Inauguración: viernes 2 de noviembre a las 19 hs.
"No hay necesidad de fuego, el infierno son los otros"
Jean Paul Sartre
Celebrando el "Día de Muertos".
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Vidas negras
Rodrigo Alonso
Posiblemente, pocas cosas caracterizan mejor a las sociedades occidentales contemporáneas que el nivel de sobresaturación de las imágenes que circulan en su interior. Las industrias de la información, la publicidad y el entretenimiento han adquirido un estado de omnipresencia tal que es casi imposible pensar en un entorno urbano donde ellas estuvieran ausentes. Sin embargo, esto no siempre fue así; antes de las Grandes Guerras, su presencia social era apenas relevante. La mayoría de las tecnologías que las multiplican y diseminan hoy fueron creadas o perfeccionadas durante las Guerras Mundiales (en especial, la segunda), e instrumentadas ideológicamente en la siguiente (la Guerra Fría). El desarrollo de los mass-media fue una suerte de continuación de la guerra por otros canales, un ejercicio beligerante que no ha cesado hasta nuestros días.
Desde hace varios años, Claudio Roncoli trabaja con imágenes producidas durante ese período de transición, en momentos en los que la reconstrucción de la Europa devastada corre en paralelo con la exaltación exagerada del estado de bienestar (de la sociedad norteamericana, por supuesto). Momentos en los que, tras el regreso de los hombres del frente, se busca reconstruir el núcleo familiar resquebrajado intentando que la mujer abandone el mundo laboral para transformarse en la reina de un hogar poblado por niños y electrodomésticos. Momentos en los que el sueño americano se reactiva, superada la Gran Depresión, gracias a los réditos proporcionados por la empresa bélica al otro lado del océano. Momentos, en definitiva, extirpados de dudas y temores, en una ficción que las imágenes mediáticas pasan a vehicular como ningún otro instrumento de control social.
Roncoli traslada esas imágenes a nuestro presente con una irreverencia por demás elocuente. Familias y consumidores contentos, trabajadores disciplinados, casas impolutas y anticipaciones de un futuro resplandeciente pueblan sus primeras obras con una insistencia inflada de ironía. Sobre ellas, el artista interviene con colores chillones, alegres, exaltados, como si su artificialidad necesitara todavía de un incentivo adicional para aniquilar por completo a su referente. Estas primeras obras transmiten felicidad, sí, pero una felicidad cosmética, vacía, que se proyecta desde el pasado hacia el presente en los fulgores de la era menemista.
En los años recientes, la producción de Roncoli parece volverse más oscura y pesimista. Pero en el fondo, su actitud no ha cambiado ostensiblemente. Las piezas que componen su serie Black Life (2012) tan sólo hacen más visible o explícito el espesor crítico de sus trabajos anteriores. Aquí, la violencia, el caos y la muerte son los emergentes de un mundo que ha profundizado sus miserias y sus crisis. Explosiones atómicas, choques automovilísticos, aviones militares, conforman un paisaje de fuertes connotaciones políticas, en el que se pone de manifiesto la amenaza de un poder que excede toda proporción humana, y cuya promesa no es otra que la del exterminio o la opresión.
Algunas de las obras de esta serie mantienen los recursos plásticos de sus antecesoras, aunque los colores estridentes aparecen aquí desencajados y los arco iris no sólo no alivianan la carga ominosa de las imágenes sino que parecen profundizarla. En otras piezas hay una reducción cromática que hace más evidente la mutación del tono discursivo. Hay, también, una notable ampliación de los recursos formales, con la incorporación del dibujo, los objetos y la instalación, que permiten abordar estos temas desde sus lenguajes singulares. Por otra parte, las escalas de los trabajos son cada vez más monumentales, al punto de apropiarse del espacio expositivo y adquirir una dimensión casi arquitectónica. Aunque el contrapunto con la publicidad sigue siendo inevitable, las connotaciones críticas son tan sombrías que no dejan duda alguna sobre su distancia conceptual respecto del mercado y sus derivados.
En todo caso, las dislocaciones internas entre las fotografías que ocupan los fondos y las intervenciones pictóricas sobre las superficies, recuerdan esas antipublicidades que son los fotomontajes de John Heartfield. Fundadas en la contradicción, el cinismo y el cortocircuito, ellas conforman el corazón de la discursividad política que anima a estas obras. Dislocaciones que se vuelven desplazamientos y desvíos críticos en las banderas, los dibujos, las instalaciones; que encarnan las fracturas de un sistema social terminal que ya no encuentra su promesa de felicidad, ni siquiera cosmética. Un sistema donde la vida puede ser gris o negra, pero que encuentra, en las obras de Claudio Roncoli, los colores de la alerta.