Laura Códega y Mildred Burton
Entre la firmeza y el escurrimiento
18/11/2015 - 25/02/2016
FUNDACIÓN FEDERICO KLEMM
Marcelo T. de Alvear 626
Laura Códega  y Mildred Burton

En alguna de las entrevistas a Mildred Burton que circulan por sitios web  y revistas especializadas, alguien le pregunta a la artista sobre alguna posible clasificación de su obra, o mejor dicho, le propone pensar su trabajo asociado al Surrealismo y al Realismo fantástico. También insiste en hacer hincapié sobre su participación en el grupo   de la Post-figuración, a fines de los 70, junto a Diana Dowek, Norberto Gómez, Alberto Heredia, Jorge Alonso y Elsa Soibelman. Ella le responde (la imagino contestando con un tono preciso acompañado de una mirada concentrada y punzante), que esa necesidad de clasificar según los modos de hacer, por momentos recurrente en los críticos, es semejante a la tarea de los entomólogos. Bichos clavados con alfileres (fijos), dispuestos para la clasificación y la observación. Esa imagen, con dejos de letanías kafkianas que Mildred le devuelve al entrevistador o entrevistadora, opera como un gesto en el que pervive, a modo de figura retórica, no sólo gran parte del imaginario de Burton sino también el deseo de exorcizar lo normado. No por casualidad la palabra inefable se repite tantas veces al hablar de su trabajo. Paradojas del lenguaje que intenta clasificar lo que no puede nombrase con palabras. 

El año pasado Laura Códega (con la colaboración de Malena Nacional de las Artes que llevaba como título Totem Tabú, en la cual podía asociarse, entre otras cosas, la referencia a la representación totémica de la protección, encarnada en un animal. Un año antes la artista había presentado su video Aves del paraíso en el que, también entre otras cosas, podía verse (escucharse), a modo de libro de hechicera, el significado de la aparición de aves en distintas circunstancias ("un pájaro muerto en las manos del soñante es un símbolo de fracasos", relataba con tono quebrado una voz en off). En estos dos ejemplos del amplio trabajo de Laura, algo (en este caso particular, un animal) parecería estar en lugar de otra cosa para o por algún motivo, o ser el signo de aquello otro. Pero sin duda una lectura del trabajo de Códega en esta clave sería, al igual que aquella tarea de la entomología, una llana necesidad de clasificación (con alfileres) para descansar en la seguridad que parece otorgar el darle un lugar a las cosas. El trabajo de Laura, no sólo se presenta como una práctica para escapar a esa mismidad, sino también como la posibilidad de inventarse nuevas identidades, móviles y escurridizas que permitan fugarse de lo estático. "Yo pensé mis obras como un autorretrato y esa imagen devuelta tiene cada una, una parte de mí que a su vez es junto a esas otras identidades una totalidad múltiple difícil de nombrar", comentó alguna vez Laura sentada junto a un vaso de cuatro caras en las que conviven un alien, un león, un mono y un bebé.

En muchas piezas cerámicas de distintas comunidades originarias proliferan imágenes de chamanes que devienen animales; la necesidad de clasificar la naturaleza, llena (y sigue llenando) miles de bibliotecas; los bestiarios y cuadenos de viajes se plagaron de animales y "monstruos"; Quizá las sirenas  también canten debajo del agua. Entre la paradoja del clasificar y sus mutaciones, la animalidad  se presenta como una posibilidad (no sólo en el plano de lo retórico) para pensar lo animal y lo humano ya no como cosas separadas, sino a través de la relación entre ambas, es decir como un lugar para la propia transformación con y a través del otro/a.                      

En los trabajos de Laura Códega  y Mildred Burton seleccionados para  esta muestra, la pregunta por la transformación con y a través del otro (los/as otros/as) o el devenir de las identidades, resulta inevitable. No sólo por la evidencia de pertenecer a lo que se ha denominado género retrato, sino porque son las mismas imágenes (rostros) presentes en ellos las que, con pequeños gestos que operan como interrupciones visuales de lo "naturalizado"  (una falange que cuelga como relicario, una espina que nace de una oreja, una joya que tapa una herida de un rostro)  o  con explícitas "monstruosidades"  (no sólo el "monstruo" entendido como la mixtura del animal y el humano, sino como aquello que desborda y pone en cuestión lo normado) desocultan lo abyecto, lo irreverente, lo que se escapa sin cesar de su propia forma para perturbar cualquier comodidad estanca de lo entendido como "normal"  "natural" o "humano"  que no permita la convivencia de todo aquello que quiera y pueda ser habitado. Aún cuando el intentar nombrarlo sea el acto más escurridizo.

Guillermina Mongan

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