Juncal 790 P.B.
Inauguración: martes 20 de marzo a las 19 hs.
Horarios: Lunes a Viernes de 15 a 20 hs
Ni figura ni fondo, el placer de la trama
Una de las empresas fundamentales que encaró la modernidad artística fue sacar a la pintura del lugar que la definía como espacio distinto y diferenciado de una realidad que, desde el Renacimiento se había impuesto reflejar. Fue así que la transparencia de aquella ventana, que desde entonces se había encargado de mostrar el mundo, se fue opacando.
La pintura le dio la espalda para volverse sobre sí misma y buscó lo que los pintores, desde Cezanne y Maurice Denis, llamaron su propia “verdad”. Mostró procesos constructivos; dejó de ocultar la materialidad del soporte para poner en evidencia su condición de superficie y sobre todo dejó de perseguir el efecto realidad exterior para indagar su mundo interior de materia, colores y planos distribuidos de un determinado modo. Ese fue, en síntesis, el signo de la pintura moderna cuya herencia se hace presente en esta serie de trabajos de Adriana Fiterman que se dirigen al mundo real pero de un modo definitivamente afectado por esa transformación radical.
Adriana se dirige al universo del presente y extrae de él algunos sujetos de su interés que conviven a pesar de notorias diferencias: tres figuras de actitud y nivel social distinto unidas por la sola contingencia de compartir un asiento de tren, un campesino que trabaja encorvado en un campo de ajíes o una mesa en la que coinciden personajes de fugaz influencia en el poder. ¿Qué tienen en común todos estos sujetos de su elección? ¿Cuál es el rasgo que los une? Se diría que una curiosidad de inventario social, ya puesta de manifiesto por la artista en la serie de trabajos que presentó en 2005 en el Centro Cultural Borges, pero que no puede sustraerse a una vocación especial por intervenir el plano de la pintura y construir en él armonías o disonancias de forma y color por el mero deseo de provocar sensaciones.
De allí que sus pinturas le concedan al plano de la representación tanto protagonismo como a la representación misma. Cabe preguntarse por la razón o el sentido de semejante equilibrio que ya no permite distinguir entre figura y fondo. Y por qué la artista ha dejado que sus figuras se extravíen en el proceso de disección formal que lleva a cabo.
Hace ya tiempo que la puja entre estos términos (figura-fondo) ganó espacio en la obra de Adriana Fiterman poniendo al espectador ante la dificultad de reconocer uno y otro reclamando de él una particular atención. Podemos recordar trabajos como Uniones/Soledades o Aproximación/Distancia que integraron la exhibición del 2006 en el Centro Cultural Recoleta. En aquellas pinturas la trama a nivel de superficie, se volvía tan compleja por la irrupción de bandas y fragmentos de imágenes orgánicas que ya no era posible diferenciar la figura del contexto. Es más, podría decirse que había quedado disuelta en él o que ambos se integraban con relativa fluidez a partir de una operación pictórica similar al collage.
Una integración de parecido tenor vuelve ahora en la serie del campesino y los ajíes, pero sobre todo en la escena del tren donde la artista incorpora signos y lenguajes de diversa procedencia que van de la abstracción geométrica, la estética del comic y el pop al grafiti. Un curioso entrevero propio de nuestros tiempos que no hace sino confirmar la vigencia de aquella consigna que llevó a la modernidad a sacar a la pintura de un espacio diferenciado del mundo real para proclamar aquello de así en el arte como en la vida que tanto impulso continua dando a la producción actual.
Ana María Battistozzi
Buenos Aires, marzo de 2012
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