CCR | Centro Cultural Recoleta
Junín 1930, Recoleta, Ciudad de Buenos Aires
Sala 7 y Espacio Central 4
La alquimia es una antigua práctica, anterior a la ciencia, que combina elementos de la química, la física, la astrología, la metalurgia, la medicina, el misticismo y la religión.
El lenguaje de la alquimia parece abstracto, incomprensible pero es en realidad velado y místico: está saturado de códigos y símbolos, de referencias que confunden, de trampas y desvíos.
Cuando la alquimia se apodera de una obra de arte, el lenguaje simbólico nace de la voluntad del artista de transformar la mentalidad del observador para que pueda percibir el sentido de los actos descriptos.
Los alquimistas persiguieron tres metas: transformar los metales comunes en oro y plata, prolongar eternamente la vida y, finalmente, reproducir mediante pociones y medicinas al ser humano.
Hoy el artista propone la cuarta meta: la creación de nuevas formas que se reproducen por sí solas, llenan espacios, crean nuevos mundos, colorean el aire, visten nuestros ojos y renuevan de esperanza el alma.
Uri Negvi
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Texto curatorial
El mapa infinito: soñar y narrar
Si se logra entrar en los diversos mecanismos con los cuales se mueve la obra de arte, se adquiere un nuevo lenguaje del pensamiento que va más allá de la percepción visual exterior, siempre y cuando exista una apertura física o mental. En ese momento podemos detenernos juntos, espectadores y artista, para contemplar esta nueva apropiación del espacio compartiendo la idea de que el arte es, antes que nada, una tentativa de representar y de comprender nuestro universo de imágenes, palabras y sensaciones. En pocas palabras, de nuestra vida.
Fiel exponente de la escuela de Torres García, con estos trabajos nos muestra Uri Negvi una singular sensibilidad y la particular utilización del color para develar su visión del mundo. Visión que condiciona y plasma utilizando varios tipos de soportes, siempre con el fin de acceder a emociones profundas. El artista de hecho nos cuenta historias, pero narra situaciones temporalmente breves, casi instantáneas, que sin embargo refieren a una memoria histórica. Para él pintar es pensar, sentir y hacer. La memoria del artista es el instrumento que somete la técnica (gran parte de su trabajo es tridimensional, casi escultórico) a las exigencias de su investigación artística. Sus personajes, signos de color, errantes a veces en un orden aparentemente disperso, no representan un punto de llegada, una definición certera, sino la transposición sobre la superficie de la tela de instantes de la vida cotidiana en un intento de conocer mejor le verdadera realidad de su mundo, aquél íntimo e interior. Se desencadena de este modo una dimensión poética, en donde la composición de sus trabajos mediante el espacio, el movimiento y el color son referibles a su irrefrenable exploración de la existencia.
La pintura por lo tanto no está librada jamás al puro instinto ni aparece de modo rápido e imprevisto, sino que tiende a ser estructural y narrativa, abriendo retazos de historias que siempre señalan las ruedas de la fantasía como una pura arqueología del sentimiento. Para afrontar estos señalamientos, signos-trazos del pasado e indicaciones para el futuro, es preciso munirse de una lente para ir más allá, para insertarse dentro de la materialidad de la obra. Luego basta abandondarse al flujo de la vida devenida en fábula para que los sueños se conviertan en realidad y los deseos en acciones concretas. Su lenguaje nace por lo tanto de visiones inconscientes que se transforman en la tela en luces y sombras, colores vivaces o manchas enrarecidas de tenues matices, a menudo con un gran predomino del blanco, y que revelan totems modernísimos y arcaicos signos primordiales, mostrándose así como la continuación de un discurso ininterrumpido que viene de la profundidad del alma. Sus símbolos tienen la fuerza de restituirnos un imaginario aparentemente invisible pero con una energía real, como si participara en el proyecto de construir un emocionante hallazgo futurista, con un flujo calibrado y atento que nos permite reconocer en cada detalle su estilo personal.
Las historias tremenda y obsesivamente verdaderas de Uri Negvi, aparentes mapas para el futuro pero rigurosamente ancladas en el pasado, se encuentran trucadas en una realidad virtual en la cual las luces y los colores, perfectamente equilibrados, nos conducen hacia un viaje liberado de lo real pero avasallantemente vivo. Y es evidente que el artista busca hacer de su lenguaje sagrado un ancla para huir, no solo de la realidad, sino de la irrealidad: basta dejarse conquistar por los colores y detalles, que de tan vívidos devienen autónomos, por la composición y la ligereza que se transforman en una representación de nuestros deseos y, por lo tanto, de la realidad. Particularmente sus últimos trabajos, intencionalmente más abiertos, se transforman en una visión laberíntica del inconsciente en donde se esconden los miedos de nuestra cotidianeidad, donde la mirada reconstruye el conjunto como si siguiera la trayectoria de un punto que vuelve a sí mismo y le es difícil encontrar el centro y la periferia de la imagen: lo que parece manifestarse y retroalimentarse para afirmar el principio de la asimetría y, a partir de éste, una continua búsqueda de la centralidad.
El autor, consciente de ello, transforma en el espectador el lenguaje en poesía, en palpitaciones de la consciencia, en las cuales formas puras, gestos absolutos, geometrías, volúmenes y el eterno juego de la luz nos devuelven a lo orígenes de la humanidad, a los orígenes de la historia. Una historia infinita en nombre de la belleza y en nombre de la poesía, únicos lenguajes comunes del hombre.
Massimo Scaringella