Juncal 790 P.B.
ASTICA ES CON “U”
por Eduardo Stupia
La pintura de Juan Astica es intelectual, matemática y sensualista, pero no necesariamente en ese orden, como parece corresponder a los pintores que se sitúan equidistantes entre producir su sistema y ser producidos por él; una experiencia mixta, o bien ternaria: lógica de la sensación más cálculo. Y también cuaternaria: Astica pinta como quien acude a una conjetural era geológica rediviva en la arqueología del gesto, y en la hermosa mueca de una pincelada que es a la vez puro presente e hipótesis de un poderoso, futuro teorema estilístico. Las leyes arcaicas y la perpetua pubertad del chorreado y la expresión se imbrican en el fundido encadenado de un experimento anacrónico, un principio activo sin antes ni después.
La pulposa musculatura de los cuadros respira con alternancia de decisiones y azares en una polaridad de colorismos equilibrados y disparates cromáticos; la exhalación del ventarrón se aqueja de sofocamiento, la exuberancia coquetea con su descomposición, los hallazgos son desencuentros camuflados. En Astica el placer y el desencanto son especulares, simultáneos e instantáneos, como si uno alimentara al otro; la seducción inmediata que ejerce su paleta es la vía regia del des-encantamiento, una policromía del desaire que él construye con melancolía de exilado y astucia de tahúr, enhebrando y desenhebrando centímetro a centímetro los embelecos de un bello conflicto paradojal. Es el programático dilema de una pintura que se despliega, se expande, vibra y se multiplica exponencialmente mientras se debate entre la fogosidad de sus brillos y el amoroso apego a la renuncia; una joya bidimensional recargada que se rebate hacia ningún lugar, que se vuelve esquiva y se vuelca sobre sí misma, como la fuga en abismo de una pura forma engalanada de recelos.
La U de Astica es tipografía y topografía del método: una letra directriz de un terreno en forma de analógico tobogán reversible; un arquetipo constructivo para el establecimiento implícito del movimiento físico, estratégico y conceptual de la pintura, de arriba abajo y de izquierda a derecha y viceversa, descendiendo por el lado vertical izquierdo hasta adoptar el transito horizontal para enseguida remontar la pared vertical derecha, y entonces comenzar de nuevo en reversa. La acción de ida acumula, distribuye, compone, equilibra y la acción de vuelta mancha, salpica, borronea, descoyunta para volver a empezar, a despintar el vicio de lo ya pintado y a volver a pintar lo que acaba de llevarse a un grado cero.
Un torbellino perfectamente técnico, orquestal, virtuoso, vocacional, fanáticamente sostenido en el límite terminal, busca urdir la razón pictórica imposible, la estridencia insoportable, el veneno imprescindible para desbaratar la ansiosa empatía del ojo sensato, en una embriaguez alquímica que se deshace de la fatal eficacia adulta, profesional, para pintar en el punto ciego de la maquinaria, allí donde una entidad física compuesta de materias y acciones es también la manifestación de un núcleo esencial que se afirma, vacila, se interroga o se niega.
Para Astica todo vale, con tal de ir a contramano de aquello que a su vez erige con una firmeza inclaudicable; los virus y los anticuerpos intercambian roles, las células se reproducen en un vector progresivo que avanza en fast-forward y al mismo tiempo rebobina; el lienzo sepultado en masas de materia es legible como un cosmos y pétreo como un paredón donde tiembla una hiedra de llagas veraniegas.