Explorar la textura de la ciudad
La obra de Fernando Goin está definida por el compromiso con la memoria, en esta ocasión, con la memoria de la ciudad. El motivo y la inspiración surgen de una serie de fotos aéreas de Buenos Aires tomadas por Juan Bautista Borra y Enrique Broszeit en la década de 1920. Goin las resignifica y las transforma en pinturas de gran tamaño, recuperando algo de esa magia que tenían los espectáculos de panoramas del siglo XIX, donde los espectadores quedaban rodeados por las representaciones de lugares lejanos. Viajar sin moverse o - ¿por qué no? - volar.
Los puntos de vista en altura han predominado en el imaginario por siglos, las elevaciones del terreno, torres y campanarios facilitaron la aparición de los panoramas que permitían abarcar visualmente grandes extensiones de terreno. La aspiración de surcar los cielos estimuló la fantasía, y en las pinturas medievales ya aparecían vistas “a vuelo de pájaro” de las ciudades; en una ficción que las convertía en herramientas y símbolos del dominio del territorio. En 1859, Nadar fotografiaba París desde un globo aerostático y a partir de allí, la cámara fotográfica se convirtió en una herramienta útil para revelar y comprender el fenómeno urbano en relación a la geografía circundante, al mismo tiempo que documentaba la progresiva conquista simbólica del cielo. En las primeras décadas del siglo XX, la producción de cámaras aptas para llevar en los aeroplanos impulsó el desarrollo de las tomas aéreas con propósitos civiles y comerciales. Desde que fue posible su reproducción, estas imágenes estuvieron muy presentes en la cotidianeidad a partir de su amplia difusión en los medios gráficos a ambos lados del Atlántico.
Así entre 1923 y 1925, movidos por el entusiasmo por la aviación y la fotografía, Juan Bautista Borra y Enrique Broszeit sobrevolaron Buenos Aires. Gracias a las arriesgadas maniobras sobre un avión biplaza a más de 1000 metros de altura, consiguieron cientos de registros sobre negativos de vidrio que construyeron una nueva percepción del espacio. La emoción de Ícaro que generaba un vuelo sobre la ciudad, permitía mostrar desde las nubes a Buenos Aires y sus sitios más representativos de una manera nunca antes conocida, en imágenes que tenían en sí mismas un sentido profundo de novedad debido a la forma en que habían sido obtenidas.
95 años después de la aventura de Borra y Broszeit, sus fotografías adquieren una materialidad diferente y un espesor simbólico más denso en las pinturas de Fernando Goin que las recobra y las transforma con una mirada contemporánea, no exenta de cierta nostalgia. Los paisajes aéreos revelan una escritura del espacio que sólo es posible desde la distancia, y ponen de manifiesto los patrones del desarrollo edilicio y la infraestructura de las áreas urbanizadas en la década del veinte. Las obras de Goin nos permiten escapar del laberinto de las calles para desentrañar desde el cielo las múltiples capas y vericuetos de la traza urbana. Por un momento olvidamos lo terrenal en pos de una mirada que logra atravesar espacio y tiempo. El cambio de escala, la monocromía y los contrastes de los claroscuros trastocan la sensación de aparente unificación y aplastamiento que genera la linealidad del damero, y les infunde textura y profundidad.
El artista, vecino de Coghlan como Broszeit, explora la trama de la ciudad de lo micro a lo macro y viceversa. Así nos invita a sumergirnos en sus obras para desentrañar las delicias del pasado de Buenos Aires y sus alrededores, como los molinos de viento en Vicente López o los árboles sobre la avenida Monroe. Los panoramas que Goin recupera son también recorridos que pueden llevarnos a encontrar rastros de nuestros propios pasados personales o familiares. Podemos descubrir cómo esos lugares mutaron e identificar aquellos edificios que ya no están; nos pone ante el reto de superponerlos con las imágenes mentales preexistentes, en un ejercicio de reconocimiento que permite reconstruir las capas del tiempo e imaginar la historia.
La gente está deliberadamente ausente. Los transeúntes de entonces, pequeñas hormigas en las fotos de Borra y Broszeit, desaparecen en las pinturas y nos dan paso a nosotros. Pero Goin complementa la magnificencia y el silencio de sus paisajes aéreos con algunas vistas desde la vereda, que traen al presente el bullicio del tránsito de autos y personas por la calle Reconquista o en la Plaza San Martín; y nos recuerdan que, tal vez, hay cosas que nunca cambian.
Las imágenes tomadas por aquellos flâneurs de las nubes, que fueron capaces de develar los secretos que las ciudades esconden a la mirada al ras del suelo, hoy se convierten en pinturas que señalan, documentan, desacralizan y resignifican el espacio cotidiano y la historia. Reporte aéreo es un maravilloso ejemplo de cómo la ciudad y sus representaciones conforman una densa red simbólica en permanente construcción y expansión. Las imágenes son un medio de reflexión y proyectan sentido sobre los lugares, Fernando Goin recupera entonces una mirada de Buenos Aires que nos demuestra que la ciudad nos seguirá interpelando y sorprendiendo.