Libertad 1628
Horacio Zabala: la tachadura
por Gonzalo Aguilar
La muestra de Horacio Zabala que presenta la galería Henrique Faria y que lleva por título Entre líneas, puede interpretarse a partir del acto de tachar. Si la escritura –como quería su inventor Thot– tiene como fin preservar la memoria, ¿qué sentido tiene la tachadura? ¿Qué es lo que sucede cuando se oculta lo escrito? ¿Se hace una impugnación de lo recordado, se censura un mensaje, se borra un acto de comunicación, se instaura un nuevo tipo de escritura que ya no sirve a la memoria sino al olvido? Horacio Zabala le quita a la tachadura todas las connotaciones negativas que posee para ponerla en un plano de la invención. Tachar y crear son, en su obra, un gesto único e indivisible. Y eso desencadena, por lo menos, tres procesos: la tachadura como manifestación sensorial, como investigación de la censura y como afirmación del monocromo. La escritura, que en estas obras es el origen o el punto de partida, está escamoteada. Está dentro de los libros, pero son libros que no se pueden abrir. Está en los periódicos, aunque en palabras y números que no se dejan leer. Debería estar en los lomos pero lo único que ellos nos ofrecen son monocromos rojos. A la vez, esa escritura que se oculta es el andamiaje de la obra: regula el juego de líneas, impone sus límites. La primera operación de Zabala es pasar –con sus tachaduras– del orden de lo legible a lo visible, de la escritura al color. La mancha nos hace ver algo y, en ese mismo gesto, ver lo que no se puede pensar: visibiliza lo ininteligible. Ese juego de borradura y ocultamiento hace pensar en la censura. Más cuando se sabe que Zabala participó en el arte político de los años setenta y vivió fuera del país en tiempos de la última dictadura militar. Mario Perniola, que leyó su obra bajo la noción psicoanalítica de censura, dijo que el artista “suprime todo con una determinación radical” y “opera la negación de la negación” porque en los periódicos ya operan mecanismos de silenciamiento y desinformación. ¿Al evidenciar los mecanismos de la censura –se pregunta el crítico italiano– se trata de regenerar el arte? La respuesta de Zabala es doble: política y existencial. Por el lado político, sus obras nos extraen del entorno pero no lo olvidan nunca. El entorno siempre está ahí: tachado y por eso mismo visible. Los títulos de algunas obras lo evidencian al reponer las fechas del periódico que le dan origen: La Nación, jueves 14 de julio de 1988 o Le Monde Censurado - Bourse de Paris, 24-11-93. Ahí están como indicaciones de un día determinado. Ese momento nos remite a otros: imposible no pensar las rayas coloridas que tachan los registros de la Bolsa de París en relación con el predominio de lo económico en la actualidad y con un lenguaje –el de los indicadores financieros– que apenas sabemos leer pero que influye tanto en nuestras vidas. Esa es la lectura contextual y, si se quiere, política: el mecanismo de la censura habla de la memoria pero también de las complejas apariciones del olvido involuntario o deliberado. Exhibe problemas de legibilidad y los resignifica en términos visuales. La máquina de arte debe procesar tanto las memorias como los olvidos, los recuerdos como lo que quedó reprimido o borrado. Al tachar, Zabala exhibe las diversas aristas de la censura. La respuesta existencial no niega la lectura política sino que la potencia desde otro lugar. En Zabala, la tachadura es también el camino a un desamparo mayor como sus planos de cárceles o sus cálculos matemáticos. La cárcel no es sólo la represión del poder, también remite a la precariedad humana. La biblioteca sin palabras además de la cancelación de la lectura, es también la apertura a otras actividades humanas: mirar, clasificar, archivar, incorporar lo leído. Las obsesiones con la página de un periódico exceden la ironía sobre las jergas financieras para convertirse en una aventura del color y de la invención. En definitiva: el monocromo, en Zabala, es existencial, testimonio extremo en que la tachadura oculta tanto como revela, en el que lo sensible y lo conceptual se unen en el mismo momento en que se separan. Horacio Zabala hizo sus primeras obras en la década del sesenta: a diferencia de otros artistas que fueron desplazándose hacia el arte conceptual, Zabala nació conceptual. Formado como arquitecto, en Zabala los anteproyectos son tan importantes como la obra misma: son todas transformaciones de una sensibilidad artística que se despliega, un pensamiento que se hace en imágenes. De ahí la importancia de esta muestra: en las bibliotecas monocromáticas, en los trabajos con los periódicos, en los avatares del rojo, el espectador (un lector de signos) puede acompañar los procesos de un arte dinámico que nos lleva a sensibilizarnos, a partir del color y la forma, sobre los actos de escribir, censurar, tachar, dibujar, planificar, componer y agregar un objeto al mundo.
Gonzalo Aguilar, Buenos Aires, abril 2016
Sobre Horacio Zabala
Nace en Buenos Aires, en 1943. Se recibe de arquitecto en 1973 aunque desde mediados de la década del sesenta se dedica a las artes plásticas, actividad que continúa hasta el día de hoy. Desde entonces, Horacio Zabala lleva adelante una obra de riesgo experimental y densa reflexión teórica que se vincula con el arte conceptual. En 1967 hace su primera muestra en la Galería Lirolay y en 1972 participa en la exposición colectiva Arte e ideología CAyC al aire libre con la obra 300 metros de cinta negra para enlutar una plaza pública. “El arte depende de lo que no es arte”, escribe en el catálogo. Durante la década del 70 forma parte del Grupo de los Trece y en 1973 presenta Anteproyectos en el Centro de Arte y Comunicación (CayC), exposición en la que trabaja con diferentes soportes y lleva el diseño arquitectónico al terreno de la especulación ficticia e intelectual. A partir de 1976, Zabala vivió durante 22 años fuera del país en Italia, Austria y Suiza. De este período, se destaca Refugio antiatómico en la que continúa con las construcciones claustrofóbicas imaginarias que le permiten tanto pensar la catástrofe como realizar, según sus palabras, “una operación socioestética”. En 1997 hizo El arte o el mundo por segunda vez, obra concebida para Internet, que un año después lleva a un libro editado por la Universidad Nacional de Rosario. No es el único libro con textos teóricos que escribe Zabala: en el 2000, la editorial Adriana Hidalgo publica El arte en cuestión. Conversaciones, del que es coautor junto a Luis Felipe Noé, y en 2009, Vademecum para artistas (Observaciones sobre el arte contemporáneo) editado por Asunto Impreso. Su último libro fue Marcel Duchamp y los restos del readymade, editado por Editorial Infinito en 2012. Zabala participó en innumerables exposiciones colectivas, como por ejemplo (Los Encuentros de Pamplona, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 1972; Ends of the Earth: Art of the Land to 1974, Museum of Contemporary Art de Los Angeles, 2012; Monocromos en el Centro Cultural Recoleta junto con Eduardo Costa y Marcelo Boullosa) y varias muestras individuales como las que realizó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (1998), en el Fondo Nacional de las Artes (2002) y en MUNTREF (2013). En abril de este año inugura una muestra antólogica titulada La pureza está en la mezcla en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, que en el segundo semestre se presentará en el Phoenix Art Museum.
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Nacido en 1945 en Buenos Aires, Zabala vivió durante 22 años en Europa luego de haber sido uno de los nombres emblemáticos del conceptualismo político en Argentina a través de su participación en el legendario grupo de los Trece del CAyC en los 70. Entre líneas muestra una serie de trabajos donde Zabala invierte el carácter ominoso de la censura para realizar operaciones plásticas sobre hojas de diarios de Argentina y Europa. Así, a través del recurso de la tachadura que resulta en monocromo, Zabala obtura cualquier posibilidad de lectura denunciando la posibilidad des-informativa de los medios. En su texto crítico sobre la muestra, Gonzalo Aguilar observa: “Ese juego de borradura y ocultamiento hace pensar en la censura. (…) Mario Perniola, que leyó su obra bajo la noción psicoanalítica de censura, dijo que el artista ‘suprime todo con una determinación radical’ y ‘opera la negación de la negación’ porque en los periódicos ya operan mecanismos de silenciamiento y desinformación. ¿Al evidenciar los mecanismos de la censura –se pregunta el crítico italiano– se trata de regenerar el arte? La respuesta de Zabala es doble: política y existencial”.
En otra secuencia de la muestra, Zabala re-elabora la obsesión de los censores del Proceso con los libros y las bibliotecas. Allí donde estudiantes e intelectuales terminaban quemando o poniendo bajo tierra los libros “prohibidos” por el régimen, Horacio Zabala ha creado obras donde el libro y la biblioteca obtienen un estatus de objeto, superficies blindadas diseñadas para, oh paradoja, no dejarse leer. Como lo explica Aguilar: “La biblioteca sin palabras además de la cancelación de la lectura, es también la apertura a otras actividades humanas: mirar, clasificar, archivar, incorporar lo leído”.
Esta exhibición de Horacio Zabala en Henrique Faria se verá en simultáneo con la muestra La pureza está en la mezcla que se exhibe en la La Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat con curaduría de Rodrigo Alonso y que luego partirá hacia el Phoenix Art Museum de los Estados Unidos.
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