Nota publicada online
La muestra se presenta en el Museo Nacional Decorativo hasta el 1 de septiembre, con la curaduría de Lucas Beccar, y reúne una serie de trabajos que la artista iniciara en 2006 y que tiene al agua como elemento central en su más reciente etapa de investigación.
“Agua que no se detiene. Rumor incesante de la molécula esencial para la existencia de los seres vivos. Me propongo retratar su natural movimiento. Dejo que fluya. Hago lo posible, en pequeña escala, desbordes, tsunamis, maremotos, erupciones, remociones de masas.”
Así describe Teresa Pereda (1956) su muestra en el Museo Nacional de Arte Decorativo que, con curaduría de Lucas Beccar, reúne trabajos producidos en los últimos siete años; investigaciones que exploran el sólido vínculo entre el hombre y su entorno natural: la tierra y el agua.
La tierra, con todo su contenido simbólico y su contundencia visual y matérica. Tierra que revela historias tejidas con las huellas del hombre que las habitó y que, desde 1996, la artista recoge sistemáticamente de las distintas regiones de nuestro país, para construir una estética propia.
El agua, es el elemento primordial para la vida y por lo tanto uno de los símbolos originarios del ser humano; representa la emoción y se le atribuyen caracteres femeninos, pasivos y fecundantes. Para el taoísmo representa la inteligencia y la sabiduría. Pereda la elige como eje de su obra, que se materializa en distintos soportes: video, papeles y acero.
El salón de baile del Palacio Errázuris fue el escenario elegido para presentar su obra más reciente: una video-instalación sonora en la que, a partir de tomas directas de un manantial ubicado en la zona cordillerana donde el agua fresca brota de las entrañas de la tierra; las imágenes, aceleradas, bailan en el cielorraso provocando un inquietante contrapunto entre la naturaleza y la arquitectura del lugar. Las aguas danzan al ritmo de la música especialmente compuesta por Luciano Azzigotti, a partir del sonido provocado por el desplazamiento de la tierra en el agua y en sincronía con cientos de registros sonoros de la ciudad y de voces humanas. Sumergidos en este ámbito, de encuentros y desencuentros, de naturaleza y vida cotidiana, el espectador se abandona a una hipnótica experiencia.
En la sala de exposiciones temporarias del Museo, Pereda presenta tres series en las que habla del encuentro de la tierra y el agua realizadas en soportes diferentes: el papel, la chapa de acero y el video. El gran hallazgo para la artista fue trabajar en este “encuentro” con el papel como soporte. Dejar que el agua la seduzca y arrastre sobre la superficie blanda y flexible de la tierra y el carbón. Estos “Drawing Paintings” reflejan la exquisita sensibilidad de una artista que ya no utiliza pinceles. En este caso, Pereda permitió que trabajara la naturaleza y el tiempo; dejó dormir las hojas de papel en determinados “mallines” -término mapuche que se le da a los pantanos del sur de la Argentina- y allí, donde el agua besó el papel, se imprimieron las formas.
La serie de las chapas son piezas de gran formato en las que se nota un trabajo mas gestual y de fuerte impulso, donde el color de la tierra y las cenizas del Volcán Puyehue, a modo de estallido, reflejan el rastro de una actividad eruptiva.
El impactante video que realizó en colaboración con los artistas visuales Charly Nijensohn y Juan Pablo Ferlat en la zona de Amazonia, y que oportunamente vimos en su muestra del Centro Cultural Recoleta: un ovillo de lana rueda por la selva húmeda y cae en un río de aguas turbulentas, donde se desintegra.
Con la Naturaleza como aliada, la obra de Pereda nos recorre, nos modela y, suavemente nos cala el alma. Mueve estados de conciencia para reflexionar sobre la vida que llevamos, cuál es el granito de arena que cada uno de nosotros podemos aportar y nos enseña cómo podemos integramos a nuestra sociedad. Su obra nos convoca a asumir una responsabilidad de manera colectiva.