Av. San Juan 350
Visiones fantásticas, históricas y naturales confluyen en esta exposición que reúne a tres artistas referentes del arte argentino contemporáneo. Las obras de Adriana Bustos (Bahía Blanca, 1965), Claudia del Río (Rosario, 1957) y Mónica Millán (San Ignacio, 1960) resultan fundamentales para comprender y reescribir la imaginación de lo local. Sus poéticas tienen una relación estrecha con el medio ambiente que las nutre, desde la presencia alquímica del río Paraná y la espesa selva guaraní hasta la relación tensa que sostienen con la herencia colonial. En sus piezas viajan también las interacciones afectivas y políticas que cada artista ha entablado con diversas comunidades a través de su trabajo de campo, entre prácticas artesanales, científicas, pedagógicas y espirituales.
Sus dibujos, pinturas, textiles, esculturas y videos, realizados en los últimos treinta años y algunos especialmente para esta exposición, se organizan en amplios espacios abiertos que se despliegan desde el centro de la sala. Desde allí, podremos adentrarnos en las obras de Millán, cuyas imágenes transmiten su sensibilidad vegetal y abigarrada, que recupera una atmósfera ancestral. Asimismo, en las obras de Bustos, cuyos mapas superponen la historia social y económica con el pensamiento mágico, inventa nuevas ciencias que iluminan el lenguaje y sanan las herencias. Y podremos sumergirnos en la indomable pulsión de la obra de Del Río, quien, por ejemplo, dibuja humanizando maíces, gesto que logra condensar de modo exponencial la historia colonial del continente. Desde estas coordenadas, la exposición se abre hacia posibles interacciones entre la naturaleza, el campo social y la espiritualidad, genera acontecimientos que interfieren con el lenguaje y extravían las leyes del tiempo.
Así, desde un centro que reúne obras icónicas de las artistas, la exposición se fuga hacia reflexiones sobre el paisaje, la relación de los cuerpos con el territorio y el enigma más sutil de sus experiencias poéticas. El paisaje aparece como un generoso repertorio plástico de colores y de formas, pero también como un imán para la fantasía y como un espacio de disputa con las fuerzas culturales y económicas extractivas.
A partir de un vínculo fecundo con los saberes heredados, la fragilidad de la relación con el mundo se manifiesta en incesantes actos meditativos. Las obras transforman el quehacer manual en rituales, tan cerca de la artesanía como del ejercicio espiritual. Desde las vírgenes flotando en ríos caudalosos y los seres mitológicos, hasta la repetición del círculo geométrico, todo encarna un fulgor radiante.