Mitre y Santa Cruz
Simulacros de una nostalgia no conocida es una muestra individual de Julieta Anaut, donde la artista exhibe 11 fotografías de la serie que lleva el mismo nombre. La invitación es a conectarnos con las imágenes que nos presenta Julieta para reconocer las similitudes o resonancias propias, adivinar su recorrido y así ensayar visualmente lo sagrado y lo mundano de atesorar todos los lugares, los objetos y los misterios en los que estamos y somos.
Curaduría: Lucía Seijo
Como es arriba, es abajo. El cielo y la tierra. Todos los paisajes que conocemos, los caminos que recorremos, los objetos que utilizamos, las historias que nos pertenecen, pero también la magia y el misterio que nos mueven. ¿Es posible armar un simulacro de
estas experiencias? El ejercicio sería elegir y componer una imagen-altar con nuestros tesoros. Podríamos seleccionar las cosas chiquitas, las historias mínimas. Como si detrás o dentro de esas maravillas sencillas se escondiese una fuerza inmensa que sólo cada uno de nosotros puede ver.
A Julieta la podemos conocer a través de sus obras, precisas, enigmáticas, hermosas. Cada composición nos regala un testimonio de su recorrido. Territorios de la ruta argentina que habitó, recuerdos que la emocionan, personajes que la sorprenden y una naturaleza a la que adora y añora en igual medida. Ella nos ofrece su cuerpo para recordarnos que estamos, que somos. Entre el cielo y la tierra estamos nosotros. Su figura nos regala serenidad, no nos interrumpe con su mirada. Nos permite entrar en su relato sin forzar el sentido. Sus objetos son bellos, brillantes. Algunos suvenires vienen del mar. Sin intención, representa los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Julieta elige agregar simbólicamente misticismo, a través de una fe casi inventada. Quizás porque esos recuerdos tienen una magia entrañable e íntima, pero también porque así necesita recordarlos.
Su obra es un gran ritual: el registro, la selección de objetos, la fotoperformance, el montaje final. Este ejercicio es el corazón de su práctica artística, Julieta entrena su espiritualidad en todo el proceso. El resultado son poemas que funcionan como estampitas de su vida. Ella, en cambio, dice que reflejan una nostalgia de algo que no tiene, una religiosidad que le falta. Si nos conectamos con las imágenes percibimos lo contrario, una conquista poética de su entorno, de la naturaleza, de su cuerpo, de los cultos. Podemos reconocer las similitudes o resonancias propias, adivinar su recorrido, sus miedos y sus fantasías.
Julieta, quizás sin proponérselo, nos tienta a practicar y componer un relato que cuente quienes somos, dónde estamos, qué deseamos. Así añorar no es una abstracción, sino una posible costumbre que nos devuelve una suerte de fe en los encantos de esos momentos extraños, luminosos, cotidianos, nuestros. Ensayamos visualmente lo sagrado y lo mundano de atesorar todos los lugares, los objetos y los misterios en los que estamos y somos.
Lucía Seijo