W galería
Defensa 1369,
Buenos Aires
La figuración de Marcia desborda lo fenoménico: excava en ella un abismo, siempre vertiginoso, desde el furor, la empatía, el dolor o el sarcasmo; consciente del pasado común y del largo presente de fractura. En los años ochenta, encontró en el retrato la defensa de la pintura como acción material e ideológica que permitiese dar cuenta de la relación sensible con el otro. El retrato, entonces, se consolidó como práctica en la Barcelona del exilio, mitigación de la figuración exacerbada de su obra previa, con la presencia del dominio nuevo del color y la soledad propia en el ensimismamiento del retratado. En los años del retorno buscó en el retrato de los afectos y del barrio la recuperación del territorio perdido en la violencia y la derrota. También en la performance teatral de la nueva sociabilidad festiva de los ochenta, de la que es ejemplar Reina del Bambo. Retratos presentados sólidamente en espacios pictóricos de fragilidad, como en el retrato de El Barba, trabajador del Parakultural. A comienzos de los noventa, surge otra Marcia, la que afirma su obra en el americanismo; extensión de la indagación de los viajes por los ríos hasta la selva, de la vivencia de las sierras, del saber adquirido en el norte argentino. Adquirió una sensibilidad nueva que persistirá como sustrato en su obra desplegada en diversas técnicas. Las figuras se afirman en la síntesis con la naturaleza, en la persistencia inconsciente del mito, en una disolución del yo. Al retornar a los retratos -el trabajo con modelo como hábito que construye al artista- llevan la marca familiar de la migración en la vida de barrio, de suburbio. Una obra clave en este pasaje entre americanismo y la figura-retrato es La puerta, venus criolla del 2013. Marcia construye una decisión artística local, sin asumir un regionalismo –que implica diseñar un programa estético y buscar compañeros de ruta– sino una posición vitalista del hacer, en la relevancia compositiva y el valor pictórico que ofrece al espectador la experiencia sensible de la observación. La pintura como analítica corporal de las emociones.
La fuerza del detalle en la pintura de Marcia permite al espectador -siempre interpelado por la mirada de la figura- la posibilidad de la comprensión de la realidad del sujeto: incluso los títulos subrayan esa función del detalle, como en La lista (Anita), 2015, y La risa, 2023. La presencia empoderada de Karina de Alejandro Korn, 2023 -su nombre grafitado en el fondo- deja afluir la estética popular que se radicaliza en la más reciente Murga para resistir, donde el fondo actúa como memoria militante en los grabados de la retratada Victoria Abella, que quiebra el marco tradicional para expandirse en el barroquismo negador del vacío: el arte no permite los silencios. Así, los fondos de las figuras, a veces neutros, en otros casos son el espacio del atributo: voz del retratado en deuda con el pasado o con los sueños presentes. En el relieve Estro, 2011, se autorretrata con el manchado delantal de trabajo para avanzar desde los restos de los pigmentos, mientras levanta las máscaras de las múltiples Marcias. Una alegoría contemporánea de la pintura.
Otros retratos, de fines de la década pasada, se realizan desde la línea, las figuras en tamaño natural recortadas sobre el fondo de lino de la tela. Aquí, otra Marcia. Aquella que busca la síntesis, que se detiene en la fisonomía del rostro como si en ellos se encontrase la verdad. Retratos psicológicos, con uso limitado del color aunque central para el volumen de los cuerpos. Nada refiere al espacio donde se encuentran. Son simplemente ellos; en su frontalidad parecen venir a nuestro encuentro desde el vacío, con expresión de orgullo. Marcia logra el tránsito de la observación de las figuras del barrio y de los márgenes a retratos de territorialidad, es decir, a sujetos que portan su identidad social y cultural como modo de enfrentamiento. La fuerza de estas imágenes reside en el logro artístico de ser, simultáneamente, retratos psicológicos del carácter de los individuos y de poder ser comprendidas como expresión social, es decir, como sujetos políticos, la percepción del ser en su actualidad. En una de sus últimas obras, Invasor, retrato de su asistente Fernando, las telas reales funcionan como un cortinado teatral, recurso barroco, corrido para observar la representación. Esta teatralidad es dominante en los ensamblajes, “pinturas-instalación” o “cajas”, como las denomina Marcia, realizadas con cartón y objetos de todo tipo, que obliga a la mirada distante y a la extrema cercanía para reconocerlos. Las obras aparentan establecerse desde la suma de objetos reales en el mismo nivel de sofisticación cultural que representan. Sin embargo, esta es una operación de gran sutileza donde la pintura, lo representado, se integra perfectamente a su universo material, a la abundancia de lo precario. La realidad es cartón pintado. Marcia, desde su construcción ficcional, nos instala como testigos de la superposición de residuos de la cultura de masas, con una identidad que parece explícita y, sin embargo, es inasible. En esta cuestión (el deseo y la necesidad de agarrar, del tacto) tal vez, radica la voluntad de transición entre pintura y escultura, entre superficie y espacio real, entre la figura y los objetos reales que la enmarcan. Una mirada irónica y corrosiva, que abarca desde el funcionario público de provincias, Secretario de Cultura de El Impenetrable, 2011, hasta los espacios de legitimación del arte, con sus ambiciones y aspiraciones superficiales. Marcia, además, en sus “cajas” discute la eficacia de gestores y críticos desde la confluencia entre dinero y superficialidad, entre deseo de belleza y oportunidad de pertenencia. Lo hace con formidable sorna y potente carcajada desde Preparándose para Arteva, 2011, y La zorra, 2012, hasta Beauty & Art, 2023. No me atosiguéis, 2014, integra la serie El tren fantasma, que desde la impronta biográfica constituye el nexo sensible con el pasado de su generación, con la historia del peronismo y la vida española de esa anciana católica y aislada del mundo que es actualmente Isabelita. Marcia asume compositivamente el basurero de la historia, con la interrogación: ¿cómo fue posible? La materialidad de la obra es unidad firme con su contenido, hasta el punto que es imposible pensar otro modo de lograr esa representación de los sueños y pesadillas argentinos, del preámbulo del horror que es el horror en sí mismo. Un teatro de títeres fantasmal, retablo barroco popular entremezclado con los despliegues de un rito esotérico. Cinco años después de la serie El tren fantasma, en 2019, realizó la instalación Boquita: el origen del mal. La crítica sarcástica al neoliberalismo macrista desde la relación entre lumpenaje y política, adquiere incluso ahora mayor actualidad. Obras de densidad discursiva resueltas con el humor que otorga la certeza de cada objeto en el conjunto, señal de la agudeza de la mirada de la artista. Esta observación detenida de la realidad política que debe ser expresada desde la materialidad de la obra, se reafirma en los tiempos de crisis social, como da cuenta Berniadas de 2001, paneles cartoneros de la poética de lo excluido, de la materialidad de los restos, de lo que estaba ocultado y surge como un imperativo, una exigencia. Marcia no pinta paisajes, representa territorios. La naturaleza es expresión de lo social. Artista de cercanía, de proximidad, se detiene en el cardón, en el cactus, en la grieta de la tierra y en la flor del desierto. Se detiene en la tierra, como si no levantara la mirada a los cielos, como si no hubiera horizonte, tierra de quemazón y cielos negros. Nada de naturaleza idílica, aun con la riqueza de color, aunque de crudeza, brindado por las lanas pigmentadas en los “tapices truchos” de fines de los años noventa. Los marcos de cardón no encierran la representación -del modo tradicional utilizado por José Antonio Terry en la década del treinta en Tilcara- sino que la continúan en el espacio. Las cerámicas testimonian la conexión distinta del artista con el agua y la tierra, otra Marcia. Extensión de su pasión americana en la observación de la naturaleza en sus viajes, en el Delta de Tigre, de la casa en las sierras cordobesas, de las macetas del patio. No es la réplica del naturalista sino la aproximación sensible a la particularidad de cada flor, a los matices; a la necesidad de conservar la belleza, desde la certeza de lo efímero, de la flor como vanitas. Memoria del tiempo de la niñez con su abuela en el jardín de suburbio y de la amistad que perdura más allá de la tristeza.
Roberto Amigo
La muestra se podrá visitar desde el 06 de julio hasta el 14 de septiembre en W galería, Sede Defensa 1369 de martes a sábado de 12 a 18hs.
Entrada libre y gratuita