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Leandro Katz, David Lamelas, Marta Minujin, Horacio Zabala
16/03/2012 - 26/04/2012
Henrique Faría BA | Galeria de Arte
Libertad 1628
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Inauguración: 16 de marzo
 
Pensar es discriminar. Si no hubiésemos podido extraer unidades discretas del magma informe del caos, jamás habríamos pensado. Como dicen todas las cosmogonías: del informe caos surgió el cosmos, en un parto sin testigos. No sabemos cómo lo lograron los hombres del paleolítico, pero lo cierto es que hace miles de años, de la nebulosa sinsentido de lo real se extrapolaron sentidos básicos. Con el correr de los milenios, esas semillas del sentido adquirieron la potencia abstracta de lo que hoy llamamos ideas. Tal como se puede ver en la película La caverna de los sueños olvidados, de Werner Herzog, que reflexiona sobre las pinturas más antiguas que se conservan (las de las cuevas de Chauvet, en Francia), la producción de las primeras pinturas rupestres fue un trabajo en colaboración que abarcó milenios: se ven algunas imágenes de un realismo brutal, a la vez que de una elegancia sobrecogedora; imágenes que representan rinocerontes u osos apenas esbozados hace 32.000 años y que recién fueron fueron completadas hace 26.000 años. Entre las primeras líneas del dibujo y la realización final pasaron 60 siglos: más tiempo que el que nos separa de las pirámides egipcias.

El arte y el pensamiento son, a la vez, empresas colectivas y expresiones profundamente individuales. Producir sentido es la más compleja y la más difundida de las empresas humanas. Somos lenguaje. Sin él, seríamos como los demás animales: no tendríamos la angustia de sabernos mortales, pero tampoco la alegría de vivir. Sin conocer la tragedia de la finitud no se puede gozar de la dicha de la intensidad. Sin la muerte, la vida no tiene sentido. El arte acecha en los intersticios. En los intervalos. En el espacio entre dos plenitudes. En ese silencio que le permite a la música revelarse es que se representa el drama de estar vivo.

Los artistas reunidos en Cuatro parten de un estallido: el del tiempo (que también es el del fuego, el del mito, el del sentido). A partir de esa chispa compartida crean mundos disímiles. Para soportar el vacío de lo real, los del neolítico crearon tres fuentes de sentido: la religión, la política y el arte. La religión y la política son universos cerrados, a los que se debe acatar como súbditos y a los que hay que someterse como creyentes. En cambio, el arte no exige a nadie someterse ni acatarlo: es la donación al desvarío, a la búsqueda, al encuentro. El arte es una puesta en marcha. En Cuatro, Leandro Katz, David Lamelas, Marta Minujín y Horacio Zabala se adentran en una búsqueda compartida, que siguen por senderos diversos.

Marta Minujín recogió cenizas del volcán Puyehue en la región de los lagos Villarino y Faulkner y también tomó fotografías que documentan el efecto de las cenizas volcánicas sobre ese territorio. Ella creció en la zona y quedó profundamente conmovida al ver que el paisaje multicolor de los Andes patagónicos se transfomó en una pesadilla lunar, monocromática, gris. Trajo de allí varios frascos con cenizas volcánicas y se los entregó a los artistas que participan de esta muestra para que entre todos pudieran dar sentido al sinsentido de lo natural cuando estalla. Su instalación es una reflexión visual -que, además, integra las intervenciones de los otros artistas- sobre el poder sobrecogedor de la naturaleza cuando se manifiesta de manera violenta.

La belleza de la destrucción: así podríamos resumir la obra de Minujín. La gigantesca columna de humo y cenizas del volcán Puyehue convoca al hongo atómico que registran los testimonios del bombardeo a Hiroshima. El horror de la guerra llevada a su extremo sádico y el horror del ínfimo lugar del ser humano ante el poder desatado de lo natural. En el imaginario visual, la naturaleza se humaniza (se empequeñece) y parece expresar su desagrado por la forma irracional en que venimos usufructuando la tierra que habitamos. Hay en la obra algo del diluvio bíblico; de los castigos apocalípticos de los dioses sumerios. Un pedio de paz, de humildad, de amor. Un intento de transformar el dolor en saber.

Leandro Katz inscribe en el frasco de cenizas del volcán la oposición esencial, la que funda la cultura de Occidente (y el sentido mismo de lo humano): Eros y Thanatos. La potencia de la vida y la fuerza de la muerte. Con los cuatro colores relacionados con el fuego, Katz compone una partitura visual que tiene la energía de una ópera, pero que es tan sutil y ambigua como una sinfonía. No afirma nada. No niega nada. Pone a disposición del espectador un repertorio cromático y un juego de asociaciones que pueden intercambiarse, transformarse, perderse, enriquecerse. Es como un juego de largo aliento, del que solo conocemos las primeras reglas. Es un ajedrez abstracto y conceptual, en el que los colores cálidos, la llama de un fósforo y una serie de distinciones lingüísticas (tragedia,  drama, comedia, farsa) dibujan un aleph del sentido.

En este espacio dos personas no se encuentran, de David Lamelas, es una obra que parece tan simple y tan explícita que hablar sobre ella suena a sobrecargarla. Dos relojes marcando distintas horas y un título que parece completar el paradójico sentido. Pero nada es tan simple ni nada es tan explícito. La obra de Lamelas presenta una reflexión sobre el conjunto de esta muestra: exhibe el intervalo, ese espacio entre dos momentos distintos o entre dos objetos. La diferencia. La distancia. Distintos y distantes: la condición básica para que surja el lenguaje, el pensamiento, el arte. El “espacio” de la obra de Lamela es la desincronización de dos relojes. Son objetos, pero lo que miden es tiempo. En ese agujero entre temporalidades y espacios, se construye la trama discreta de nuestro trágico destino: ser para la muerte. ¿Encontrarnos? ¿Perdernos?

Horacio Zabala presenta obras de su serie Hipótesis. Estos trabajos ponen en relación monocromos -pinturas sin imagen ni composición- con signos -gramaticales y/o matemáticos-. Trazan el mapa conceptual de un pensamiento visual preocupado más por las correspondencias sintácticas, por los huecos y los vacíos que por el contenido. Es la puesta en escena del esquema lógico en sí mismo: una lógica visual-conceptual que en su vacío esencial concluye en poema. Su tan callada música opera como máquina de imaginar: no muestra las imágenes finales, sino el proceso.

Transformar lo real en sí mismo y hacer de la insignificancia del mundo la base de un arte tan necesario como el aire que respiramos es una apuesta riesgosa: nos presenta un vacío imposible de colmar a la vez que nos sugiere una poesía sutil para decodificarlo. Entre el amor y la repulsión, entre el silencio y el ritmo, Cuatro no parece una mera muestra de arte. Tiene la urgencia de lo necesario y la belleza de lo secreto. Con nuevos signos e inéditas gramáticas, Cuatro invita a imaginar lo imposible: que el mundo tenga sentido.

Daniel Molina
 

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