Praxis
Arenales 1311
Buenos Aires y sus florerías huelen de un modo especial, distinto, es una fragancia que me transporta y que abre un mundo de memorias.
Un día de calor húmedo y pesado; empieza a llover y desde el pavimento se levanta una nube mágica que conecta mi ser con todas las veces que tuve deseo de lluvia en la ciudad.
Entre muchas notas olfativas, alcanzo a reconocer un jacarandá y algún árbol más que se cuela.
No todos tenemos la misma sensibilidad, pero todos podemos reconocer el aroma de un buen café y recordar charlas, texturas o emociones que vienen de su mano.
O el efecto del chocolate puro, amargo que de chicos sólo toleramos reducido con leche y mientras se derrite suavemente en la boca nos lleva a algún lugar en un patio, en la casa de una abuela.
Simples olores como un rouge barato de una monstruosa señora maquillada que me obligaron a besar de chico pueden arruinar un momento.
Algunas carteras, algunas camperas y algunos autos de lujo tienen el venenoso aroma que acompaña al cuero y me hace pensar si hay olores puramente buenos o malos.
Inquieta omnipresente la basura que vemos, olemos y tomamos como algo normal, como buenas ratas de ciudad que somos.
Respirar el irrespirable vaho del subte en el que nos fundimos todos y los desodorantes no alcanzan para tapar una verdad: somos humanos y nuestras glándulas luchan por sostener su identidad olfativa.
En las manos nos queda impregnada la fragancia del tubo metálico al que nos aferramos para sostenernos de pie en el mar de gente que nos vapulea entre estación y estación.
Siempre elegimos, a pesar de los tufos tan densos que presenta nuestro espacio, quedarnos en el recuerdo de Buenos Aires con una imagen olfativa elevada, como la de los jazmines cuando explotan con sus pequeñas flores blancas en las calles de Belgrano.
Martín Bonadeo
2014