Nota publicada online
La muestra de la reconocida artista Zulema Maza que inaugura este jueves 27 en la sala J del Centro Cultural Recoleta, despliega en esta serie interesantes sentidos a partir de su título y subtítulo. Tres fronteras y tres mujeres jóvenes con su potencialidad, su deseo de progreso, su determinación y las historias que se pueblan de ausencias, recuerdos y novedades anheladas.
La temática de las mujeres migrantes dentro de nuestro territorio ya había dado lugar una serie, la de Tomasa, paraguaya de origen y residente en Buenos Aires, donde -también mediante el medio fotográfico-, poetizaba esa voluntad de mejorar que subyace en cada migrante. Resultado de su observación y de la forma en que las fronteras se vuelven porosas y poco fijas, Zulema explora esta vez en forma de trípticos y de copias de gran tamaño junto a un video especialmente preparado, los sueños, los deseos y las singularidades que cada una de estas mujeres pueden trasmitir a su mirada. Nadia, Esteffany y Delfina, desde Paraguay, Perú y la inmigración europea de principios del siglo XX, expresan temporalidades diferentes pero con la misma aceptación de su propia historia. Cada una de ellas utiliza algún atributo colocado en sus manos o en su cabeza. Un abanico, una corona, una máscara, un velo, un manto, conforman un repertorio de significados que puede asociarse a cierta iconografía reconocible, pero que no son símbolos de poder en el mismo sentido, pues son piezas seriadas y de cotillón, meras alegorías. Ahí entra seguramente una reflexión personal sobre cierta esencia endeble que tiene nuestro presente donde no hay riqueza ostensible, salvo en la frescura de las miradas, la delicadez de una sonrisa, la belleza de un cuerpo joven y pleno de vida. En el video, las jóvenes duermen, sueñan y se dejan observar en una intimidad siempre marcada por la enorme sutileza de su captura, invariablemente desprovista de algún fondo reconocible. En las imágenes fijas el tiempo aparece conservando las huellas del movimiento breve de alguna parte del cuerpo, ralentando un sentido que puede indicar que no hay ninguna fijación en ese breve presente capturado.
Sin duda que, en esos suaves destellos, en el tratamiento del color de los fondos, en la recurrencia a dos pájaros, el cabecita negra y el colibrí o picaflor, tanto como en los barcos que aparecen superpuestos hay una idea de esos traslados que propiciaron las migraciones, casi como un color neutro como el agua del río que baña las costas del suelo que estas mujeres pisan. Y en los poemas en tres lenguas que descansan sobre los libros abiertos dando contexto al habla ausente en toda la serie.
Como sostiene en un bello texto nuestro Charly Espartaco, recientemente fallecido pero con el tiempo justo para escribir sobre esta muestra antes de su partida, “saber que para comprender la naturaleza de los lazos sociales no se deben colocar primero los objetos y luego tratar de establecer sus interconexiones” sino atender a los nudos antes que las líneas, pues ellas representan un punto de atención sobre lo cotidiano, un señalamiento de cierto tipo de fortaleza que encarnan las mujeres siempre protagonistas de su obra.