Av. del Libertador 1473
La exposición reúne treinta y cinco piezas realizadas entre 2014 y 2016, de las cuales diez son reelaboraciones de obras que Gómez había realizado a fines de los años 60. Se trata de estructuras primarias minimalistas elaboradas en madera y pintura a partir de obras que, con el tiempo, se destruyeron o desaparecieron. Por otro lado, se presenta un conjunto de obras nuevas que se postulan, de alguna manera, como una continuación de aquellas.
“El diálogo planteado entre ambos extremos de la trayectoria del artista invita a la reflexión sobre la temporalidad, el devenir y la fragilidad de las lecturas –no pocas veces caprichosas- que cada trama histórica propone, así como pone en valor el resplandor de las potencialidades del arte que consigue atravesar las capas de sentido del tiempo y de la crítica y sigue interpelando al espectador con su enigma”, sostiene Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes.
Al respecto, Gómez afirma: “aquellas obras que ahora recreamos no me las planteaba como efímeras, pero lo eran. Casi todas se perdieron o se destruyeron, y otras después de ser obras se transformaron en estantes. Cuarenta años después, gracias a la tecnología, las pude reconstruir primero como dibujos 3D, una experiencia que estimuló mi deseo de traerlas nuevamente a la materialidad. Ahora ya no son tan efímeras, son de madera sólida y tienen dieciséis capas de pintura”.
La nueva producción de Gómez, realizada en cartón y pintura, roza por momentos las metáforas figurativas. Falsas cruces, letras fragmentadas de marquesinas escritas en un idioma ininteligible, diagramas arquitectónicos que no llegan a consumar su forma de manera explícita. “El rigor de sus búsquedas, siempre refractarias a las modas y tendencias del momento, se consuma en geometrías oníricas que resuelven, al reducir a su núcleo más puro, los estadios de una obra que atravesó y signó el último medio siglo y alumbra el recorrido del porvenir”, finaliza Duprat.
“Pienso en mis obras como verbos en infinitivo que se pueden conjugar como a uno le parezca. Si no fueran así no tendrían savia, no crecerían, se verían y no dejarían nada impregnado. El destino de las obras es la memoria, ese es el lugar a donde van dirigidas. Son patrimonio de la memoria de los que las ven”, dice Gómez sobre su obra.