Luego de su itinerancia por distintas casas, galerías, talleres educativos, En el fondo de todo hay un jardín, obra de Mariela Yeregui, llega al Espacio de Arte de la Fundación OSDE para intervenir el ascensor, que al igual que Las Salitas del primer piso conserva las características arquitectónicas de principios del siglo pasado cuando el edificio albergaba a la mueblería MAPLE.
La obra de Yeregui surge de la contemplación constante del Olimpo, un ex centro clandestino de detención, y de la idea de que en el fondo de todo, incluso del terreno del horror, crece un jardín. "... Pero también puede ser un jardín personal, íntimo, que crece en el alma. Es un jardín de luz, es un espacio incipiente que puede dilatarse, expandirse y eclipsar las sombras", en palabras de la artista.
Se trata de una pieza itinerante, que está disponible a quien desee acogerla. Quién lo recibe, lo cuida y produce diálogos con él que se registran en una bitácora online.
Mariela Yereguies Licenciada en Artes (UBA), egresada de la escuela de cine del INCAA y Magister en Literatura en la Université Nationale de Côte d’Ivoire. Su trabajo incluye instalaciones interactivas, videoinstalaciones, net.art, intervenciones en espacios públicos e instalaciones robóticas. Su obra ha recibido numerosos premios entre los que se destacan: Primer Premio Alberto Trabucco (Academia Nacional de Bellas Artes), Primer Premio BEEP Art, Primer Premio “Arte y Nuevas Tecnologías” (MAMBA, LIMBO, Telefónica), Primer Premio Salón Nacional de Artes Visuales, Tercer Premio en el Festival Transitio MX. Dirige la Maestría en Tecnología y Estética de las Artes Electrónicas (UNTREF).
Vivo cerca del Olimpo, un ex-centro clandestino de detención. Paso
frente a él todos los días. Es un lugar inquietante y que, al mismo tiempo,
me convoca, me interpela, me invita a recorrerlo y a contemplarlo.
Fruto de esta contemplación constante surge En el fondo de todo
hay un jardín.
Este punto de luz habla de los jardines que crecen espontáneamente
en el terreno del horror, de la desazón, de la violencia. Es un jardín para
un ex-centro clandestino, pero también puede ser un jardín personal,
íntimo, que crece en el alma. Es un jardín de luz, es un espacio incipiente
que puede dilatarse, expandirse y eclipsar las sombras.
El jardín es así también un objeto itinerante. Puede ingresar en la
intimidad del espacio del otro, y este tránsito por los espacios privados
va descubriendo nuevas capas, va dibujando trazos en el territorio.
Los espacios interiores develan huellas, “arrastran” líneas de fuerza
reveladoras de andamiajes sociales, económicos, culturales.
M. Y.