espejan e incorporan al espectador en una lógica que mezcla el brillo, la belleza y la presencia singular, con la opacidad, la imperfección y el lado siniestro de lo que insiste y retorna. El resultado: una zona extraña, misteriosa, un clima simultáneamente personal e impersonal , en la que se mezclan y confunden el “yo” de la artista que sueña y la mirada de un visitante que atraviesa y habita el sueño de otro.
Bárbara Golubicki
La muestra se podrá visitar hasta el 31 de julio en Tramo Galería, Av. Alvear 1580, PB, Buenos Aires de lunes a viernes de 14-19H.