Viamonte 525
Está claro que del pequeño infante todos guardamos ciertas imágenes. Por ello quizás estas pinturas de Zysman lleguen a perturbarnos. Ese pequeño infante, en muchos casos, es una simple ilustración, el lugar que guarda nuestra figura pasada en esta historia es el de acompañar, casi servir, el destino mágico del juguete, su legalidad propia, su mundo interior, su vitalidad.
Tres claves presenta el corpus de Zyzman que se condensa en el 2011 y llega hasta esta muestra del Centro Cultural Borges proponiendo un corte estético y conceptual en su carrera.
La primera clave son los juguetes, esos juguetes que parecen contentar contradictoriamente al perverso polimorfo que los utiliza en sus obras. Por un lado el juguete es inocencia, fuente de placer, dicha y aprendizaje. Por otro, al quedar encerrado, descentrado, recluido en un espacio inmóvil, se convierte en una amenaza no resuelta. Un juguete quieto se parece más a un recuerdo que esconde su potencialidad. Esta es la configuración de la nostalgia por el paraíso perdido del mundo del adulto, que quizás nos impacta en la propuesta de Zysman justamente por el grado de realismo cruel que conlleva.
Hay dos tipos de juguetes en el universo de estas pinturas. Algunos remiten al mundo casi de las antigüedades, con piezas clásicas como caballitos de madera, soldaditos y fragatas del siglo 18… Otros en cambio se representan de manera esquemática, hechos en troquel, muchas veces insertados desde la técnica del collage y con otros materiales, provocando en el espectador un extrañamiento particular. Por ejemplo, en Nos vigilan, el trazo en forma de esquema de las mamushkas colocadas en primer plano y el del soldado del fondo apenas dejan un pequeño espacio para movernos, y al estar apenas diagramados, refuerzan la carga metafísica como si fuera el pasado en realidad el que siempre nos acecha.
La segunda clave, íntimamente ligado a lo que acabamos de decir, es la quietud. Hay en toda la obra de Valeria una exploración espacial delicada, que a momentos superpone perspectivas y problematiza puntos de vista. En relación con este aspecto, el concepto fundamental es el espacio. Aquí nos invaden las preguntas: ¿cómo trabajar las categorías plásticas tradicionales: perspectiva, punto de vista, fondo y figura, desde una percepción tan fina del imaginario infantil, trastocada por los ojos de un adulto? La respuesta se esconde en el espacio mismo que proponen estas obras que se convierte en vehículo de la expresión de la experiencia misma de la artista.
Hoy consideramos que las categorías de tiempo y espacio no pueden ser disociadas. Podemos también aventurar que cualquier reflexión epistemológica que parta estrictamente del corte estético de la obra de arte permite pensar cada obra como microcartografías. Entonces ¿cuál es el mapa de la infancia que propone Zysman? ¿El de la infancia y sus juegos, disueltos en un tiempo de placer donde el espacio es el tiempo conquistado, libre de preocupaciones y amenazas?
El tercer elemento que aporta su carga particular es también de índole técnica: el color. El uso de una paleta quebrada refuerza la estrategia de lo opaco, que se relaciona para nosotros con el paso del tiempo, mudo pero sigiloso como a veces son sus juguetes. El color hace a la mirada nostálgica de esos pequeños mapas de recuerdos. El mar, el agua, es absolutamente simbólico en la configuración de estos espacios. Por ello, junto a la paleta quebrada se repite el azul como presencia de lo líquido, también un líquido opaco, denso, tupido, complejo e impenetrable. Los cielos de Zysman son un tópico en su indagación cromática, contrastando ese mundo de ilustraciones con una tradición romántica.
Ahora bien, uno de los aspectos más interesantes de la propuesta de Valeria Zysman es su forma de hacer. La artista no avanza de manera lineal por el mundo infantil. Su experiencia creativa se sostiene entre la utilización de un registro compositivo más clásico y pautas formales más libres. Esa es su búsqueda técnica, en la que indudablemente, es de esperar, dará muchos pasos todavía. Pero la riqueza estético-filosófica de su planteo explorando un mundo aparentemente inasible pero tan cercano al punto de partida del artista le da un vuelo surrealista y metafísico a su sistema de obra, posicionando su producción desde múltiples rasgos: un conjunto laborioso, una reflexión visual, una inquietud atractiva.
Kekena Corvalán, julio de 2011