J. R. de Velasco 1287, CABA.
En una entrevista realizada por Inés Katzenstein, Aizenberg explica que pinta
y crea obras como lo hace la naturaleza, sin ideología, sin preconceptos:
“Hay que pintar con la naturalidad de la respiración, como fluye la sangre”.
Así aparecen las figuras como un himno a la vida, a la vida soñada.
Unas tomándole la mano a niños para contemplar paisajes monumentales,
alegorías del significado, la importancia del padre enseñándole el mundo a
su hijo.
Otras sin rostro, sin identidad, en espacios vacíos, como una invitación a
identificarnos, provocación de pensar qué es lo que sabemos de nosotros
mismos o cuál es nuestro lugar en el mundo.
Personajes extravagantes, rodeados de objetos extraños, creando la sensación de estar en un lugar inexpugnable, en un encuentro íntimo con su
esencia.
Ventanas vacías y solitarias, anunciando la angustia de la nada, con ansia de
infinito, condicionan un estado de espíritu en la búsqueda de trascendencia.
La perfección como un perfume que lo invade todo...
En los títulos de sus obras propone la intención de su trabajo, sintetizando,
utilizando un “mínimo de información”, depurando en ideas trascendentales
como el amor, el alma, los deseos, el inconsciente, el azar.
Siguiendo la rigurosidad de Aizenberg, esta muestra privilegia sobre su
vastísima obra, dibujos y collages elegidos y ordenados, que invitan a revelar la enorme profundidad del misterio.