Paraná 1133
Inauguración: Martes 24 abril, 19hs
Paisajes Imaginarios
Dos o tres cosas que sé sobre Fidel Sclavo
por Jorge Mara
Quisiera consignar aquí algunas reflexiones sobre la obra de Fidel Sclavo y en particular sobre este grupo de obras suyas que exponemos. Todos los Paisajes imaginarios tienen un elemento plástico común. En el centro de cada paisaje hay una imagen, un collage reducido de una postal antigua, una de las tantas que el artista ha ido coleccionando durante años. En las obras, Sclavo imagina lo que podría ser el "entorno" de lo que está representado en la postal. Se trata, desde luego, de un juego poético y fantasioso que la postal suscita, de ningún modo de un modelo literal o naturalista. Las imágenes son el disparador, un dispositivo del que pintor se sirve para inventar ficciones que transcurren en un escenario imaginario, poéticamente plausible, en las cuales las imágenes del sueño (o del ensueño, que no es lo mismo) juegan un papel crucial. Ellas preludian el contenido de la obra, configuran el tono, comandan su temperatura emocional. Las postales, como las fotografías, son siempre testimonio de otro tiempo y se conjugan en pasado. En estas obras subsisten fuertes reminiscencias de algo que ocurrió, que nos ocurrió –no literalmente, claro– y que nos convoca con la autoridad convincente de los sueños. Se trata de uno de sus aspectos más fascinantes. Las imágenes, en toda su ambigüedad poética, integran imaginación y conocimiento: lo que vemos ¿es solamente fruto de una fantasía libre en toda su indeterminación onírica o constituyen vivencias –igualmente ambiguas– que tuvimos? ¿Vemos o recordamos? Soñar es una experiencia individual: cada soñador sueña solo. El sueño se puede narrar, no compartir. Pero muchas veces el arte, al representarlo en un escenario simbólico, externo, transforma esta experiencia individual en una vivencia común.
Hay todo un elenco de personajes que reaparecen con frecuencia en las obras de Fidel Sclavo. Hombres oscuros, seres anónimos, sin rasgos visibles, indefinidos, que deambulan por el paisaje. También se ven, aquí y allá, algunos perros y, a menudo, unos misteriosos barcos en la distancia (¿qué representan? ¿Cuál es su función?). Su misma indefinición les confiere interés.
La obra de Sclavo es abierta, empática, promueve nuestro acercamiento, seduce con su evidente simpleza, nos acoge. No hay en ella demagogia alguna, nos da la bienvenida, es sutil y nos acerca al misterio sin énfasis. Nos sorprende su aparente sencillez; no se trata de una obra en absoluto naif (¡está muy lejos de serlo!) y nos induce a descubrir lo que el artista ya había descubierto mucho antes. Es un arte consumado y sin el menor artificio formal (artificio aquí es igual a retórica) y se sitúa, afortunadamente, a contrapelo de modas y tendencias. Esta obra es hija de la memoria y de la fantasía. Es sólida y fuerte como un diamante, deja pasar la luz y la refracta. Su seducción, como la del Douanier Rousseau, un antecesor insoslayable, nace del asombro frente a lo maravilloso del mundo. Su reserva es su fuerza; no necesita alzar la voz para hacerse oír. La austeridad de Sclavo en el empleo de sus recursos plásticos ha hecho que su obra fuera asociada al minimalismo, pero no se trata de un programa deliberado de su parte. Si minimalismo fuera solamente transmitir una idea o una situación pictórica, con un mínimo de recursos, podría decirse que la obra de Sclavo es, a su manera, minimalista. Pero su humor delicado, su fina ironía la distancia y ampara de toda pretensión trascendente. Se trata de una obra saludablemente enunciada en voz baja. Lejos está de las solemnidades enfáticas de la pintura metafísica, del voluntarioso delirio surrealista y de las turbulencias del arte romántico o simbolista. Si hubiera que buscarle una filiación, habría que hacerlo por el lado de algunos maestros del Renacimiento (a quienes Sclavo admira) con sus visiones arcádicas, armoniosas, bucólicas: Giorgione, Piero di Cosimo, los Carracci.
Una característica de estas obras, que no costituye una virtud menor, aunque muy difícil de precisar brevemente: su encanto. Percibimos esta cualidad tan elusiva en ciertos seres humanos y en la obra de algunos artistas: en Robert Luis Stevenson y en Borges, en Pergolesi y en Mozart, en Modigliani y en Figari, entre tantos.
Una observación final: Sclavo elige la acuarela: materia ligera, luminosa y acuática, como conviene a estas obras. Otra: su tamaño es modesto, aunque su escala no lo es. Baudelaire llamó a las litografías de Goya “vastos cuadros en miniatura”.
Jorge Mara