Cott galería
Perú 973
CABA
I
A medida que la humanidad toma conciencia de la gravedad de la crisis ambiental y se reconoce –con temor– como un peligro para la continuidad de su propia existencia y la de las otras especies del planeta, se ha producido un giro ontológico en las ciencias humanas y sociales e incluso en la investigación científica. Los seres humanos hemos comenzado a observar con curiosidad y respeto formas de vida que, desde una perspectiva antropocéntrica, habíamos considerado inferiores o poco inteligentes. En este contexto, el existir de las plantas —siempre en imbricación con otros seres— está emergiendo del lugar decorativo al que se le había relegado históricamente para transformarse en un espacio crítico para la imaginación política sobre futuros sostenibles y multiespecie. Como argumenta la antropóloga Natasha Mayers en un artículo reciente, decir que las plantas y bosques forman los “pulmones de la tierra” es quedarse corto. Más poderosas que cualquier planta industrial, las comunidades de “criaturas fotosintéticas” reorganizan los elementos a escala planetaria. Al exhalar, componen la atmósfera; al descomponerse, aportan materia al abono y alimentan el suelo. Además, estudios recientes demuestran que las plantas cantan en frecuencias ultrasónicas mientras transpiran, moviendo volúmenes masivos de agua desde las profundidades de la tierra hasta las nubes más altas. Y como si esto fuera poco, absorben las emisiones gaseosas de carbono que la economía basada en combustibles fósiles genera tan abundantemente. A diferencia de los humanos, las plantas saben cómo componer mundos habitables, respirables y nutritivos para todas las demás criaturas; literalmente insuflan vida a la Tierra. La relación entre las mujeres y las plantas tiene raíces profundas en la historia de la humanidad. Durante siglos, las mujeres han desempeñado un papel esencial como agricultoras y guardianas del conocimiento herbario, utilizando las propiedades de las plantas para alimentar y sanar a sus comunidades. Sin embargo, con el surgimiento de la botánica moderna en el siglo XVIII, se instauró una “monocultura del conocimiento” vegetal, que sentó las bases ideológicas y científicas para las plantaciones coloniales y los sistemas agrícolas industrializados contemporáneos. En este proceso, no solo se ha perdido cerca del 75% de la diversidad fitogenética mundial y miles de hectáreas de bosque, sino que innumerables comunidades indígenas alrededor del mundo han sido despojadas con violencia de sus territorios ancestrales.
II
En la última década, la artista Lucila Gradín (Bariloche, 1981) ha colaborado con un equipo de homeópatas, curanderas y filósofas para recuperar saberes que honran a las plantas como maestras y guías. Un punto de inflexión en su trabajo fue descubrir que toda planta curativa también es tintórea, lo que la llevó a entender el color que emana de ellas como una onda expansiva de sanación. Esta idea no es nueva: en muchas culturas, el color que las plantas producen al teñir diversas superficies textiles se percibe como una extensión de sus propiedades curativas potencialmente transferible a las personas que las usan. Sin embargo, a Lucila le interesa explorar una noción de bienestar bastante más amplia, que incluye una reflexión sobre cómo podemos desarrollar prácticas éticas con la vida vegetal que echa raíces y teje redes de cuidado a lo largo y ancho de la Tierra. Desde entonces, la artista se ha dedicado a la creación de un herbario de plantas nativas, curativas y tintóreas, cuyos colores entiende casi como traducciones de las relaciones que definen los ecosistemas locales: las estaciones, la calidad del suelo, la biodiversidad circundante, el acceso al agua, el sol, entre otras.
III
En Genealogía Vegetal, su primera exposición en COTT Galería, Lucila explora las tecnologías tradicionales de teñido empleadas en dos árboles nativos de América: el Palo Brasil (Paubrasilia echinata) y el Palo de Campeche (Haematoxylum campechianum), cuyas historias revelan cómo la colonización europea convirtió regiones de “alta biodiversidad” en territorios extractivos, reorganizando drástica y violentamente la vida en nuestro continente. Impulsada por la alta demanda del tinte rojo extraído de su madera –que simbolizaba lujo en la industria textil europea–, la explotación del Palo Brasil marcó la primera ola de ocupación portuguesa en el siglo XVI. De manera similar, el Palo de Campeche fue intensamente explotado por los españoles en Mesoamérica. La transformación de estos árboles en mercancías globales tuvo consecuencias devastadoras: comunidades indígenas fueron desplazadas y el entorno natural sufrió una severa pérdida de biodiversidad. Genealogía Vegetal ofrece una mirada poética sobre estos episodios poco estudiados, pero cruciales para entender cómo se instauró el capitalismo extractivo en Latinoamérica.
IV
La vida en la Tierra no es posible sin la agencia de las plantas. Considerarlas como sujetos de derecho y cuidado nos plantea interrogantes éticos que pueden parecer inoportunos desde la perspectiva tecnocapitalista. Sin embargo, como señala María Puig de la Bellacasa, no podemos permitir que estos paradigmas productivistas definan cómo valoramos los sistemas “no humanos” que sustentan nuestra existencia. Las plantas son creadoras de mundos, y debemos prestarles atención si queremos crear futuros habitables. No obstante, para reconocer sus cualidades esenciales, necesitamos superar la “ceguera vegetal”, aceptar nuestra profunda interdependencia y ampliar nuestras definiciones de vida e inteligencia.
Al relacionarse con las plantas como maestras, en lugar de simples recursos, el trabajo de Lucila prefigura una forma de hacer arte que transita de la racionalidad científica a la relacionalidad. En efecto, al estudiar sus cualidades, reconocer cómo sus historias coloniales se entrelazan con las nuestras, otorgarles agencia e invitarlas a colaborar, Lucila nos lleva a imaginar un pensamiento que, a falta de mejores palabras, podríamos describir como “interespecie”.
Con este gesto sencillo pero poderoso, nos recuerda que estamos incrustados en ensamblajes ecológicos profundos desde tiempos inmemoriales. Pensar y sentir estos ensamblajes como comunidades a las que pertenecemos es también expandir nuestra preocupación política más allá de los límites del supremacismo humano moderno.
Florencia Portocarrero, curadora
Noviembre, 2024
La muestra se podrá visitar desde el 23 de Noviembre 2024 de 15 a 20hrs en la Sala 1 de Galería COTT, Perú 973, San Telmo.